Eran malos tiempos para los jóvenes como yo, la crisis económica del país hacía que cada vez se retiraran más tarde, escaseaba los trabajos, los abuelos no podían sobrevivir de las pensiones, las familias terminaban reunidas por necesidad. En mi casa sabíamos de eso, el abuelo nos necesitaba y papa solo tenía trabajos de temporada, mama se pasaba el día trabajando. Mi primo probaría suerte en el extranjero, dejaba su trabajo y por enchufe me contrataron.
Llegue temprano, una pareja indecisa en el mostrador. Un teclado numérico, me impedía el acceso al área del personal y nadie me había dicho la clave, mire mi reloj, aún me faltaban 10 minutos, tenía tiempo de ponerme el uniforme. Me coloque al lateral del mostrador, apoyando en el la mochila, esperando que la preciosa cajera me atendiera, pero ella estaba a lo suyo. Con esa cautivadora sonrisa se deslizaba tras el mostrador y ponía el pedido sobre la bandeja.
– Buen provecho ! – Les dijo antes de mirarme nuevamente y decirme – Hola! Nuevo ¿no? Te vi mirar la puerta. Ves, te abro. – Apenas pude articular más que una tímida sonrisa. La puerta se abrió, antes de invitarme a pasar me mostró el nombre que ponía en su placa, Avril, curioso, no lo había leído antes con v, tras de ella apareció una mujer con cara de pocos amigos y folios en la mano.
– ¿Javier? ¿ No? Mira llegas un poco justo, rápido pasa. Vístete con el uniforme, te corresponde la taquilla 9 y ven al frente. Soy Mar, la encargada del turno de esta tarde, después seras responsabilidad Toni.
– Disculpe ¿frente?
– La zona de cajas, tras el mostrador – dijo a la vez que señalaba en dirección a Avril, que ya había regresado a su lugar y pasaba un trapo azul por las superficies.
Me dirigí a vestuarios un poco desconcertado, había llegado con tiempo de sobra, no encontraba que fuera mi culpa, pero no me habían educado así . Cogí la llave de mi taquilla por suerte sabía donde se encontraba y me dirigí a los vestuarios, me cambie lo más rápido.
-Mar!- la llame, ni levanto la mirada de los papeles y proseguí – Ya estoy listo
– ¿ Has fichado?
– Mmm…No…¿ donde hay que hacerlo ?- señalo exasperada, mire y pregunte – ¿como funciona?
-Sígueme. ¿la ves? Es esta, antes de que entres por la puerta del vestuario, hay esta maquina. Buscas tu nombre y metes la ficha en esta posición ¿ te has fijado? La parte delantera tiene del 1 al 15 del mes y atrás el resto. Se ficha cuando entras, cuando sales, antes de comer después, o tras los descansos ¿Entendido?
– Si! – Me hundí, intente que no me lo notara, no era de tonto, no me lo habían explicado. En la entrevista ni lo comentaron, básicamente me dieron los horarios, firme papeles y me dieron un uniforme de mi talla.
La tarde siguió con un Javier perdido, y desmoralizado, intente seguir a Avril, en los ratos que ella podía dejar su trabajo para enseñarme como se hacían las cosas por allí. Su sonrisa era un bálsamo, sobre todo tras los reproches de Mar, la escuche decir maldecir, sin cortarse si yo la escuchaba. La imposibilidad de formarme como tocaba y cumplir con las exigencias de la clientela, era comida rápida, no lenta, me dejo marginado en la zona de limpieza. Tareas sencillas, que no rebosaran las basuras, limpiar las bandejas, mesas colocar las sillas, que no se terminara el contador del baño, que no hubieran gastado el papel higiénico, que hubiera servilletas, y ninguna macha en los cristales de las puertas.
En el transcurso de las horas llegaban chicas y chicos de edades parecidas a la mía, algunas con una sonrisa, otros con miradas de curiosidad, nadie se presento. Todos hablaban y bromeaban con a Avril, la había comenzado a mirar más de otra forma. En esos despistes la cola llego a la puerta, las papeleras se desbordaron, las bandejas se acumulaban, entre en pánico. Mi salvación, Hugo, cachas al que todo le resbala, con el trapo azul en las manos, comenzó a darme ordenes y a decirme rápidamente que había que colocar las filas frente a la caja, para que no saliera la cola por la puerta, que me pusiera las pilas, era casi la hora del cliente misterioso y que todo debía estar perfecto, cuando lo estuvo desapareció tras la puerta diciendo :
– Javier! Te quedas solo.
Al rato la cosa bajo y me pidieron que fuera a picas a limpiar torres de bandejas, en el frente no tenían. Los de cocina habían bajado el ritmo de trabajo y bromeaban. Mi turno se terminaba en 15 minutos.
Los jefes comenzaron a tolerar mi presencia, por mi disponibilidad que abarcaba desde cubrir turnos, a quedarme cuando hacía falta. Era como regresar al colegio, si uno te acepaba todo podía cambiar, pero el compañerismo no era lo primero, había demasiada presión, cumplir unos objetivos de venta, pocos agradecimientos, para la empresa solo eramos números, teníamos una sonrisa exigida que no sentíamos al entrar y hasta eso se criticaba desde arriba. Al principio me tragaba toda esa situación, antiguamente los trabajos eran más duros, quejarme era de débiles, pero si comencé a hablar de mis nuevos amigos y como dejaban la empresa. Mi abuelo tuvo su propio negocio ¿estaba comparando una súper cadena de restauración con su pequeña sastrería? Si, era agradable escuchar las historias de esos tiempos, del respecto y amor que le procesaban a esta altura de su vida, en la que se le empezaba a borrar los recuerdos, los antiguos empleados.
Avril se marcho con su dulce sonrisa. Los nuevos siguieron llegando, deambulando perdidos, aprendiendo por reproches a causa del estrés, pero si aguantabas el chaparrón te convertías en uno más, encontrarías amigos, incluso entre los encargados aunque como todos al final te terminas marchando. No quise ser solo un número.
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