MIRADAS DE LUZ
Simón está nervioso, oculto en la cocina del restaurante. A través de la ventana por donde se entregan las comandas puede ver la sala. En ella está Violeta; la observa sin ser visto o , al menos, eso cree él. Violeta va rápida desde el mostrador a las mesas y él la observa con interés y ansiedad; tiene ganas de conocerla pero teme que el encuentro sea desagradable.
Abrió esta franquicia hace años y a ella ha dedicado buena parte de su vida. Ha ganado bastante dinero: estos locales de comida rápida están en boga y él ha defendido cada euro con dureza, sin remilgo alguno. Con los empleados ha sido inflexible, poco generoso, sabe que la competencia es grande y hay que contener los precios al máximo. Cuando puede les hace trampas en las nóminas, en las horas extras y paga «en negro» algunas partidas; con eso no tiene remordimientos. A fin de cuentas son las leyes del mercado y todos hacen parecido.
Eso le ha permitido mantener el negocio y llevar una vida desahogada, incluso lujosa. Si no ¿cómo habría pagado su chalet con piscina? ¿sus espléndidos regalos a Mara, su mujer?¿sus donativos a la sinagoga, a la que va cada sábado?
Sus empleados le esquivan cuando pueden y él tampoco es propicio a un trato cercano con ellos. Le evitan y temen sus artimañas, aunque no presentan conflictos. Fuera de su familia y alguna reunión con otros franquiciados, Simón tiene muy pocos tratos y, quizás, ningún amigo; él vive para su familia y su trabajo. Los que podrían estorbarle miran para otro lado.
Violeta es una empleada distinta, ella sí es combativa. Alta, de ojos azules y mirada profunda, una joven rumana llena de energía. Simón ha recibido muchos elogios sobre ella a través del encargado. También sus reclamaciones: protestas sobre las nóminas, las horas extras, las condiciones de trabajo…Cuando algo no es correcto se queja al encargado y anima a los compañeros a romper su silencio temeroso. Pero como camarera es ejemplar; sirve a los clientes con diligencia y siempre con una delicada sonrisa.También defiende las quejas de los clientes como suyas.
Simón quiere conocer a Violeta para informarse por sí mismo, para ponerla en su sitio. Por eso está en la cocina en contra de su habitual distancia con los empleados. Si algo caracteriza al empresario es su curiosidad insaciable.Agazapado en el ofice, observándola, no le importa rebajarse ante los cocineros ni le importan las sonrisitas de los que lo ven con su impecable traje negro en medio de humos y ruidos.
Duda como presentarse ante Violeta, como abordar el encuentro. Pero Violeta lo ve a él y se presenta resuelta en la cocina.Va a su lado y se queda inmóvil mirándole a los ojos; le sonríe. Mirada profunda, dulce, que acaricia a Simón. Las miradas se abrazan.El instante se hace eternidad y Simón enmudece, se le duermen las palabras, las preguntas, las advertencias. Esa mirada azul ha removido su ser. Siente hormigueo, una sensación de vértigo; no puede apartar la vista del rostro de la chica.
Violeta rompe el silencio con dulzura:
–Don Simón, tenemos que hablar. Podemos tomarnos un café en el bar de al lado; si el encargado me da permiso, claro.
Las palabras sin reproche, sin atisbo de amenaza, descolocan al empresario curtido; al hombre de negocios acostumbrado a palabras violentas, a situaciones tensas. ¡Esta mujer bonita a la que el ha despreciado le invita a un café! Ha quedado confundido.
–Se llama Violeta ¿verdad? ¿por qué no viene esta tarde a mi casa y hablamos allí? Así conoce a Mara, mi mujer, y a mis hijos.
Los otros empleados y el encargado se quedan de una pieza ¡nunca han estado en casa del patrón mi conocen a su mujer! Simón no ha tenido trato familiar con sus empleados.
El mismo está sorprendido.
Cuando Violeta llega al chalet Simón la está esperando y la pasa en seguida al despacho;un despacho frío, oscuro, muy recargado. Tiene los libros de contabilidad y la carpeta de nóminas encima de la mesa. Simón corre las cortinas y enciende la luz. El cuarto ha cobrado vida. A Violeta parece no sorprenderle ver las cuentas abiertas.
Simón empieza con vacilación.
–Mire Violeta, bueno siéntese ¿Quiere un té? Ahora viene Mara y nos lo trae. Usted sabe que este negocio es duro, con mucha competencia y los precios se miran mucho.Hay que hilar muy fino ¿comprende? He estudiado sus reclamaciones y vamos a atenderlas; tengo alguna reserva de dinero.
La voz de Simón se quiebra, continúa segura pero emocionada.
–Pagaremos las diferencias como atrasos , para evitar multas de hacienda ¿sabe? También las de sus compañeros. Ahora el negocio va mejor, la gente gasta mas.
Mara entra en el despacho, saluda a Violeta y sonríe a su marido;después le da un beso en la frente.
Pone la mano con delicadeza en el hombro de Violeta.
–¿Puedo ofrecerle un té?
— Sí, me encanta el té; en Rumanía lo preferimos al café.
-¡Ah! ¿Es usted rumana?¡Bonito país! Mis antepasados son de allí; mis padres pudieron salir antes del pogrom de los nazis. Los ortodoxos nos ayudaron mucho ¿Es usted cristiana ortodoxa?…
Simón, impaciente, interrumpe a su mujer…él no había terminado su oferta.
–Bueno Violeta, también le daré un cheque , un pequeño donativo para su iglesia de Madrid. Nuestro rabino nos ha dicho que tienen ustedes mucha necesidad. Lo que dice mi mujer es cierto: los ortodoxos ayudaron a los judíos cuando los perseguían los nazis.
Ahora les puedo ayudar yo…
Mara se retira asombrada a preparar el té. Las lágrimas caen alegres por sus mejillas ¿Qué tenía la mirada de aquella mujer para que su marido hablase así?
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