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  2. Intro (sin música
  3. )

Me llamo Guinda. Hoy quiero hacer llamar su atención sobre las personas que caminan sobre el asfalto. ¿Van a algún sitio? ¿Pasean por una carretera?

En mi moderna ciudad no es frecuente hoy en día tener que atravesarlas caminando para ir a alguna parte. Excepto en las carreteras del norte, donde de un pueblo a otro el antiguo camino se ha cubierto de cemento. Nada parecido a la India donde he visto como la vida y sus múltiples objetos de usar y tirar poblaban los caminos rodados.

En ocasiones una persona incluso cruza, como si fuese su camino hacia casa, una gran autopista. A veces encuentras totalmente perdida en medio del desvío a una mujer que parece dirigir el tráfico, aunque más bien es dirigida por este y empujada a quedarse en tierra de nadie; en un islote atemporal.

Las carreteras han inundado nuestra vida, y, sin embargo, han entorpecido nuestros pasos. Es imposible que alguien cruce con toda su “familia pato” y sería un espectáculo macabro que lo hiciese una verdadera pata con todos sus patitos.

Sin embargo, ahí están creando y recreando nuevos espacios en los que sobrevivimos.

  1. Indígenas

Virginia vive al borde de una carretera. Su casa de labradora se ha quedado aislada, desolada, casi patética sino fuese por su tenaz dueña que la arregla con esmero y se levanta todos los días a trabajar su huerto y a visitar sus gallinas.

Como si de un pueblo se tratase Virginia expone sus riquezas al borde, al límite, sobre unas mantas rayadas. Al igual que su nueva vida frente al asfalto éstas se encuentran a punto de caer rodando. Se ha quedado encajada entre un motel y una fábrica de coches. Humos y motores, ruidos y camiones, marcan una tierra que nunca más será pura y que es, sin embargo, suya.

Virginia tiene que caminar sobre la negra piedra si quiere ir al pueblo. Visita obligada los domingos que alimenta su espíritu, visita pagada los martes que acude a vender al mercado. Es éste el único día en que su límite parece recogerse alrededor de un círculo de puestos similares de gente. Personas que como ella vieron su vida desbordarse al construir la autovía, que hoy divide en dos al pueblo.

A algunos les va bien, más viajeros y viajeras les visitan. A otros les va mal, más solos se encuentran cuantos más coches ven pasar y más cafés deben servir. Los pueblos van quedando desiertos, sus casas siguen siendo de chapa, sus pagas siguen siendo bajas.

Riqueza no forma parte de sus vidas plenamente, pero la ven en ese otro lado del acantilado. Ella les seduce y amenaza, les llama con voz firme y voz templada.

  1. Riqueza

Ella llegó un día para quedarse. Nadie la ha visto nunca, pero nadie consigue olvidarse de ella.

Dicen que cuando pasa por tu lado sientes un calambrillo, un látigo en tu espalda. Y nunca más vuelves a caminar de la misma manera. Tus piernas pareciese que vibran solas al son de su música, ella te empuja desde dentro de la cabeza. Es la voz de la anticonciencia; que siempre te persigue.

Muchas veces hace que te olvides de quién eres y cuáles son tus verdaderos deseos. ¿Dónde quieres ir? ¿También estás perdida en medio del islote?

Ella no pregunta, contesta. He aquí su máximo atractivo. Te da una solución y tú la sigues.

Riqueza, con un manto azul en la mano, sola, y sin más ideas, llegó primero a las carreteras y se fue infiltrando poco a poco en los comedores, e incluso en los dormitorios del pueblo. Cambió las caras y predijo todo tal y como iba a suceder. Era inteligente, muy científica, y se dejaron convencer.

Ella solo corría y corría persiguiendo sin descanso a todo el mundo.

Los animales, sobre todo los perros, no la entendían cuando hablaba. Pensaban que quería jugar y se volvían revoltosos sacando la lengua. Ella se sentía muy molesta con su impostura y mala educación. Riqueza era insegura, meticulosa, y no osaba que le llevasen la contraria.

No sabía que todos los perros son inocentes.

  1. Las viajeras

Con el paso de los años Riqueza había tenido muchas hijas e hijos, como Impaciencia, Flexibilidad, Horario y Pobreza. Ellas se habían ido yendo a vivir por todo el mundo, instaladas confortablemente en el cuerpo de los humanos.

Pero lo cierto es que la vida es inesperada, siempre hay gente extraña, gente que busca conocer cómo son las cosas fuera de su tiempo, cómo eran también antes de todo fuese previsible.

¿Y qué pasa si antes no había tiempo?

Estas personas leerán mucho, hablarán como Riqueza criticándola, pero también, y esto es lo más curioso, pueden llegar a obsesionarse con la idea de que todavía exista alguien que no conozca a Riqueza y a su familia. Así sucedió entonces, así sigue sucediendo.

Su obsesión puede llegar hasta tal punto que decidan subir a un tren. A veces incluso pueden subirse a un borrico.

Una tarde de hace muchos años una mujer llamada Guinda llego al pueblo de Virginia.

Ella llevaba una gran mochila que esperaba ansiosamente llenar. Virginia acababa de levantarse y pacientemente echaba de comer a su gata.

Despacito salió a la puerta de su casa observando que el cielo estaba algo gris. Quizá lloviese pero aún era pronto para aventurar tormentas.

La carretera estaba algo extraña, ¿qué le pasaría? Un bulto gigantesco avanzaba sobre ella y poco a poco Virginia pudo distinguir que se trataba de un enorme ser color violeta.

Una mujer avanzaba bajo el él y sonreía. Su sonrisa era hermosa, pensó Virginia, aunque de momento no entendía qué clase de persona es la que anda por una carretera sin destino.

  1. El café

“Estoy buscando personas que vivan solas, que necesiten compañía.” – Virginia no comprendió, ella vivía sola, a ella le gustaban algunas compañías, pero no sabía si exactamente era esa mujer lo que necesitaba.

Aprendieron a escucharse con los ojos, con las pestañas, con cada músculo del cuerpo; pero especialmente con las orejas.

Guinda comenzaría en unos años de paseos por la carretera a comprender que la Naturaleza pura no existía, que en los pueblos las personas debían vérselas con todo a la vez, que la pureza estaba en las noches de verano al igual que en la ciudad y que la exclusión es una palabra amarga pero que palpita, que no se pronuncia porque se resiente a ser asimilada, y que por ello las clases de carreteras aisladas son muy diversas.

Virginia en unos años amaría a Guinda. Agradecería que existiese y que se dejase guiar para plantar, ya que cuando llegó apenas llevaba semillas y, sin embargo, hoy coleccionaba una larga lista. Aprendería que la convivencia no es el resultado de vivir juntas, sino de tener algún camino cada mañana que recorrer. Eso cuesta siempre construirlo. Aprendió incluso que también a Guinda le había costado hacerlo en su ciudad, y que, a veces, la gente con más oportunidades que ella no entendía lo que tenía delante de sus casas.

Había que sacar provecho a la carretera a la vez que detener su avance imparable e insaciable, así lo entendieron ambas.

Y aquel café que compartieron se convirtió en una charla juntas en el café del pueblo para todas las vendedoras de trapos azules que se paseaban por las carreteras.

  1. El mundo al revés

Virginia caminaba deprisa, hoy le había dicho Guinda que repartían alimentos en la plaza. La pensión no alcanzaba, por mucho que cambiase la letra del buzón para hacerla más clara y que el cartero al fin le entregase una carta que produjese algún cambio.

En la plaza le hicieron muchas preguntas que se le quedaron totalmente atrancadas en la garganta costándole expresarse. ¿Recibe usted una renta mínima?

Su corazón palpitaba con fuerza, su rabia comenzaba a anidar en su cuerpo sin prisa, sin riqueza, en su cuerpo mimado con el poco cuidado que podía prestarle.

Virginia quedó muda pero afortunadamente apareció Guinda que sujetó su débil cuerpecito. Ella contestó a las preguntas y recogió la ayuda.

En el camino de vuelta a casa la anciana no abrió la boca hasta que llegaron. Su piel había ennegrecido y su pelo se había tornado grisáceo.

  • Entonces, ¿yo soy pobre?

  • No…sólo que no tienes muchas cosas que vender.

  • ¿Y de quién es la culpa de que ya no pueda vivir sola?

  • De la carretera, creo yo.

  • Puede ser…voy a ver las gallinas.

Guinda miró por la ventana, el paisaje que una vez le pareció pobre y desolador se había convertido en su verdadero hogar.

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