La crisis de María y Pablo: Una pareja común de Madrid

La crisis de María y Pablo: Una pareja común de Madrid

María caminaba por una de las transitadas calles de Madrid. Era época de rebajas, momento en que las tiendas se llenan de personas que aprovechan la oportunidad de comprar lo que les gusta por un precio más bajo. Aquí y allá las tiendas están llenas de vida, aunque ya no tanto como otros años. María se detenía de vez en cuando en alguna vitrina que le llamaba la atención, veía la ropa, los zapatos, pero cuando llegaba al precio, a pesar de tener descuento, volvía a su realidad y continuaba su camino. «No me lo puedo permitir». 

De camino a su casa en el metro, pensaba como habían cambiado las cosas, hacía solo tres años había empezado con un buen trabajo, un buen sueldo, incluso un buen horario, pero año tras año en vez de mejorar sus condiciones, como debería ser, como supuestamente nos prometen que será si te esfuerzas en lo que haces, las cosas iban a peor, menos horas, menos sueldo, menos capacidad adquisitiva.

«Ya no puedo comprar nada. Antes tenía la ilusión de estrenar algún vestido en verano, pensaba en planear mis vacaciones, ahora mi cartera cada vez está más vacía y sólo puedo hacer cálculos para pasar el mes sin pena ni gloria».

Su marido la esperaba en casa. Tenía algo de cena hecha y recogía un poco el desorden para que María no le echara la bronca como de costumbre. Pablo estaba en paro desde hacía un año y la verdad, no se acostumbraba a esta nueva situación. Nunca había tenido que quedarse en casa y menos hacer las labores de hogar; no es que fuera machista, es sólo que desde los diecisiete años había estado trabajando y ya se había acostumbrado a una vida fuera de casa, llegaba de noche a cenar, ver un poco de televisión y a descansar para el día siguiente. Sin embargo, esto cambió en el momento en que su jefe tuvo que cerrar la empresa, ya que, como tantas empresas en España, dependía del boom inmobiliario, que había estallado golpeando cruelmente a los miles de empleados que dependían de él.

Durante la cena, comían silenciosamente absortos en sus propios pensamientos. Seguramente los dos llegaban a la misma conclusión partiendo de experiencias diferentes: Monotonía y estancamiento. No hay nada que hablar, María siempre dice que le ha ido bien en el trabajo, es muy rutinario, nada creativo, las horas pasan muertas la mayoría del tiempo, es vigilante en un centro comercial, tiene mucho tiempo libre sobre todo en las noches, de hecho, María pensó en aprovechar ese tiempo para estudiar alguna oposición y superarse, pero sus propios compañeros se pusieron en su contra e hicieron todo lo posible para que el jefe le  negara su petición, aunque no hubiera sido necesaria esta ayuda, el propio jefe también era vigilante y no le interesaba para nada, que una compañera suya aprendiera cosas que él no sabía ni quería saber, el jefe más envidioso y perverso que todos había impuesto una especie de régimen del terror de los vigilantes, y  aunque suene gracioso, hacía daño a sus compañeros y convertía el ambiente de trabajo en un verdadero infierno. Como todo jefe ignorante no querrá jamás que un subalterno se supere, o llegue al atrevimiento de aportar ideas nuevas, corregir, transformar las cosas a mejor.

Por su parte Pablo se está sumiendo poco a poco en una depresión. Hace ya un año que fue despedido. Al principio tenía la ilusión de conseguir trabajo, pero esta luz de esperanza se ha ido apagando poco a poco a medida que pasan los días y no suena su móvil con buenas noticias. Se despierta mientras su esposa se está duchando, con pereza le prepara el desayuno y un bocadillo para la hora de comer. Cuando ella se va, se sienta en el sofá, se desespera: “¡tantas cuentas que pagar!. Parece ser que los únicos que no se olvidan de los pobres son los  bancos y las empresas de servicios públicos, cuando no se paga una factura a tiempo, las tarjetas de crédito o la hipoteca, empiezan a aparecer con llamadas, correos electrónicos y cartas, te persiguen por todos lados y se  olvidan de aquella idea que nos venden en los anuncios, donde todos sonríen y son felices , ya que su objetivo es hacernos felices según ellos, pero cuando se deja de pagar una cuota, ya no les importa nuestra felicidad, ni el futuro de nuestros hijos y mucho menos nuestros problemas, se convierten en nuestros enemigos y no dudan en amenazarnos sino pagamos en los días próximos. Son como un payaso de esos que aparecen en las películas de terror, que tienen la sonrisa pintada pero en realidad sólo quieren herirte y sacarte lo que tengas de bueno, en este caso, solo quieren dinero”. Piensa para sí mismo Pablo.

No hay planes de futuro, ni hablar de aquel niño que planeaban tener cuando estuvieran estables. Ese hermoso niño que llenaría sus vidas de felicidad, que los haría experimentar nuevas sensaciones, que los uniría más, que daría una nueva ilusión a sus vidas para seguir luchando. Ese niño no va a poder nacer, se he perdido en el agujero a donde van los sueños, las ilusiones perdidas, amores que no fueron, promesas incumplidas. Sin embargo, según el jefe de María hay que agradecer que por lo menos tiene trabajo, hay mucha gente que no está corriendo con esa suerte y sus consecuencias son peores.

María nunca fue una mujer muy reflexiva, pero con la crisis empieza a plantearse muchas cosas: “¿cuál es mi camino? ¿por qué estoy en esta situación? ¿hay algún futuro? ¿estaremos así mucho tiempo? ¿podría ser diferente? ¿por qué está ocurriendo esto?”. Hace unos años había trabajo, había progreso, la gente gastaba, compraba, no importaban los precios, todos gozaban de un bienestar social, todos tenían derecho a unas vacaciones en la playa, pero con el paso de los años muchas personas están llegando a situaciones extremas, situaciones que jamás habían llegado a pensar que pasarían por sus vidas, esas situaciones que tan comúnmente calificamos de “tercermundistas”. Una prima de María ha llegado a una situación así, ella y su marido ya no tienen paro, viven de una subvención del Estado y con mucha vergüenza le confesó a María que ha tenido que ir a Cáritas a pedir comida: “María, no sabes lo que tuve que hacer para tragarme mi orgullo e ir a pedir comida a esa gente. Al principio no sabía si cubrir mi rostro o ponerme unas gafas oscuras, no sabía cómo me iban a tratar, me sentía fracasada, yo, una mujer de 40 años que siempre he tenido una vida sin lujos pero sin necesidades, verme en la situación de que no hay comida en la nevera para los niños y ya nos hemos gastado lo que nos llega, lo peor es que quedamos debiendo. Fue muy triste, estuve dando vueltas al centro de Cáritas, no me atrevía a entrar, fingía que estaba pérdida, pero al final pensé en mis hijos y tuve el valor de preguntarle a alguien sobre la ayuda de los alimentos, y ¿sabes qué? Fui tratada con respeto y amabilidad, no me sentí como una limosnera, me sentí simplemente alguien vulnerable con derecho a que le tiendan una mano para ella y para su familia”.

María sentada en el metro, hace lo imposible para contener las lágrimas mientras recuerda las palabras de su prima. De repente su tristeza se borra por un pensamiento mucho más práctico, cotidiano y que le recuerda como la pobreza la está consumiendo cada vez más. Mira rápidamente su móvil, se da cuenta de que mañana es comienzo de mes y de que su bono de metro se extingue hoy. Revisa su cartera y se da cuenta de que tiene sólo 10 euros. “Antes tenía para comprar el bono sin problema, ahora tengo el dinero justo para pagar el transporte de mañana, mi empresa no me va a pagar en estos días, cada día retrasa más el sueldo….¡lo que me faltaba! ¡Tengo trabajo pero no voy a poder ir a él tampoco!………”.

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