A la memoria de Adelina Porras Gómez, mi abuela Nina.
Prefacio
De vejez y de locura, van los años que acumula el cuerpo que perecer no quiere, conteniendo un alma que no puede remontar a las alturas.
Senil desventura, la de una mente sin cura y un corazón resistente; ánima en pena y sintiente; vida indolente y a oscuras.
Escapando de la muerte, sin pasado ni presente que cobije al inconsciente que, por desgracia o por fortuna, está destinado a viajar a la luna.
I
Mientras no te veo, pero sé que estás, te dibujo en mi mente, fuerte y terca como un toro; grandeza en tu andar, peligro en tus astas, determinación en tus ojos.
Mientras no te veo, pero sé que aún vives, tras mis párpados dormidos te alzas, perenne, como el milenario tronco; te yergues, indemne, ante la caducidad de los otros.
Reina invernal, en el trono inmortal que emergió de tu otoño…
Pero, cuando te veo, entiendo que esas manos tintinean, presagiando la caída de tus hojas; que los vientos arrancaron tus cabellos; despeinando, con esmero, pensamientos y recuerdos de esa fiera que hoy desboca.
No estás loca, bella mía… Solo confundes pasado y presente; ya no distingues, la vida que viviste, de los sueños reprimidos que guardabas en tu mente.
No estás loca, mi abuelita… Solo te aferras a una piel aún caliente; a un corazón que aún bombea, con la ansiedad y la pena, de quien espera, sufrida, la plenitud de la muerte.
II
«No me voy a morir, ¡muérete tú!”
– Le dices a un punto fijo, entre este mundo y tu finitud.
«Papá, papá, papá…»
– Le gritas, desesperada; tal vez, buscando que te lleve consigo, o que te asista en ese milagro que ninguno de los Santos, hasta hoy, ha podido.
¡Regálate a la vida! Que tu trayecto finaliza… El caudal del río tiene prisa por hacerse uno con el mar.
Que tras tanta lágrima vertida encontrarán tus aguas, de llorar, salinas, un lugar conocido donde reposar.
III
Allí estaba ella, con la mirada perdida y con el espíritu ausente; con poco que decir, en su delirio demente y con mentira inocente, en lo poco contado; aburrida de vivir y temerosa de la muerte; arrepentida del camino elegido y orgullosa de haberlo andado.
Pura contradicción de una lucidez opaca, de una locura serena, de una existencia entre sombras y escasos rayos de luna llena.
Brillo en sus ojos al verme, resentimiento tras mi huida; imperativos mudos a unas piernas sin fuerza, que se balancean en la silla.
Qué decirte, si no entiendes…
Si mis palabras son los cuchillos que arañan la verdad de tu mala suerte…
Un sentimiento dormido, de plenitud y maternidad doliente, de una abuela que quiso a su nieto hasta que la oscuridad le nubló la mente.
Me sigues queriendo; te quiero de veras. Mas nos separa ese muro de duelo, entre la juventud, la vejez y la pena.
No puedo llevarte, no sé sostenerte; no es que seas un lastre, es que yo no soy tan fuerte.
No me quedo contigo…
Y si obro mal o sin sentido, qué la soledad sea mi castigo y tu perdón el abrigo, que me acompañe por siempre.
IV
Duerme, madre de mi madre, lamento de mi sentimiento.
Duerme, que nada te pierdes en esta realidad de lágrimas, dolor y sufrimiento…
Duerme y abraza el sueño que no viviste; alcanza las metas que en tu interior perseguiste, utilizando aquellos recursos que, en este lado del mundo, no supiste hallar.
Duerme, Ninica, duerme… Y que sea mi pena tu nana; que sea tu descanso una esperanza en mi mañana…
Encontremos en la despedida el entendimiento que se nos escapa, la plenitud de una familia que se pierde entre nostalgias y se encuentra en la comprensión de que, más allá de todo, se ama…
Duerme, bella entre las bellas, y abandona esa piel sintiente, en la esperanza de que no hay muerte…
Adelina, nuestra Aurora, princesa del cuento, durmiente ahora.
Duerme y no te resistas, que ya se acercan premios, reconocimientos y honores… Ya se escuchan los cánticos, los aplausos y los tambores…
Ha de haber una fiesta esperando, que compense tus lutos, tus privaciones, tus sacrificios y tus sinsabores…
Duerme, abuela a la que tanto quise, en cuyos brazos lloré, en cuyo perfume albergaré el recuerdo de días de infancia donde contigo encontré… la inmensa alegría de ser querido.
Duerme con mi gratitud en tus manos, por lo que fuiste, por cuanto diste, por lo simbólico de tu existencia… Duerme sabiendo que me hiciste bien, que no me dejaste solo, y que encontré en tu presancia el impagable tesoro de saberte, siempre, mía y para mí.
Duerme sobre la almohada de las disculpas por mis errores; el perdón por mi imperfección; el eterno dolor que guardaré en un bolsillo, preguntándome si pude haberlo hecho mejor, si fue suficiente, si me faltó fortaleza, madurez y buen tino.
Duerme, mi amor, abrazada a mi amor… Y en tu sueño sabrás ver que nuestra unión no fue casualidad, sino destino.
Duerme con la certeza de que me dejas en herencia una parte de tu ser; una mirada orgullosa, una desconfianza serena, olas furiosas en peligrosas tempestades y caricias arrepentidas en cuanto amaina la tormenta.
Duerme sabiendo que acepto tu legado, que es mi compromiso mejorarlo, que está en mi ánimo engrandecerlo… Que tu esencia mantendrá su presencia, mientras quede en mi cuerpo un aliento, y un ápice de fuerza en mis manos.
Duerme, mi Nina, duerme… Y en tu despertar contempla y comprende que todo tu esfuerzo nunca fue en vano.
Duerme por siempre en esta tierra… Vibra conmigo en cada latido… Espera mi abrazo en la eternidad…
V
Siempre serás una olla difícil y un plato de huevos rellenos;
un espetec de Casa Tarradellas, un arroz con leche y un tocino de cielo.
Te encontraré en la humedad de las casas, en escaleras empinadas, en cajones desastre, en baúles con mantas y en colchones maltrechos…
En cubiertos oxidados y en batas de casa; en rulos y en horquillas; en dedales, en telas y en bobinas; en sábanas bordadas y en pañuelos.
Veré tus ojos en esmeraldas falsas, en bisutería de rebajas,
en frágiles y endebles anillos de oro amarillo y viejo…
Te escucharé en el andar de unos tacones cuadrados y escasos, en el sonido del agua al hervir las patatas, y en la cocción de un arroz con conejo.
En los refranes sobre barbas de vecinos, narices cortadas y rostros feos.
Te abrazaré cuando…
No… Ya no te abrazaré…
Quizá, si tengo suerte, representaré la escena en algún sueño.
Acurrucaré mi cabeza en tu barriga mullida, o en la generosidad de tu pecho.
Me preguntarás cuánto te quiero. Me amedrentarás hablando de tu muerte, como cuando era pequeño.
Inconsciente y caprichoso es el ego… Melancólico y catártico el recuerdo… Peligrosa la soledad.
VI
Te has ido sin percibir honorarios, y sin saldar se queda la deuda de un destino aciago.
Un rosario hipotecado… ¡y qué caras las letras!
Te has ido sin dinero en las manos, sin un beso en los labios, sin quien tus manos sostenga.
Viuda de hombre, huérfana de sueños, hija póstuma de un cariño que no te fue dado en la Tierra.
Te has marchado hasta sin ropa, ¡cómo querías! Con una sábana rasa, en una caja de madera.
Desnudo reposa el cuerpo incorrupto de una mísera existencia.
Se ha marchado una Reina, y apenas nadie se da cuenta…
VII
Quisiera llorarte y no puedo, y es de saliva y no de lágrimas, el nudo que me ahoga entre la garganta y el pecho.
Quisiera sentir un dolor definido, agudo, manifestado en un rictus funesto… En lugar de un vacío diluido en el sinsentido de este mundo hueco.
Quisiera recordarte a cada instante, que tu voz no se perdiera entre los ecos inefables de un cantar añejo.
Quisiera… Y, a la vez, no quiero…
¿Quisiera que volvieras? ¿O que nacieras de nuevo?
¿Reconstruirte tal cual eras? ¿O reinventarte, mejorada, partiendo casi desde cero?
¿Quién eres? ¿Quién eras? ¿Te echo de menos?
¿Es la culpa la que me hace añorarte? ¿O será que te quiero?
¿Es mi ego el que me empuja al martirio? ¿Es puro ego el remordimiento?
¿Será tu muerte el precipicio al que me asomo para descubrir el más profundo de mis miedos?
Extraño tu sonrisa al verme, no lo niego. Anhelo la felicidad que emanabas cuando me acercaba a darte un beso. Tus palabras orgullosas con las vecinas, describiendo más méritos de los que tengo. Tus esperanzas para conmigo; tu fe en que llegaría lejos…
¡Cuánto egoismo en el amor! ¡Qué lejos parece estar el Cielo!
Silencio. Solo silencio. Un largo otoño que, al fin, se visitó de implacable invierno. Ningún atardecer es eterno.
Te alejas… Te pierdo… Y pierdo el hilo de la bobina con la que se tejieron las ropas que revisitieron mi cuerpo.
Locura… Cordura… ¡Meros conceptos que nos confunden! ¡Inútiles extremos! Y en el continuo de esa línea difusa, malvivimos una vida que no merecemos.
Soy tuyo, eres mía… y no nos pertenecemos. Somos dos hojas de un árbol caduco… Cuanto más alta se haga la rama, antes la hoja se irá con el viento…
OPINIONES Y COMENTARIOS