Por fin estaba sentada delante de su micrófono. Era su hora, la una de la madrugada, el instante en el que empezaba su espacio. Después de los deportes de las once solo quedaban al otro lado lunáticos que necesitaban descargar sus frustraciones. Y gracias a todos esos desgraciados se había hecho célebre, así como el nombre de su programa el Gramófono Caliente. Había logrado ese punto de natural sensualidad en la voz que la hacía flotar para atrapar a todos solitarios del mundo. Estaba subida en la cresta de la ola, cambiaría a un programa de tarde. Solo debía aguantar un poco más.
Ese día se hallaba de especial mal humor. Aún recordaba el incidente con el policía, al saltarse el último cruce antes de llegar a la emisora. Apareció de la nada “¿Sabe que ha pasado en rojo?”, y claro que lo sabía, era más de las doce, un lunes en Barcelona. No había reglas para ella, la reina de la noche. Lara puso su cara más cándida, mientras le decía con fingida sorpresa “¿de verdad señor agente? lo siento mucho”. Pero al fijarse más en él se estremeció. No era el fuerte hedor que desprendía, o la barba espesa que le tapaba toda la cara, o las gafas de sol reflectantes que llevaba puestas a aquellas horas, fue ver esas gotas de sangre en la corbata lo que la aterró. “Ha tenido suerte, la he reconocido, es la de la radio, ¿verdad?, puede irse” le soltó de repente con voz demasiado grave.
Y Lara aceleró sin pensárselo para alejarse de ahí. No fue hasta estar recostada en su silla, esperando que sonara su melodía, cuando recobró cierta compostura. La primera llamada que entró esa noche la despachó con el piloto automático. Fue previsible y sin sustancia, como la mayoría. Eso la ayudó a relajarse un poco más.
─Hola, con quién hablo ─. Siempre empezaba de la misma forma.
─Hola Lara, me llamo Andrea, lo primero que quería decirte es que me encanta tu programa ─ inseguridad. Se la imaginó sola en la habitación con un montón de pañuelos de papel usados, trémula, con ojos rojizos por la llorera. Le dio asco “claro que os gusta lo que os doy, no hay nadie más en vuestras vidas…”
─Y a mí me encanta que nos hayas llamado, cuéntanos… ─.Lo que siguió después fueron tres minutos en los que la tal Andrea detalló su trabajo como taquillera de cine, y lo sola que se sentía cada día al ver la gente hacer cola con sus parejas y sus hijos. Entre sollozos colgó dándole las gracias por haberla ayudado y repitiendo lo genial que era su programa.
Pasaron seis más, cada cual más patético. Entonces entró la última llamada del día.
─Hola, con quién hablo ─.Su tono fue incluso más monótono que con el resto. Ya solo pensaba en acabar, llegar a su pequeño paraíso de soltera en el corazón de Gracia y ducharse con agua bien caliente. Eran las tres menos cinco. Se lo merecía.
─Me gustaría pedirte respeto ─la frase le cayó como una bofetada inesperada ─Espero cierta cortesía ya que te voy a dedicar mi tiempo. No me trates como a los demás imbéciles que has largado hoy. Tómatelo en serio conmigo.
Era una advertencia. Lara se quedó sorprendida por esa voz profunda, lejana, con eso tono severo, contenido. Solo se le ocurrió decir:
─De acuerdo, serás mi persona especial del día ¿quién eres?
─Más importante que saber quién soy es saber lo que soy ─ hablaba más pausado, notaba su esfuerzo.
─Y qué eres ─se estaba empezando a poner nerviosa de nuevo. Un cosquilleo de intranquilidad le empezó a subir hasta la garganta.
─Soy un turista ─oyó cómo suspiraba ─Aunque no me dedico a visitar nuevos paises. Ese tipo de turismo es vulgar, de borregos.
─ Y qué visitas entonces ─en ese momento supo que, en realidad, no lo quería saber, pero lo había preguntado y contuvo el aliento a la espera de su respuesta.
─ Yo visito vidas ajenas, soy un turista de personas ─Lara se encogió un poco más ─entro en las casas de los demás e inspecciono sus recuerdos, su ropa, sus secretos. Es el gran hobby de cada noche, encontrar lugares nuevos e interesantes en los que entrar, planificar cada paso, notar la excitación contenida ante lo desconocido. Degustar el placer de coger un souvenir de cada una de mis visitas. A veces unas medias, otras un reloj de bolsillo, fotografías guardadas en cajas de zapatos. Dejar algún regalo, mi impronta de forma imperceptible, en un pequeño corte en el retrato al óleo del comedor, una manzana mordida, una caricia o un beso de buenas noches en la mejilla. ─jadeaba alterado.
─ Y por qué lo haces ─no pudo evitar la curiosidad, estaba temblando en la silla.
─ No eres cómo los demás Lara, lo sé. Me decepcionaría pensar que te has vuelto previsible ─ su tono paternalista le hizo estremecerse aún más ─ellos siempre hacen a misma pregunta, ¿por qué? Quieren definirlo todo, poner etiquetas, encasillar, pero hay cosas que no se pueden explicar. Esta noche quería compartirlo contigo, abrirme. Ha sido un error, veo que no estás preparada Ya hablaremos en otra ocasión. Buenas noches.
Colgó el teléfono con violencia, quería gritar. La rabia le golpeaba la sien como un martillo de repetición. Habían hablado antes de entrar en el programa, y había notado con excitación el miedo en sus ojos. Creyó que era el momento. Ella no había estado a la altura. Tiritaba, tenía que saciar ese enfado pronto o perdería el control y eso no se lo podía permitir. Miró las fotos pegadas en la nevera, donde ella parecía feliz. Decidió llevarse una de recuerdo, se la veía en la nieve, sola, sonriendo, eso le calmó. Hoy tampoco se quedaría a esperarla. Se fue al comedor y dejó su corbata ensangrentada debajo de un cojín del sofá. Ahora se sentía mejor.
Mañana volvería a hacer turismo, una vez más.
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