Ser entrometido casi siempre complica las cosas.Trabajaba en los talleres gráficos de la Compañía Impresora S.A. Mirmalnt. Calle Alsina 2049. Ese día la oficina chirreaba más que cualquier otro; señoras y señores que graznaban, rebuznaban chillaban, croaban. Las oníricas expresiones de todos los presentes, recorrían sin temor ni preocupación las cámaras de seguridad, viajaban por todo el cableado del edificio y se sucumbían en los lentes oscuros y empañados de Alberto Gandarillas. Casi sin esfuerzo, con un placer muy rápido y muy lento el timbre ha sonado.Un nuevo despacho ha llegado. Conmovido por el envoltorio del paquete, que daba un aire de contener algo indescriptible e imperceptiblemente extraño, Alberto mira las pantallas de los rostros desfigurados; graznando, rebuznando, chillando, croando como si estos mismos le observaran a él desde el otro lado del cableado. Alterado, muy conmocionado y seducido por el bulto recién llegado, Gandarillas, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación que le causaba el paquete y un contradictorio relajamiento le llevo a abrir el anónimo bulto. Lo encontraron moribundo, aturdido, carcomido, corroído, ensangrentado y entero molido. Y es que el despacho resultaron ser millares y millares de termitas, que habían sido encargadas por el jefe de Papelería de los talleres gráficos de la Compañía Impresora S.A. Mirmalnt. Había demasiado papel y no sabían qué hacer con él. Alberto Gandarillas fue comido por termitas. Es que ser entrometido casi siempre complica las cosas.
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