Gracias a los avances tecnológicos en las comunicaciones, “el bendito Internet”, he podido conocer mucha gente de lugares distantes del mundo, sin tener que moverme de mi hogar. En mis paseos virtuales viajo por el mundo, y la cámara de mi computadora me permite conocer rostros y corazones de personas que viven a miles de kilómetros de mi Patagonia argentina.

Uno de mis amigos es “Insa”, un joven nacido en Senegal, a quién aprecio. Ahora vive en España, en la región de Andalucía, cerca del mar.

Es un muchacho tímido, muy respetuoso y solitario. La computadora es su habitual compañera, que le ayuda a soportar su soledad. A menudo, si logramos superar las diferencias horarias, nos comunicamos. Cuando conversamos acerca de su tierra africana me dice que el color verde es el invitado principal en el sitio donde él vivía. Pero lamentablemente el campo que habitaba ya no daba para vivir. Por ese motivo se ha marchado  a España. Con melancolía siempre recuerda a su madre. Ya hace tres años que no ha vuelto a verla.

Aunque Insa no habla mucho conozco que ama su nueva tierra. Una sola vez lo pude ver enojado en nuestras habituales charlas. Había visto por televisión un video en que una periodista, en una parodia, limpiaba su nariz usando una bandera española. ¡Su indignación era tan grande!

 -¡Cómo puedes pedir que te respeten si tú no respetas aquellas cosas importantes que te identifican! – me dijo y supe entonces del cariño que tiene por la nueva patria que lo ha acogido.

En tierras andaluzas ha logrado aprender el oficio de mecánico; siempre tiene palabras muy afectuosas hacia quién era su jefe en ese lugar. Hoy ya no trabaja en el taller mecánico, la crisis económica que se vive en España lo ha dejado sin trabajo. Su invierno ha sido difícil. Pero al arribar el verano ha encontrado una nueva labor: cosechar papas en un campo cercano. Trabaja varias horas en el día, desde el amanecer hasta la tarde.

 Cuando le pregunto acerca de la situación laboral española, me dice: “la gente está muy triste, tiene mucho dolor en su corazón”. No necesito realizar niguna otra pregunta. Si alguien conoce de tristezas es sin dudas  mi amigo Insa. Tiene los ojos más tristes que yo haya podido ver jamás.

Hoy mientras conversamos, Insa prepara la cena, es musulmán, y por el ayuno de Ramadán, solo puede alimentarse a la puesta del sol. Se encuentra feliz. Su patrón, además de la paga habitual, le ha regalado un pollo y papas para preparar su cena.

Ambos conocemos el valor que tiene para la dignidad de una persona poder arribar al hogar con los alimentos necesarios para preparar la comida diaria.

Yo le he narrado a mi amigo una anécdota de mis inicios laborales. Soy maestra en una escuela pública de Argentina desde hace  muchos años. En mis comienzos como educadora, en la década de los años ochenta, mientras Argentina atravesaba una parte de su crisis  social y económica, la hiperinflación nos castigó duramente. En esos tiempos supe  conocer el significado de la palabra HAMBRE. Tuve muchos días en que no tenía en mi mesa absolutamente nada para comer. Nuestros salarios eran devorados por la continua devaluación de la moneda. Había saqueos en los supermercados. Y la angustia y la impotencia  me invadieron. Un día  sin saber que cosa hacer me senté  en una plaza del pueblo y lloré. No lloré  por  mi situación, mi llanto era  por los miles de niños argentinos que se encontraban también con hambre. Aquellos niños a los que Argentina les estaba robando su futuro. Ese día arribé temprano a la escuela. No había nadie. Mientras me encontraba en el aula alguien golpeó mi puerta. Era una mamá desempleada que había cocinado pan y me acercaba uno recién horneado para acompañar mi almuerzo. Estaba tan emocionada que casi  no podía articular palabras. Ese día preparé en el aula vacía mi pequeño mantel y comí un pan tan sabroso, un manjar inolvidable amasado con manos de alguien que pensó también en mí. Y aprendí el valor de la palabra SOLIDARIDAD. Ese gran valor, LA SOLIDARIDAD, que fue una de las tablas de salvación de miles de argentinos que nos ayudamos mutuamente para salir adelante.

Insa ha terminado de cocinar su cena, su  mesa está servida. A miles de kilómetros de distancia, brindamos  ambos elevando nuestros vasos con agua. Brindamos por la dignidad de tener esta noche un plato de comida en la mesa. También por  el valor de  amistad que supera fronteras y barreras. Mientras brindo elevo mi pedido al Universo. Pido que cada hombre, cada mujer y cada niño que habitan en este planeta, puedan vivir en paz y con dignidad en la tierra que los vio nacer. AMÉN

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