Reconozco que varias veces había pasado por mi imaginación, sin lograr resolver el tema, la idea de desarrollar una situación que, de alguna manera, tuviese por protagonista a Dios. Lo que se me ocurriera. Con adhesión o sin ella, ya que he procurado, con respecto a ciertos temas, proceder con la mayor objetividad posible. Hasta no descartaba hacerlo, al menos en algún aspecto, con cierta ironía y mucho de fantasía.
Navegaba en una ocasión por esos pensamientos, aunque sin gran profundidad, cuando de pronto oí que llamaban a la puerta de calle. Al acudir a atender, me encontré ante un hombre cuya indumentaria, si bien revelaba características de original calidad, se hallaba sumamente desgastada. El portador, con aire afligido, trasuntaba, empero, dignidad.
–Una ayuda, en el nombre de Dios.
Cuando llevé la mano al bolsillo, me interrumpió:
–No, no. No me dé dinero. Algún alimento, o ropa que no use.
–Seré curioso: aun en su pobreza, ¿usted cree en Dios?
–Más allá de la suerte individual, lo creado supone al Creador. Como en el caso de músicos, escritores, artistas, que, aunque ya no estén, sus obras son testimonios.
Después supe que había sido docente, marginado por cierto sistema político. De ahí su capacidad para discurrir.
Eran otros tiempos y pude servir de intermediario para conseguirle (¿gracias a Dios?) un modesto empleo en una biblioteca. Al menos, ha contado en estos años con una pequeña entrada mensual, para sumarla a la que aporta su mujer, también maestra, que había continuado ejerciendo.
Por suerte, he seguido viéndolos. De vez en cuando, me invitan a visitarlos.
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