La ventanilla mentirosa

La ventanilla mentirosa

Reyes Uve

01/05/2017

Según los días, la gente me molesta o me conmueve. Es posible que si no he dormido bien, que es casi siempre, tenga ese gesto de amargura que algunas señoras interpretan como síntoma de enfermedad.

Y miento.

Miento mucho pero siempre es por cortesía, me atrevería a decir por amor.

El otro día, sin ir más lejos, me pasó una cosa curiosa; estaba atendiendo a una anciana amable, que a pesar de los años vividos no ha perdido la bondad, y sin ganas (porque era uno de mis día malos) hablábamos de la angustia, o quizá se lo contaba al cliente anterior que al ser habitual, seguramente me preguntó por mi agobio crónico. Ella se metió en mi vida a saco, esto los clientes lo hacen mucho, los más humanos se meten en tu globo sin pedir permiso, y me dijo que en los momentos malos basta con llamar a Jesús.

«Jesús, ayúdame»- me dijo ella que tengo que decir, y curiosamente no me pareció ridículo en absoluto, porque quien trabaja de cara al público sabe de castigos bíblicos y situaciones límite.

Con todo, ligeramente avergonzada, porque teníamos más gente delante, decidí orientar la conversación hacia otros consuelos de la vida, como por ejemplo los libros, y fue entonces cuando ella me dijo que acababan de poner uno de un famoso psiquiatra en la sección de librería a precio de risa, y yo le dije, mintiendo con descaro y al borde del flato, que sí, que tenía intención de comprármelo porque era de esos libros cuyo título promete hacerte ver lo maravilloso de nuestra existencia en cuatro o cinco cómodos pasos.

(Es necesario recordar que trabajo en una oficina de correos dentro de un centro comercial, y aunque puede resultar de lo más entretenido, también es fácil deprimirse por el empacho de jingles publicitarios, anuncios de ofertas y esa prisa que lleva la gente que cree que puede hacer gestiones en un lugar «de paso», anómalo e informal, porque digo yo que una cosa es comprar una bandeja de solomillo o unas toallas y otra adquirir unos sellos o enviar un burofax).

Pareciera que hacer gestiones de correos en un sitio que no es correos debiera ir más rápido, desprenderse de peso, de esperas y de inconvenientes, cuando lo normal es que los ordenadores sean iguales en todas las partes del mundo, desde Canadá hasta Singapur, y tengan la costumbre de colgarse de eternos y felices columpios.

El caso es que la señora de Jesús desapareció tras despedirse amablemente, una vez que las miradas del que le iba detrás en la cola hacía ya rato que resultaban incómodas; pero cuando estaba atendiendo a otro, quizá media hora más tarde, y me preocupaba de contar unos sellos para un envío ya franqueado, apareció de nuevo con el libro en las manos, y con cierto misterio me lo pasó por encima del mostrador.

«Ooohh gracias»- le dije, un poco emocionada pero sobre todo azorada, pensando en lo conveniente que resulta ser sincera con las preferencias en cualquier momento de la vida. Si le hubiera dicho a la señora que no me gustaba ese autor, es más, que me caía extraordinariamente gordo, la pobre no se hubiera molestado en ir a buscárselo a la pobre empleada de Correos que no tiene tiempo de salir a comprarlo.

Con todo, tomé dinero de mi bolso y se lo pagué, cuidándome mucho de que quedara claro que le agradecía el gesto como si me acabara de traer a Jesús en persona a sentarse conmigo con un café caliente , al fin y al cabo es mi personaje histórico favorito, bueno, junto a Leonardo Da Vinci.

El caso es que para ella fue la buena obra del día, y para mí una merienda entretenida con frases de libro de autoayuda, como caramelos de menta.

No tienen alimento pero ayudan a pasar el rato.

Desde entonces tengo cuidado con lo que digo sobre mis preferencias literarias.

Tengo cuidado con las señoras, sobre todo, porque algunas ven en mi cara las caras de sus hijas muertas, a esta edad madura que tantos peligros trae, con los cambios hormonales y la fácil renuncia a la vida adulta plagada de responsabilidades.

No quiero que ninguna acierte con sus pronósticos que son como pájaros negros.

Hay algunas que llevan un cabello blanco y largo como doncellas eternas y mandan dinero a sus hijos descarriados todas las semanas, otras envían paquetes a los nietos extranjeros que se crían lejos de sus brazos de abuela sevillana, (tan dramáticas y cariñosas como son; hay tanta juventud fuera de España!!!!) y todas, durante los minutos que dura nuestra relación comercial dependienta/clienta, quieren en algún momento adoptarme o aconsejarme o disuadirme de algo; sospecho que parezco al filo de la navaja o quizá simplemente es que hablo demasiado, y ellas van por el mundo derramándose de un amor que nadie quiere ya.

A una regalé un boli barato una vez, era marrón y le dije que le traería suerte; ella le dio una importancia como si fuera una pluma Parker durante unos días, luego desapareció después de que le dijéramos que no podíamos darle un listado, pero era verdad que no podíamos.

A veces la amabilidad también es falsa por parte de ellas, será ley de vida.

Desde mi ventanilla mentirosa, creo que siento compasión por todos nosotros, acostumbrados a buscarnos la vida y a poblar las noches, siempre solos en el fondo, con nuestros ausentes a cuestas aparentando la más fría y tranquilizadora normalidad.

Según los días, todo esto me molesta o me conmueve.

Ésta sí es la verdad.

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