SIGUIENDO EL CURSO DEL ARROYO

SIGUIENDO EL CURSO DEL ARROYO

La leve luz que entraba por el techo hizo que Henry se incorporara del pajal que tenía por cama, despertó a Juan de apenas  cinco años  y corrieron al patio interno a cumplir con sus labores diarias.

Alimentó a los animales de corral, luego recolectó pasto para la  vaca de nombre manchas y aprovechó para ordeñarla, la poca leche que obtuvo solo alcanzó para llenar el vaso de don Cristóbal quien es el dueño del auspicio.

Juan lo siguió, pero solo podía cargar una pequeña cubeta con agua, que vaciaba en cada bebedero que le correspondía llenar.

A sus catorce años Henry es el niño de mayor edad del auspicio que comparte junto a otros diecisiete niños de edades entre cinco y catorce años.

Don Cristóbal se levantó a las nueve de la mañana, aún con los efectos del licor consumido la noche anterior, se paseó por el patio comprobando que los niños cumplieron con sus labores.

Con un cuero en la mano los mira fijamente cuando pasa a su lado.

Uno de los bebederos estaba incompleto y sin compasión descargó toda la fuerza del cuero en la espalda de Juan, quien sin moverse ni levantar la mirada dejó correr una gruesa lágrima de sus aguados ojos.

Su mirada estaba dirigida a Henry cuando descargó el golpe, quién intentó permanecer inmóvil, pero sólo por una fracción de segundos movió los ojos para comprobar que Juan estaba bien y eso bastó para que fuera el blanco de una descarga de seis golpes.

Henry pensó en mil maneras de detener para siempre la injusticia de los castigos, pero tan sólo al escuchar su voz  temblaba de miedo.

Don Cristóbal conforme con la sumisión mostrada por Henry, siguió caminando y repartiendo sonoros y fuertes golpes a cada uno de los niños.

Luego dio su matinal discurso  – saben que sin mí ya estarían muertos de hambre,  cuando sus padres los abandonaron o se murieron, accedí a recibirlos y cubrir sus necesidades,  merezco respeto y que cumplan sus obligaciones, pero son unos malagradecidos que  sólo entienden a golpes, ahora si quieren comer vayan todos a la calle a traer dinero y más les vale que no lleguen con las manos vacías.

Henry tomó a Juan de la mano y se fueron al mercado a limpiar las áreas externas de cada puesto, con la esperanza de que les obsequiaran alguna moneda, pero sólo recibieron insultos y golpes.

En el pueblo lo que más abunda es la pobreza, nadie se da el lujo de obsequiar una moneda, una de las fuentes de ingreso es el auspicio,  el gobierno les otorga una cuota al mes por cada niño que recibe, pero ese dinero solo sirve para aumentar las arcas personales de don Cristóbal que no gasta ni una moneda y les exige que traigan más cada día.

Muchos niños quisieran escapar, pero él tiene los permisos de su custodia,  el alguacil está en el deber de regresarlos, y les esperaría un duro castigo si llegaran a intentarlo.

Pasaron el día sin conseguir ni una moneda lo que significa que ambos se acostarían sin comer, Henry tenía miedo del castigo que recibiría, pero no dijo nada para no asustar más a Juan.

Al llegar se unieron al resto de los niños que esperaban en el patio en la misma posición que estaban en la mañana, mientras don Cristóbal iba recibiendo el dinero recaudado.

Uno de los niños entregó una moneda y recibió tres fuertes golpes del cuero, ya que mantenía otra oculta en sus pantalones como reserva para garantizar la entrega del siguiente día.

Cuando llegó el turno de Juan recibió el primer golpe sólo por tener cara de llanto.

Le preguntó – ¿Dónde está el dinero?

Juan mantuvo la cabeza baja en señal de que no tenía nada.

Preparó el cuero para descargar toda su furia en el niño,  Henry sin saber de dónde sacó el valor suficiente tomó a Juan de la mano he intentó huir, cuando iban llegando a la salida el cocinero logró arrebatárselo, y él sí pudo seguir corriendo.

– No me dejes – gritó Juan.

– Volveré por ti  – le gritó cuando se alejaba.

Corrió por la calle central del pueblo hasta salir al campo, donde se ocultó en unos secos matorrales, desde ahí veía como el alguacil y otras personas lo buscaban con antorchas, pero al poco tiempo desistieron.

Caminó por varios días sin rumbo fijo, atravesó un pequeño desierto y llegó a una humilde granja donde aprovechó de dormir profundamente en el granero.

Al amanecer lo despertó el granjero, que con un garrote le descargó una paliza y lo echó de sus tierras, al final le mostró su escopeta para que no se le ocurriera volver.

La hija del granjero de nombre Isabel que es de su misma edad, salió de la casa cuando lo estaba apuntando y corrió a detener a su padre, quien de un empujón  la devolvió a la casa.

El gesto de la niña al intentar salvarlo y su hermoso rostro hizo que Henry se decidiera a no marcharse y pasó el día por los alrededores, en la noche volvió a dormir en el granero, se levantó antes del amanecer  y cumplió con  las tareas de la granja que muy bien conoce.

Al levantarse el granjero lo encontró trabajando y una vez más lo echa de  sus tierras.

Isabel  esa tarde le dejó comida en la parte externa del granero,  él la ve cuando lo hace,  en la noche come y  duerme en la cómoda paja, se levantó más temprano que el día anterior, cumplió con las actividades de la granja y salió huyendo cuando el granjero venía a echarlo, pero esta vez sin dejar nada pendiente.

Repite esa misma acción por varios días, Isabel se asegura de dejarle suficiente comida y el granjero le permite terminar las tareas, lo que de alguna manera significa que comienza a tolerar su presencia.

Una mañana tanto el granjero como Isabel se levantan y no lo ven, ella sale a comprobar que la comida sigue en su lugar y él a ver que los animales no fueron alimentados.

La tristeza en el rostro de Isabel era evidente, su padre le dice que no se preocupe que con la persistencia de ese niño seguro que vuelve.

Luego de cuatro días, la tristeza de Isabel se transformó en llanto y el enfermo granjero también resultó muy afligido porque con su delicada condición debió volver a las duras faenas de trabajo.

La granja en sus mejores tiempos era próspera con fértiles tierras, pero la sequía que azota la región aunado al agotamiento del pozo y el delicado estado de salud del granjero, hicieron que se viniera a menos y sólo quedaban escasos animales.

  • Voy a buscarlo – le dijo Isabel a su padre.

  • Ten cuidado y no te alejes demasiado.

  • Subiré a un árbol alto  y de ahí intentare verlo.

  • Cuídate mucho hija no te pongas en riesgo.

Caminó decidida en dirección a lo que antes era un pequeño bosque y ahora sólo son árboles secos.

Subió a un árbol y lo vio de espaldas a poca distancia, su corazón le dio un vuelco de emoción,  recordando su rostro se apresuró a bajar del árbol  para ir a su encuentro.

  • Hola – le dice al pararse detrás de él.

  • ¿Hola cómo estás? – le responde muy nervioso.

  • Muy bien, mi padre y yo estamos extrañados de que no volviste por nuestra granja, pero veo que decidiste trabajar la tierra por tu cuenta.

  • Espera un momento y veras lo que estoy haciendo, ya casi término.

Corrió en dirección contraria a la granja, golpeó un poco la tierra y una débil hilera de agua comenzó a recorrer un surco que ella no había notado que estaba en el suelo.

Siguió el curso del agua hasta alcanzar el punto donde ella estaba y juntos lo siguieron mientras les mostraba el largo camino de regreso a la granja.

  • Este es el nuevo sistema de riego para que puedan volver a sembrar.

  • ¿Sistema de riego?

  • Si me tomó cuatro días hacer el surco, se me ocurrió la idea cuando descubrí ese pequeño arroyo mientras huía de tu padre.

  • Es una gran idea que nos permitirá reactivar la granja.

  • He estado ayudando con el trabajo en agradecimiento a que intentaras defenderme el primer día que vine, y por dejarme comida todas las tardes.

  • También te agradezco por mi padre que está muy enfermo, ya  no puede con la faena de trabajo y a mí se me hace difícil cumplirla.

  • Lo sé por eso quería ayudarlos y también para tener un lugar cómodo como el granero para dormir.

  • Por cierto, no nos hemos presentado, mi nombre es Isabel.

  • El mío Henry,

  • ¿Y qué haces por aquí? ¿dónde están tus padres?

  • Ellos murieron cuando era un bebé y desde entonces he vivido en un auspicio, pero la cosa se puso fea y tuve que escaparme.

  • Lo siento mucho, mi madre también murió cuando me estaba dando a luz y desde entonces mi padre me sobreprotege, soy lo único que le queda en la vida, por eso fue tan agresivo cuando llegaste.

  • Yo invadí sus tierras, en su lugar hubiese actuado igual.

  • Pero una vez más debo agradecerte por ser tan persistente y continuar ayudando.

  • Es un gusto para mí pero el trabajo apenas comienza, ahora debo preparar la tierra para que sea sembrada y mejor me voy antes de que tu padre note mi presencia.

  • Pero no debes irte, por favor ven a comer con nosotros.

  • ¿Comer con ustedes? ¿En una mesa como si fuéramos una familia?

  • Si, acompáñame para presentarte con mi padre.

  • Prefiero no ir, él puede volver a golpearme.

  • No te preocupes ya no volverá a hacer eso, me permitió que viniera a buscarte.

  • Bueno entonces te acompañaré.

Al llegar a la casa, de manera tímida se acercó a una distancia prudencial para poder huir si era necesario, mantuvo la cabeza baja en señal de sumisión como estaba acostumbrado a hacerlo.

El Granjero no le dio importancia a su presencia y se apresuró a abrazar a su amada hija.

  • Estaba muy preocupado, te tardaste mucho en volver.

  • Fui muy lejos para encontrar a Henry, pero ya estamos de vuelta.

Fue ahí cuando el granjero volvió la mira a donde estaba el niño, que con mucho temor bajo más la cabeza sin atreverse a mirarlo.

  • Hola Henry mi nombre es Esteban, tenías mucho tiempo merodeando por nuestras tierras, y de repente ya no volviste.

  • Hola Señor –  le dijo sin atreverse aún a levantar la mirada.

  • ¿Y a donde estabas estos días?

  • Estaba haciendo un sistema de riego – fue Isabel quién contestó a la pregunta.

  • ¿Un sistema de riego? ¿Y de dónde va a sacar el agua con esta sequia?

  • El rostro de Henry se iluminó al responder la pregunta –  la traje de un pequeño arroyo que está a varios kilómetros de distancia.

  • Eso sería de gran ayuda para la siembra pero estoy muy enfermo para poder hacer todo el trabajo que implica, por lo que perdiste tu tiempo en hacerlo.

  • Si le permites quedarse, seguro Henry aceptara ayudarnos y entre los dos podemos hacerlo – dijo Isabel.

  • Aún así sería mucho trabajo para dos niños, tendríamos que contratar personal y no tenemos dinero.

  • Por favor permítanos hacerlo, estoy seguro de que podremos lograrlo – dijo Henry.

  • Pero igual no tengo dinero para pagarte.

  • No es necesario que me pague nada, solo permítame dormir en el granero.

  • Muy bien, pueden hacerlo.

  • Gracias Papi – dijo Isabel mientras lo abrazaba.

A la mañana siguiente cuando Isabel se levantó ya Henry con un viejo arado que encontró en el granero, llevaba muchos surcos abiertos, la tierra estaba muy dura lo que hacía el trabajo más difícil de lo que esperaba, pero nada le haría desistir de su idea.

Isabel trajo a su viejo buey y le ató el arado lo que facilitó la tarea, al cabo de tres días terminaron una buena parte de los surcos, ella fue echando la semilla y él cubriéndola con tierra.

Luego desviaron el agua completando el efectivo sistema de riego y así la primera etapa de la siembra.

En seis meses la granja era muy productiva y con la carreta tirada del único caballo, fueron al pueblo más cercano a vender la cosecha,  con el dinero ganado compraron semillas de mejor calidad y poco a poco más animales para la cría.

Luego de dos años la granja era la más prospera de los alrededores y parecía iniciarse una etapa de felicidad en sus vidas, pero Henry no podía dejar de pensar en Juan y la promesa que le hizo de volver, y les avisó que debía irse.

Isabel lloró por su partida y se ofreció a acompañarlo, pero él le hizo ver que debía cuidar a su padre y atender la granja, que solo iría a buscar a Juan y volvería lo antes posible.

Llegó al auspicio donde Juan ya de casi ocho años corrió a su encuentro, Henry le dijo que debían irse, pero él se negó a abandonar al resto de los niños, y decidió quedarse.

Henry se armó de valor y fue a enfrentar a don Cristóbal para que permitiera que todos los niños se fueran con él, éste agarró el cuero para golpearlo pero le detuvo el golpe con mucha facilidad, ahora era muy fuerte por el arduo trabajo, mirándolo directamente a los ojos como nunca se hubiese atrevido a hacerlo le dijo que no volvería a golpearlos

Don Cristóbal tembló de miedo ante su dura mirada, pero aun así se negó a entregarlos alegando que él tenía el permiso de custodia.

Henry le ofreció trabajar para el por seis meses si les permitía llevárselos.

Don Cristóbal aceptó, aun cuando Henry pensó que no cumpliría no le importó, por lo menos quería asegurarse de que no les faltara nada y que no volvería a golpearlos.

Inició un proceso similar al de la granja con la dificultad de que no había un arroyo cerca, se tardó un mes abriendo hoyos hasta que encontró un fértil rio subterráneo que brotó con fuerza a la superficie, lo llevó con surcos al auspicio que antes de la sequía y en la juventud de don Cristóbal era una prospera granja.

Don Cristóbal permitió que el resto de los niños lo ayudaran, sumándose también al trabajo cuando comenzó la siembra, se sentía feliz de ver que sus tierras volvían a ser como antes, sin dudarlo sacó muchísimas monedas que tenía ocultas para comprar semillas.

En la primera cosecha las personas del pueblo vinieron a ayudar, generando empleo, la granja era muy grande y el crecimiento fue muy rápido, reactivando la economía del pueblo.

La cuantiosa cantidad de agua que brotaba del pozo permitió ser desviada a las granjas vecinas y Don Cristóbal les financió las semillas a cambio de un porcentaje de las futuras cosechas.

Al cabo de los seis meses, con la nueva actitud de don Cristóbal y la prosperidad de la granja ninguno de los niños quería irse, se sentían a gusto con el trabajo.

Don Cristóbal le pidió perdón a Henry por su mala actitud y le solicitó que se quedara, que ese era su hogar, pero Henry le dijo que él ya había encontrado su camino.

Juan se aferró a su pierna el día de la partida pidiéndole que se quedara, él le prometió volver siempre a visitarlos.

Don Cristóbal le ofreció una buena cantidad de monedas a Henry para que se las llevara y este las rechazó, diciéndole que él ya tenía todo lo que necesitaba de la vida.

Isabel estaba  ordeñando a la vaca cuando lo vio venir en dirección del agua, corrió a su encuentro y se unieron en un beso.

  • Por favor nunca más vuelvas a dejarme – le dijo.

  • Nada ni nadie podrá alejarme de ti y si me fuera solo seguiré el curso del arroyo que me traerá de regreso.

El granjero al verlos se unió a ellos en un abrazo dándole la bienvenida.

Al cabo de unos años, dos niños y una hermosa niña corrían por las verdes praderas, mientras un feliz abuelo intentaba alcanzarlos.

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