De verdad, existen estudios científicos que aseguran que el sueño más profundo se vive entre las 4 y las 5:15 de la mañana. Así que por la salud física y mental de los seres humanos, se tiene que prohibir, que una persona tenga que levantarse a las 4:15 AM para ir a trabajar… y si tuviese que levantarme a las 4:15 AM para emprender el viaje de mi vida ¿lo haría sin polemizar tanto? ¡ por supuesto! dada esa circunstancia cualquiera se levantaría. Cuanto desearía estar jubilada… ¡anda que te levantes! valora que puedes ir autónomamente a desocupar esa vejiga llena que tienes, pues si tu problema es querer estar jubilada para poder dormir más, ten en cuenta, que en el kit del jubilado viene la incontinencia, las protesis dentales, entre otros; así que ¿ estás segura de tu deseo? — ¡NO!
Al superar aquel conflicto prominente de madrugada, me pongo en marcha. Mi ruta al trabajo la ameniza un frio de -15 grados; bajo esta circunstancia camino los siguientes 20 minutos hasta cruzar una puerta que al percibir mi presencia se abre; al entrar, percibo un bufé de olores, una mezcla de olor a pis con limpiador de pisos, con leche tibia, alcohol antiséptico, pan caliente y algo de metal. Justo en ese entonces me percato ¡he llegado a mi trabajo!
—Buenos días querida Susana.¡a levantarse!
—Déjenme dormir, la mañana nada tiene que ver conmigo yo ya me jubilé.
—Vamos Susana ¡te veo en la ducha!
Susana tarda 15 minutos en recorrer 4 metros de distancia que hay entre la cama y la ducha. 15 minutos que aprovecho para despertar a Ruth.
—Buenos días querida Ruth.
—Buenos días Hermana Ana, se me han caído los dientes, llevo toda la noche buscándolos, que vergüenza.
—Ya los veo Ruth, están bajo la cama, voy a lavar la protesis y te los regreso.
—Hermana Ana mi esposo es panadero, él intercambia panes y leche por ropita para mi bebé. No tenemos forma de comprar nada, el DDR es una perdición. ¡Tenemos que huir!
De regreso en la habitación de Susana,
—No me gusta que me obliguen a hacer cosas que no quiero. Nadie me puede decir que tengo que hacer y que no. Ya sobreviví la guerra, ahora merezco dormir hasta que yo quiera.
—Susana, no pretendo ser mala contigo, deseo facilitarte estas tareas personales que ahora requieren de más esfuerzo.
—Yo lo sé que no eres mala, malos son los soldados americanos. Se comportan igual y peor que los nazis. Llegan, nos amenazan, nos abren las piernas y hacen con nosotras lo que quieran.
Entre tanto percibo un montón de moscas en la habitación de Susana, asombrada hago una pesquisa que revela restos de comida envueltos en servilletas debajo del colchón. Hay 7 raciones diferentes. Susana con mirada retadora, me pide que le devuelva sus panes pues en guerra no hay pan todos los días, no sabemos mañana que nos espera, así que es mejor no comerse todo hoy.
—Buenos días Helmut
—Hola, no encuentro los zapatos de mi uniforme.
—Helmut, por ahora vas a desayunar, para ello no requieres uniforme.
—Hoy tengo reunión con mi coronel Joyero. Yo pertenezco al comando Brandemburgo. Esta guerra tiene que acabar. En la guerra ninguno tenemos ganas de ella; soy del frente y procuro disparar a cualquier objetivo que no sea una persona. Créame, los enemigos hacen lo mismo. No nos queremos matar más.
—Buenos días Herta ¡vamos a colgar las Cortinas recien lavadas! mientras colgamos las cortinas, Herta pega un grito desesperado. —Auxilio, tramposos esas no son cortinas, eso es gas ¡ustedes me quieren asesinar!
Su grito ha sido tan desmesurado que en medio del espanto, tuvimos que retirar las cortinas con olor a detergente que trastornan a Herta; ella es una sobreviviente de el campo de concentración Bergen Belsen.
—Buenos días Hans.
—Quisiera comunicarles que mi abrigo cuesta €1500 así que no laven mi ropa aquí. A propósito ¿por qué no hay internet? ¿usted sabe cuándo viene mi mayor domo?
Al salir de la habitación de Hans, me topo con mis colegas quienes alegan que Hans no acepta que está en un ancianato; no se despega de su vida de alta alcurnia pese a su Alzheimer. En este ancianato conviven todo tipo de personas; aquellas que reciben ayuda social, asi como millonarios que deben vivir aquí pues sus familias no se pueden ocupar de ellos.
De camino a la cocina, veo a Margarita ahogada en llanto.
—Margarita ¿qué pasa?
—mis hijos nunca vienen a visitarme.
—Margarita, tus hijos no viven en la ciudad, les es difícil visitarte todos los días.
—¡excusas! siempre están ocupados, nunca tienen tiempo, pero seguro cuando yo muera tendrán tiempo para reclamar la herencia.
Al lado de Margarita está Barbara, quien se sienta en el sofá amarillo con vista al jardín; recuerda con nostalgia los días alegres que vivió en su casa junto a su esposo, recuerda cuando sus hijos de pequeños jugaban y correteaban por toda la casa. Lamenta que sus hijos hayan vendido aquella casa para poder costear la mensualidad del ancianato donde ella vive ahora.
Al terminar mi turno, salgo del trabajo con la sensación de ver la vida desde la perspectiva en que la misma acaba. De regreso a casa, veo las personas en la calle, observo cómo caminan, cómo trabajan, cómo compran, cómo charlan,cómo se relacionan; escucho afablemente los niños llorar. Observo con mucha más atención toda esa vida en auge y pienso aun más en los que viven de ese auge como un recuerdo. Envejecer es un premio intimidante para una juventud vanidosa. Trabajar con los abuelos es una revelación en función del tiempo. Ejercer este trabajo es un acto retador que desemboca en el deseo de intentar vivir la vida que deseamos haber vivido cuando lleguemos a viejos.
—El teatro de la vida le concede un boleto en primera fila para la obra „vivirás de tus recuerdos“ bienvenido, siéntese y disfrute ver su vida pasar.
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