El repeinado ejecutivo entró en el vestíbulo y se dirigió, tieso como una escoba, a la mesa próxima.

–Buenos días –saludó el ordenanza, cordial.

–Vengo por la entrevista de trabajo.

–¿Viene por…?

–¡¿Está sordo?! ¡La entrevista! ¿En qué planta es?

–¿Cuál de ellas? Hay varias.

–La más importante, por supuesto: jefe de personal.

–Creo… No estoy seguro…

–¡Estupendo! Y aún dirá que cobra poco… ¡Pregunte, hombre! ¡Pregunte!

–Tranquilícese, señor: no pasa nada.

–¡Ese es, precisamente, el problema: que nunca, en ningún sitio, pasa nada! ¡Vamos, aligere, que no tengo todo el día!

Azorado, el subalterno pulsó una extensión telefónica e intercambió unas palabras con alguien:

–Planta siete, sala uno…

–¡Le recomendaré para un ascenso! –ironizó el otro, ya a su espalda.

Se abrieron las puertas automáticas en la séptima y, detenido por una imprevista señora fregando el suelo, a punto estuvo de caer sobre ella.

Bufó, contrariado.

Quiso sortear el obstáculo diagonal de la fregona y éste interceptó, a derecha e izquierda, «¡Zas!, ¡Zas!», su progreso.

–¡Oiga! ¡¿Qué hace?!

–Disculpe… No le había visto.

–¡Cualquiera lo diría! ¡¿Quiere dejarme salir?!

–¿Puedo saber dónde va?

–¡¿Y a usted qué le importa?!

–No me malinterprete: acabo de fregar el larguísimo pasillo y termina mi turno. Si fuera muy adentro, tendría que repasarlo todo otra vez…

–Voy a la sala uno.

–¡Vaya, hombre: justo en la otra punta! ¿Puedo pedirle su ayuda? Como no quisiera hacerle subir a pie desde la sexta, ¿le importaría continuar en el ascensor hasta la octava y bajar luego por las escaleras del fondo, ya cerquita de la sala uno?

–¡¿Qué?! ¡¿Está de broma?!

–No, señor. Me ahorraría un trabajazo salvándome, además, de llegar

tarde a la cita de mi hijo con el oftalmólogo.

–¡Su «trabajazo» y sus citas son su problema! Aparte.

–Por favor…

–¡Ni por favor ni por estribor! ¡Aparte!

La señora se hizo a un lado, resignada.

–¡Desde luego…! Se afilian a cualquier sindicatucho y ya piensan que pueden hacer lo que quieran… –rezongó, pasillo adelante–. ¡En cuanto firme el contrato, se va a enterar los perroflautas estos!

Y, de repente, burla cruel, siguió en zigzag.

Se detuvo ante la puerta: SALA 1.

Se volvió: en el otro extremo de sus numerosísimos pisotones ya no había nadie.

–Sí, vete a gemir a tu rincón favorito… ¡Lo que tiene uno que aguantar! –Consultó el reloj– ¡Clavadito! Puntualidad británica y eficacia germana! A ver dónde encuentran un candidato mejor que yo… ¡Me van a hacer la ola, como en el fútbol!

–Disculpe…

Una mujer con aspecto atildado de secretaria descendía por las escaleras («del fondo, ya cerquita de la sala uno») próximas.

–¿Viene por la entrevista de jefe de personal?

–Sí… –Se acercó.

–Soy la responsable de prevenir a los candi –y un fatídico traspié – ¡Aaaah! – , hizo que el oscuro contenido de su vaso acabara tiñendo camisa y corbata.

–¡¿Pero es que aquí no hay nadie útil?! –explotó él.

–¡Ay! ¡Cuánto lo siento! Menos mal que el café ya estaba frío, si no…

–¡Encima, nunca mejor dicho:sin mi empleo y a Urgencias por quemaduras!

–Voy por… para… ¡Enseguida vuelvo! –aseguró disparada escaleras abajo.

–Sí, vete que no te vea… ¡Otra para la lista negra!

Media hora después, sin rastro aún del quitamanchas prometido, sonó su teléfono móvil: una voz masculina, curiosamente familiar, le pidió que entrase en la sala.

Respiró hondo, inventó un escudo antilamparones con el maletín y esbozó su mejor sonrisa. Abrió, «¡Soy el number one, soy el number…!», la puerta y…

…quedó petrificado.

En una mesa, el ordenanza del vestíbulo, la señora que fregaba el pasillo y la secretaria del café.

Aún perplejo, retrocedió.

–¡No, no! ¡En esto no se ha equivocado! Pase, pase… –animó aquél.

Remiso, el aspirante superó al fin la duda.

–Le invitaríamos a tomar asiento, pero el trámite no será necesario.

¿Le sorprende? Pues no debería.

–¿Qué… qué significa esta broma?

–No es ninguna broma. Como usted, ni mis compañeras ni yo somos lo que parecemos: integramos el tribunal de la convocatoria para jefe de personal de esta empresa.

»Vistos su excelente curriculum, tan bueno, por otra parte, como el de muchos otros, y el resultado de su prueba, le informo que Humanus contrata, ante todo, personas. Y usted, señor mío, no se ajusta a ese perfil. En absoluto.

–Huelga indicar que le abonaremos los gastos del tinte –añadió la aparente secretaria.

–¡Se están equivocando!

–No tanto como usted. Gracias por su tiempo.

–Y salga sin cuidado –remató la supuesta limpiadora–: el suelo ya está seco.

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