Mañana voy a Evaristo

Mañana voy a Evaristo

    Llegué a Madrid con 13 años, cinco años antes de la muerte del dictador Franco.  Mis padres como muchos en aquélla época, procedían de zonas distintas al igual que sus padres y los padres de sus padres buscando en sus movimientos migratorios lo mismo que ahora: paz, trabajo y pan.  En ese zascandilear por la  España profunda de la posguerra y la época del “desarrollo” los casamientos mixtos se dieron en abundancia tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Afortunadamente la familia de mi padre, afincada en Madrid, no lloró muertos ni exilios.  Así es como se conformó la mayoría de la nueva clase media española obediente a los dictados del contubernio Franco/Iglesia: Si no te metías en problemas todo iría bien. 

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    Fue en ese ambiente que llegamos a Madrid después de haber vivido en Guinea Española y en Castellón. Entre mudanza y mudanza nos convertimos en familia numerosa: 6 chicas y 2 chicos. Una quedó en tierras africanas, debajo de una  Ceiba.  El resto nos instalamos en el segundo piso del  nº 22 de la calle Evaristo San Miguel, junto al Templo de Debod y el Paseo de Rosales. 

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  Evaristo es una calle corta, moderna, carente de interés histórico y arquitectónico. Un colegio de curas, un convento de monjas y una pequeña Iglesia junto a nuestro portal continúan existiendo.  Los  únicos negocios que había en aquélla época eran el bar de los hermanos Casado y una pequeña  peluquería muy al estilo Almodóvar y regentada por Manuel, el primer gay que conocimos y cuya muerte por SIDA nos dejó muy tristes.

Hubo otras dos muertes repentinas  y muy impactantes por la parafernalia que las rodeó, como fue la salida en ambas de una camilla con un cuerpo, sirena de ambulancia y curiosos mirando.  En distintos años y a distintas edades sesgaron el devenir de dos familias que luego se emparentarían y cuyos sucesos trágicos contemplamos escondidos tras los visillos de la ventana.  Un infarto se llevó a un padre de familia y una caída libre se llevo a mi hermana de 18 años un soleado día de primavera.  En esta ocasión otro Manuel, el portero, llamó al timbre insistentemente mientras comíamos.  ¡Marian, Marian, ha caído al patio!  Manuel nos quería muchísimo.  Aquél suceso nos vinculó emocionalmente para siempre hasta el punto de que a Miguel, su yerno y nuevo portero le llamamos Manuel.

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Nuestra llegada supuso un tremendo shock no solo para los familiares, amigos y vecinos.   Y no podía ser menos pues aparecimos como una tropa las cuatro mayores guitarra en ristre cantando a Raimon,  Paco Ibáñez y demás canalla de aquí y allende los mares. Y ahí empezó todo.   Fuimos una de las muchas “Familia Alcántara” de televisión cuyos hijos se rebelaron y  trajeron aires nuevos a una España oscurantista.  Nos juzgaron y criticaron.  Fuimos las primeras de 54 primos.  Luego fueron creciendo los otros. Mis padres de 97 y 83 años aún viven en Evaristo. 

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                                                     FIN

CALLE EVARISTO SAN MIGUEL 22 MADRID ESPAÑA

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