Karim achica los ojos y se lleva  la palma de la mano a la frente  a modo de visera para combatir el calor insoportable del mediodía. A esa hora ya reverbera entre los peñascos metálicos de la barriada y ha comenzado a derretir hasta los últimos botones de su camisa. Palpa una vez más el contenido de la mochila y aparta distraído de un puntapié un par de gallinas famélicas que han comenzado a  picotear con desesperación sus zapatillas de deporte, la tela de fieltro asoma a la altura del dedo gordo del pie, y la mayor parte de la suela se ha despegado ya. Suspira, descorre la cortinilla deshilachada y entra en la diminuta casa de ladrillo y uralita.

Amine está inclinada sobre  el fogón mientras economiza los soplidos que avivan la llama necesaria para el cacito oxidado sobre el que se arraciman ocho miradas ávidas. Se detiene a observarla un momento, ha soportado mal los rigores del último verano, su mirada antes enérgica se ha vuelto acuosa, y las costillas distraen  el inicio apenas disimulado de su nueva postura, curva  y reconcentrada como una gárgola. A pesar de todo, cada día sigue mandando a las chicas al metro y continúa aligerando a dentelladas el contenido del saco que alimenta sus esperanzas.

-Hola Madre- Karim se inclina, descansa sobre ella una  mirada tierna como una caricia,  extiende una esterilla y toma una pequeña  regadera con agua para hacer sus abluciones. Afuera sólo se escucha el sonido del televisor por cable del vecino, la antena parabólica corona el tejado de lata.

– ¿Vienes de la ciudad?, ¿Algo hoy?

– Nada, pregunté a Pepe si habría trabajo en el almacén, me dijo que tal vez  en un mes, pero es difícil.

-¿Has comido algo?

-Pasé por la Madrassa del centro, donde el Libio, allí me dieron un poco de couscous. Podría llevarme a los pequeños la próxima vez, mejor que las casas de acogida…- Abdou repasa una vez más los rincones de la choza, las caras de sus hermanos que ya se agolpan sobre la olla y rebañan a puñados nerviosos  el mijo con leche. Durante los últimos meses a medida que disminuía el espacio vacío en la casa y las plegarias  y los murmullos se elevaban como buitres entre los coches de fuera, todos listos para el desguace , Karim ha empezado a tener sueños extraños.

– ¿El libio y los barbudos  esos? deja a tus hermanos aquí, ya me encargo yo de alimentarlos.- Amine reparte pescozones con el cucharón cuando alguno de los niños intenta rescatar de la olla la última ración sobrante, fuera Kribi lanza un balido lastimero. Karim sale y le echa un vistazo, aparta las cagarrutas y le lleva un poco de agua, el animal permanece inmóvil y jadeante, aplastado por el calor, – Pronto tampoco quedarán de él ni los huesos piensa.

-Estoy pensando en acercarme a uno de los hoteles  de la playa, a veces hay trabajo en las cocinas…- En realidad no recuerda si los sueños comenzaron cuando  llegó el resto de la familia y desaparecieron de repente  las últimas lluvias dando paso a los días interminables del verano, puede que unos días después de tomar la decisión.

-¿A un hotel deseos elegantes? ¿Estás loco? ni siquiera hablas bien español, ni te dejarán cruzar la puerta. Da igual, pronto pasará el verano y volveremos a sembrar mijo en el terraplén de atrás – Aichatou mete la mano en el saco, hace sonar su contenido, lo agita y lo sopesa con el amor desesperado de un contable.

– El Libio dice que sabe cómo podría ayudarme a cruzar la puerta, tiene contactos tal vez me acerque esta misma tarde- Los sueños acuden puntuales  cada noche y le picotean como cuervos furiosos. Le tironean los ojos hasta que se despierta sobresaltado de madrugada en la oscuridad de la choza, entre los quejidos perezosos de sus hermanos y un olor persistente a harapos tristes.

-Como quieras, pero las cosas mejorarán, rezo cada día por ello- Karim prueba apenas una cucharada del cazo  y se concentra meditabundo en el suelo repleto de bolsas de plástico y latas vacías. El libio dice que  el miedo es normal, y que si se lo pide él cuidará de que nada malo le pase a su familia.

-¡Im shalá! madre Im shalá –La telenovela parece haberse terminado, ya no se escucha el sonido del televisor y fuera  un grupo de críos juegan al fútbol  en el descampado, camisetas del Barcelona descoloridas se distinguen entre  pequeñas nubes de polvo. Karim coge la mochila besa a su madre y lanza una mirada furtiva a sus hermanos. Afuera vacila  un momento y mira hacia la chabola ,  finalmente toma  de nuevo la dirección de la ciudad. La barriada a esa hora está en completo silencio, no se observa a nadie entre las casuchas desvencijadas, sólo la tierra reseca parece dejar escapar un último lamento aguijoneada por el sol.

Dos horas después Karim distingue el olor del mar, las olas se estrellan contra la playa con una furia contenida que va aumentando a medida que sube la marea. La zapatilla acaba de romperse del todo, de un puntapié la lanza a la arena. Mira la mole resplandeciente e infranqueable, decorada con decenas  de banderitas multicolores . Una niña rubia aparece en la puerta, mira el mar, ríe y llama a su padre. Karim vuelve a ponerse la mochila sobre los hombros, ahora parece pesar una tonelada. El rugido de las olas  se mezcla  con el insistente timbre de los cláxones. Karim cruza la calle y echa a correr hacia el hotel

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