ALGO PASA, SE HUNDE LA PLUMA Y FLOTA EL HORMIGÓN

ALGO PASA, SE HUNDE LA PLUMA Y FLOTA EL HORMIGÓN

– Desde la nada a nado –

Desde la nada vienen nadando.

Bajo la luna,

entre las olas van asomando

con sus grisgrís al cuello

clamando suerte.

Su capitán, la noche.

Que vienen, que llegan,

que están llegando los “patenados”.

Con las linternas id alumbrando,

con los pañuelos id saludando.

Yo no saludo, que no los quiero

y mi trabajo veo peligrando.

Llegan exhaustos,

démosles suero y algún puchero.

Es mi comida,

no se la doy porque no quiero.

Se están hundiendo,

traed flotadores,

que no se ahoguen.

No son familia

ni son paisanos,

yo no los salvo,

que hasta el Estrecho

se está estrechando.

Con tanto ahogado desesperado

se está achicando.

Llegan las lanchas,

van a apresarlos.

Ya los han visto,

hay que ayudarlos.

Que los apresen,

que se los lleven,

que aquí no hay sitio.

Ni con papeles

ni sin papeles,

no son los nuestros,

yo no los quiero.

Viven sin sueños,

vienen con hambre,

tienen derecho.

Si fueras ellos,

harías lo mismo.

No es tuyo el mundo.

Que no me insistas,

yo no los quiero.

Intolerante,

un escorpión

te está picando.

Quítamelo,

que no lo veo.

No te lo quito,

te picó a ti,

no eres familia,

yo no te quiero.

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– Descolonizando poetas –

Hoy desperté con ojos nuevos del absurdo “pensar que los poetas eran de temporada como los nísperos”.

Los días otoñales

de lluvia flaca

y cielo nublo y plomo

tenían su objetivo,

cristalizarse en musa para el poeta.

Estimulado el verso,

y con el cielo ya despejado,

las musas migraban en bandadas

hasta el otoño próximo.

Eso creí durante mucho tiempo.

Yo misma, en esos días

me creí capaz

de rematar un verso calabobos.

Esta mañana, el sol de mayo

se ha despertado derrochón y quema.

Aún así, he abierto la ventana

y me ha deslumbrado la luz del poeta.

Vuelan ahora las musas todo el año,

enfundadas en gorros y bufandas

por cielos de granizo

o enrojecidas al sol, en bañador,

por cielos bochornosos.

Ha perdido las formas el poeta,

se mete el dedo en la nariz

haciendo pelotillas con los mocos,

se tira pedos

y moja pan en la salsa.

Aquella estampa del poeta escuálido

de rancia vestimenta

y alimentado solo por sus versos

se me ha desvanecido.

Hoy me declaro descolonizadora de poetas,

revoco su perfil, me quedo con la esencia,

poetas rechonchos, famélicos,

rancios, modernos,

tatuados, vírgenes , casquivanos,

universales, libres…

Todo se ha trastocado,

fantasear con un versista camarero

era tarea imposible hasta el momento.

A sabiendas de la precariedad de la poesía,

me resultaba poco lírico

imaginarlo diciendo “una de bravas”.

Ahora lo veo llevando digno en su bandeja

la poesía en una jarra de cerveza.

Hoy, la melancolía

tampoco es obligada en mi poeta,

el júbilo es poesía alborozada y necesaria,

ninguna rima merece el usurero,

quien cementa el ladrillo

con la intención de cobijar

es un poeta,

la mano salvavidas

es la de Miguel Hernández

meciendo la cuna de su hijo.

Intuí que los versos no solo se escriben,

también se pueden tejer o enladrillar,

amamantar, sembrar,

servir en bandeja

junto con una jarra de cerveza,

operarlos con bisturí,

amasar con el pan,

llevar en el camión de la basura,

defenderlos ante la intolerancia

o guiar con la mirada de un perro lazarillo.

La orquídea ha sido muy versada,

yo prefiero al poeta margarita

y sabiendo que puede haber poesía en un palacete

veo más alejandrinos

en un muro gigante que prohíbe.

Descubrí que hay poetas extraviados

que ignoran serlo

y creen ser otra cosa.

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– Hallazgo inesperado –

Nunca voy mirando el suelo,

pero aquella mañana, no sé por qué,

me levanté sin ganas de estirar el cuello,

y al cruzar por el paso de peatones

vi allí tirado un corazón deshabitado.

Aún bombeaba,

me daba repelús tocarlo,

pero dejarlo a la intemperie

sobre las rayas blancas

me pareció cruel y lo cogí.

Era la primera vez

que sostenía en mis manos

un corazón palpitante.

Observé que entre su masa rojiza

tenía varios cristales incrustados.

La herida era reciente,

aún sangraba.

Seguramente algún desaprensivo

lo atropelló y se dio a la fuga,

puede que no fuese la primera vez,

tenía señales de antiguas cicatrices.

Dudé entre llevarlo a comisaría

o a objetos perdidos.

Finalmente opté por lo último,

si algún día perdiera el mío

iría a buscarlo allí.

Total, la policía científica

solo funciona en las películas.

Solté el corazón sobre el mostrador

y, mientras rellenaba el formulario,

de forma repentina,

se aceleró su palpitar.

Sufría una taquicardia,

estaba segura,

también yo pasé por ese trance

con emociones contenidas.

Tuve remordimientos

y me llevé el hallazgo

rompiendo el formulario.

Al fin y al cabo,

imaginarlo allí,

junto a un paraguas desmemoriado

o un estirado maletín,

no era menos cruel

que dejarlo en el paso de peatones.

Algún desaprensivo sin corazón

podría llevárselo

fingiendo que era suyo.

Abandonando el edificio,

la taquicardia le desapareció.

Noté cómo se revolvía

entre las palmas de mis manos,

mulléndome la piel

buscando acomodo,

igual que hace mi gata

cuando se va a dormir.

Acurrucado, al fin,

le oí ventricular tranquilo.

Camino a casa,

imaginé llevar

las manos esposadas,

sin apenas moverlas

para que reposara en calma.

Mientras andaba,

iba pensando

dónde podría encontrar

manuales de cuidados

para corazones de intemperie.

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– Sin rencor – (Versión 1)

En la mesa de Navidad,

y a punto de trincharlo,

al pavo se le ocurrió resucitar.

Aun habiéndole zurcido el buche

y estando a un tris de ser zampado,

no tuvo una palabra de rencor para los comensales,

incluso les pidió disculpas

por haberles dejado sin cena.

Después se marchó volando en zigzag,

una ciruela pasa le asomaba

entre los pespuntes del cosido.

Tanto relleno le impedía mantener el equilibrio.

– La venganza – (Versión 2)

En el salón, el día de Navidad,

con los invitados alrededor de la mesa,

Julián se disponía a trinchar el pavo

cuando a este se le ocurrió resucitar.

El ave agarró a Julián por el brazo

con el que iba a trocearlo,

se lo llevó en volandas a la cocina,

cogió el cuchillo jamonero

y lo abrió en canal

sacándole las vísceras.

Troceó cebollas y ajos,

mezclándolos con la carne picada,

cuatro ciruelas pasas,

dos naranjas, un limón

y un chorrito de brandy.

Le introdujo el relleno,

lo untó en mantequilla,

cosió su barriga

y lo metió al horno.

Cuando Julián estuvo al punto,

lo presentó en bandeja a los comensales

que, sin dar crédito

y azuzados por el hambre tras la espera,

degustaron el plato con ansia

alabando las dotes culinarias del chef.

– El suicidio – (Versión 3)

Sobre la mesa de Navidad

y a punto de trincharlo,

al pavo se le ocurrió resucitar.

Abrió los ojos y miró a su alrededor,

la escena le resultó familiar.

¡Mierda de karma!

Recordó haber pasado por esto

en otras ocasiones.

Resucitar para acabar de nuevo en una jaula,

cebado en una granja

y abierto en canal

para rellenarle el buche

a modo de joyero,

no tenía aliciente alguno.

No lo dudó,

aprovechando el estupor de los invitados

por su inesperada resurrección,

agarró el cuchillo de trinchar

y lo clavó certero en su zurcido vientre

emitiendo un sonoro glugluteo.

El relleno se desparramó

entre la ropa festiva de los invitados.

De la lámpara quedaron colgando

un trozo de limón

y dos ciruelas pasas.

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– Buscando cobertura –

No tienes corazón,

le decían siempre,

y para disuadirlos del error

subió el volumen a los latidos,

ofreciendo su pecho de almohada

para que lo escucharan.

Nadie se convenció.

No tienes corazón,

le repetían.

Tal vez mi pecho

no tenga buena cobertura, pensó,

he de cambiar de sitio el corazón,

y decidió que viajaría a sus tripas.

Cuando comía,

le palpitaba la comida,

se ahogaba con la grasa

y el azúcar le daba taquicardia,

pero aguantó

por demostrar que le latía.

No tienes corazón,

siguió escuchando.

Tampoco allí

la cobertura funcionaba

y lo cambió a su oreja.

Se sintió extraño,

percatándose de que,

además de oír,

ahora escuchaba.

Decididamente,

la naturaleza no es tan sabia,

la oreja era el mejor sitio

para ubicar el corazón.

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