Tardé en darme cuenta
que el sol y la tarde
en violeta y verde,
a tu sonrisa lenta,
dieron gustos febriles.
Saturados abriles los azules de mi ofrenda.
Entregué amigos fieles,
en procesión lenta
hacia tus ojos, miles.
Adopté la postura de un ave de presa
en una ciudad sin carne.
Me poso, viejo, en el cemento de una iglesia ajena.
Esperando latente
por tu séptimo beso,
la gloria y la pena,
de quien abre las alas eterno, en tu frente negra.
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