Un retiro endiablado

Un retiro endiablado

Jon Vaal

16/04/2017

Los magistrados esperaban la llegada del litigador. Eran viejos demonios, alejados del ejercicio de su actividad hacía siglos, pero mantenían la confianza del Señor de las Tinieblas para dirimir asuntos de índole administrativa.

La notoriedad del interesado atrajo a un público variopinto; entre el gentío destacaban las bellas vampiras que conversaban preocupadamente con harapientos sirvientes, y una manada de hombres lobo que se sentaba junto a una momia. Al fondo, un humano anciano venido desde Londres aguardaba, cargado de tensión.

Cuando dieron las doce se abrieron las puertas de la estancia. El brillo de las antorchas perdió fuerza y un leve olor a almizcle perfumó la sala a medida que el Conde se aproximaba a paso lento al estrado. El susurro de su manto de terciopelo púrpura al rozar con el suelo de piedra era lo único que se escuchaba en la enmudecida sala.

Tomó asiento y miró a su alrededor. A pesar de su decrépito aspecto, no fueron pocas las personas del público que se estremecieron bajo su mirada. El demonio decano carraspeó y abrió la sesión:

-Bienvenido señor Conde, es un placer tenerle entre nosotros.

-El placer es mío. Espero que podamos aclarar esto pronto, hay asuntos vampíricos que requieren mi atención urgente. Llevo en este oficio más de dos milenios y me sobra energía para seguir desempeñándolo otros quinientos años. Exijo, por tanto, que retiren la petición de jubilación a la mayor brevedad.

-Con el debido respeto a su admirable trayectoria, debe entender que lo que solicita no es sencillo. No se trata de su voluntad o energía, aspectos que nadie se atrevería a cuestionar, válgame Belcebú, sino de un cambio de hábitos: el mundo se transforma y desde las instancias diabólicas debemos adaptarnos -expuso el demonio.

-¡Sinsentidos! Lo que lleva centurias funcionando no merece ser perturbado. No tienen más que mirar a nuestro viejo adversario: siglos pastoreando a la humanidad, y no les va mal- replicó el Conde.

-Tenga en cuenta que los humanos tienen una tolerancia cada vez menor hacia los mitos arcaicos; para responder a su necesidad de consumir novedades continuamente hacen falta figuras más impactantes. La renovación requiere sangre fresca.

Al oír este comentario el Conde dio un pequeño respingo y no pudo evitar pasarse la lengua por los labios. Recobró la compostura y respondió:

-¿Acaso me está usted hablando de vampiros adolescentes? ¿Escuelas de hechiceros imberbes? ¿Enanos bonachones? Me decepcionan, pensaba que me encontraba ante gente seria.

-Tenemos nuevos terrores que vienen de Asia cuyo impacto es superior en todos los aspectos, con la ventaja añadida de que no hay que sufragar costosos castillos en Transilvania ni una larga dotación de sirvientes, conductores de carromatos y súcubos -dijo el demonio.

-Los lagartos gigantes, esas pálidas niñas malditas, sin duda requieren de ornamentos para escenificar sus ritos -respondió el Conde.

– Se arreglan con muy poco y los resultados que obtienen son impresionantes. Entiéndalo, el Comité de Gastos Infernales ha estudiado todos estos aspectos y las conclusiones son inapelables.

-Debo asumir que no me dejan alternativa.

-Eso me temo. Me alegro de que haya entendido la situación -dijo el demonio.

El Conde agachó la cabeza, con aire derrotado.

-La comprendo a la perfección -dijo.

El demonio esbozó una mueca de suficiencia y levantó el mazo para finalizar la sesión.

-Entonces podemos dar por cerrado…

El Conde recordó su infancia humana en los Cárpatos, la felicidad que sentía pese a intuirse incompleto. Como tras la transformación obtuvo la plenitud, que había creído inalcanzable. Los largos años de lucha junto a los suyos para ser respetados, temidos. Furioso, se levantó.

-¡Un momento! Comprendo la situación, ¡pero eso no significa que la acepte! La voz del Conde se alzó hasta estallar en la abovedada estancia con la fuerza del trueno, mientras su creciente figura proyectaba una amenazante sombra contra la pared. Ráfagas de viento recorrían la sala, apagando varias antorchas en su camino.

Extendiendo el brazo hacia el público, continuó:

-¡Ante ustedes se encuentran los seres mágicos que han aterrorizado a la humanidad durante generaciones! ¿Piensan que vamos a someternos ante unos pobres diablos que únicamente buscan reducir sus expensas y crear nuevos miedos estacionales que serán olvidados en pocos años? ¡Somos los mitos que llevan espantando al mundo desde tiempos inmemoriales y no nos rendiremos!

Las numerosas entidades sobrenaturales del público comenzaron a proferir alaridos y gruñidos amenazantes dirigidos contra los magistrados, que observaban aturdidos la escena. El decano, con el mazo aun en el aire, trató de poner calma:

-¡Vamos, vamos, serénense!

-¡No mendigue tranquilidad ahora! Las huestes del azufre están en su contra y no se van a amilanar. ¡Están ustedes librando una batalla contra la historia! -exclamó el Conde.

-¡Miente! ¡Son una minoría que no acepta que los tiempos han cambiado! -dijo el demonio.

-¡No lo crea, hasta mis viejos enemigos comparten esta lucha conmigo!- exclamó el Conde señalando al anciano inglés, que blandía una amenazante estaca de madera.

El caos se había apoderado de la sala: varios bancos del público ardían creando una densa humareda, licántropos y mujeres con largos colmillos acosaban a los togados demonios, mientras la momia retenía al ujier que guardaba la puerta.

-¡Como ven, no tienen otra salida que retirarse y permitirnos continuar con nuestra actividad si no quieren que su existencia se convierta en un sangriento Edén! -El Conde gritaba, exultante y sintiendo la victoria cercana, cuando la Unidad de Ángeles Oscuros irrumpió violentamente para cortar de raíz la incipiente rebelión. Se emplearon a fondo: los focos de luz ultravioleta y los bastones de plata acallaron a base de quemaduras y golpes a la turba, que no tardó en ser controlada, puesta bajo cadenas y llevada a las mazmorras. El viejo humano pereció durante la masacre; su cadáver fue quemado allí mismo.

El último en rendirse fue el Conde, al que sacaron a rastras, con media cara abrasada y el manto completamente desgarrado. Estaba destrozado y únicamente alcanzaba a balbucear unas palabras.

-No es justo, ¡no lo es! Una existencia dedicada al terror, y ahora esto…

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