No sabría decir qué vi en su mirada cuando cruzó el umbral del aula. Supongo que el hecho de haber vivido en carne propia el maltrato, me enseñó que oculto bajo una amplia sonrisa puede agazaparse un tremendo dolor.

Hacía un tiempo que me dedicaba a impartir clases de español para inmigrantes, como parte de mi particular terapia para llenar mi vacío existencial. Dándome a los demás y entregando mi tiempo, recibí más de lo que jamás hubiera imaginado. La inmensa mayoría eran mujeres marroquíes, por las cuales tuve que enfrentarme en muchas ocasiones a sus maridos, ya que les negaban la posibilidad de asistir a clase por el mero hecho de compartir techo con hombres de su misma religión.

Samira ya llevaba unos años viviendo en España, rondaba los 50, estaba perfectamente integrada y hablaba español con soltura. Se había apuntado a recibir clases porque era analfabeta, su deseo de aprender a leer y escribir era enorme y tenía una voluntad de hierro. Nadie diría que era extranjera, a diferencia de las otras mujeres que venían a clase que todavía vestían según sus costumbres, como la de llevar cubierto el cabello.

Desde el primer día observé que las alumnas de su nacionalidad procuraban sentarse lejos de ella y que los hombres susurraban y se reían. Pero cuando les preguntaba por el motivo se hacía un silencio de ultratumba. 

Un día mientras estaba explicándoles algo, una de las alumnas empezó a dirigirse a Samira en un tono desagradable. Cientos de veces les había pedido que no hablasen en su idioma, por respeto a los alumnos de otros países, pero era inevitable. Gritos y más gritos en árabe no me dejaban comprender lo que estaba ocurriendo. Por un momento pensé que iban a pegarse.

Por fin una mujer vociferó: -Es una puta, es una puta! refiriéndose a Samira, la cual explotó en llantos diciéndome: -¿qué harías tú si con 17 años te echan de casa porque no eres virgen y sabes que no puedes casarte con el hombre que tus padres te escogen, porque al saberlo te devolverá a tu familia? -Por eso me echaron de casa, por decir la verdad ¿qué harías si te ves sola y muerta de hambre tirada en la calle? Lo que sea, seguro harías cualquier cosa, como yo tuve que hacer. LLegué a España y me enamoré de un cliente, nos casamos, tuvimos dos hijos. Él me pegaba constantemente y no dejaba de insultarme, hasta que un día me dió una paliza que me dejó sorda de un oído y me rompió la dentadura. Esa noche fui a comisaría pero ni caso me hicieron y me sentí inútil por ser analfabeta. Al llegar a casa cogí a mis dos hijos y me fui nuevamente a buscarme la vida en la calle, para poder mantenerlos, hasta que llegué aquí donde encontré la suerte y una mujer me ofreció dejar esa vida de pesadilla y trabajar limpiando en una casa. Pero yo no tengo vergüenza de la vida que tuve, todo lo hice por amor a mis hijos. Y hoy soy feliz, a pesar de ganar una mierda limpiando casas, aunque me parece muy poco lo que me pagan y  mucho lo que trabajo, pero ya no tengo que aguantar a esos cerdos que usaban mi cuerpo. Ahora soporto el desprecio de la gente, las malas palabras de otras personas que me juzgan sin saber cómo fue mi vida y que me critican, pero me da igual, porque estoy orgullosa de mi, he sacado adelante a mis hijos, y soy feliz, soy muy feliz, lo demás no importa, nada importa. Y aquí estoy, aprendiendo a leer y a escribir, porque mis hijos me han pedido que lo haga.

Hemos terminado el curso y Samira ha sido una de las alumnas que más rápido ha evolucionado. Es una mujer luchadora, que jamás se viene abajo. Su sordera le ha complicado el aprendizaje, pero su fortaleza es enorme. Para mi es una extraordinaria persona, capaz de contagiar una inmensa alegría de vivir. Nadie diría al verla que ha sufrido lo indecible.

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