Cuestión de supervivencia

Cuestión de supervivencia

Sólo faltaba un día para saber si seguiría en ese empleo al que nunca pensé tendría que aceptar, un empleo que no me realizaba por completo, pero que de alguna forma había sido una pequeña tabla salvavidas en los últimos cincuenta y seis días y que no sabía si quería terminar o no.

  • – ¡Ey Pili! – me espetó mi compañera mientras engullía un bocadillo en los escasos veinte minutos que tenía para comer – vuelve a la tierra, que parece que te has perdido.
  • – Hola Rita, estaba pensando que me va a dar pena cuando me digan que no vuelva el viernes. No es que eche de menos los insultos de los clientes cuando les ofreces servicios que no necesitan y aumentan su factura un par de euros, pero sí voy a echar de menos tu compañía y las risas que nos echamos.
  • Entonces ella me miró con un atisbo de pena en sus ojos brillantes y le restó importancia con un chascarrillo que me hizo reír, pero ambas sabíamos que pronto se acabaría esa cercanía que tal vez, por necesidad, habíamos tenido en tan poco tiempo. Habíamos coincidido en un curso de formación para atención telefónica (más bien para vender cosas inútiles a clientes que se hartan de que les molesten a llamadas) porque con una edad pasada de los 40, con muchos años en una empresa que tuvo que cerrar y con otros dedicados al cuidado de un familiar, las dos teníamos un historia bastante parecida y necesitábamos salir de casa, respirar aire y sentirnos realizadas de alguna manera, aunque fuera en un trabajo mal pagado (bueno, te daban chuches si hacías una venta, yujuuuu), desagradable algunas veces (tenías que aguantar que se cagaran en tu familia a veces) y con unos jefes que padecían claramente de complejo de inferioridad (muchos años trabajando, seguramente sin formación y sin vender una escoba en su vida, te daban lecciones de cómo hacerlo, cómo convencer al cliente y además se permitían el lujo de abroncarte delante de todos a voz en grito para darte una lección…. Creo que no me equivoco con el calificativo). Pero ahí estábamos Rita y Pili para darlo todo y salir adelante. Cuando yo estudiaba mi carrera (porque sí, hoy en día estos trabajos los ocupan muchos titulados superiores), tenía el estúpido pensamiento de que la persona que no trabajaba era porque no quería (qué equivocada estaba) ahora conozco a muchas personas, que quieren trabajar y se pasan años parados.
  • – Bueno Rita, mañana mi último día, te voy a echar de menos
  • – Y yo, pero nos veremos fuera de aquí ¿verdad?
  • – ¡Por supuesto! tienes que conocer a mi colchonero en persona – le dije con una sonrisa al acordarme de mi pequeño que tantos dolores de cabeza me daba y que tanto me había alejado del mundo laboral, pero que ocupaba mi vida entera y así debía ser simplemente porque me necesitaba.
  • – ¡Hasta mañana linda!
  • El viernes llegó y yo intuía que no me renovarían (no se me da muy bien vender y menos cuando no creo en el producto), pero intentaría hacerlo, como todos los días. Una de mis primeras llamadas fue con una señora muy amable (y mayor), a la que no le interesaba el producto, pero sí una conversación y claro, yo la atendí gustosamente, pero a media mañana atendí a un señor un tanto peculiar:
  • – Buenos días mi nombre es Pili Gómez, preguntaba por D. Andrés Cuesta.
  • – Can you speak English?
  • – Ummm…, lo siento no. ¿es usted D. Andrés, no habla castellano?
  • – Sorry, Can you speak English?
  • – Lo siento…. Am I calling to Square number five?
  • – ¿Huit… er ocho…?
  • – Number eight?
  • – Yes!
  • (Silencio mientras codifico llamada)
  • – Esta gilipoyas, sinvergüenza…
  • – Hombre caballero, veo que para insultar, utiliza muy bien el castellano.
  • – ¿A que sí?, ¡vete a la mierda idiota!
  • – Gracias por su atención caballero, que pase un buen día.

Me quedé durante unos minutos sin saber si seguir atendiendo llamadas o irme a uno de mis larguísimos descansos de cinco minutos en los que malamente me daba tiempo a hacer pis, llenar la botella de agua y volver a mi sitio.

Qué decir tiene que en cuanto se lo conté a Rita, algún chascarrillo soltó y nos reímos como tontas, pero con ganas durante un rato, y así se pasó el mal trago del momento.

Media hora antes de terminar mi jornada, me indicaron que cerrara el programa, que me iban a dar la cartita… sí, el despido y el motivo del mismo “hay que despuntar mucho para renovar”. Entonces… ¿sólo era porque no podían renovar personal?, bueno, era un pequeño alivio; si me ponía a pensar había superado una entrevista colectiva, cinco días de formación, una prueba simulacro, un mes de prueba… y todo ello a mi edad, con más de dos años en paro y con muchos problemas personales (más de los que me gustaría), no estaba mal, podía sentirme orgullosa (es muy triste sentirse orgullosa por eso cuando has estudiado para sentirte realizada contigo misma y la sociedad, pero bueno, había que autoconvencerse).

Ahora tocaba lo más difícil, despedirme de Rita. Un abrazo fugaz, unas lagrimillas y hala, ya chatearíamos después.

Es muy curioso cómo a veces la vida no te lleva por donde quieres, si no por donde le da la gana a ella y tienes que nadar a contracorriente hasta que no tienes fuerzas. Y te dejas arrastrar un rato, y nadas otro poco y te vas enredando en el camino con ramas y lodo del río y tienes que bracear con más ahínco y cuando crees que la orilla está cerca, un pequeño remolino tira de ti y te absorbe y hunde en sus frías aguas, pero sigues braceando, boqueando y pataleando por ti, por los tuyos y por esa orilla que cada vez se difumina más. Cuestión de supervivencia dicen que es.

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