Anoche Ángela creyó estar bajo los efectos del éxtasis, aún tiene tatuada la imagen de esa máscara.
Mientras baja del bus recibe esa llamada que no quería que suceda. Sabe que tiene que conseguir esos mil euros y también sabe lo que le puede pasar. Significa que hoy debe tener 15 clientes; en un día muy bueno ella ha llegado a tener 10 pero es lunes y hay poca gente.
Pero su mente está en otro lado, en ese personaje, mira cada esquina deseando que aparezca. En ese instante aparece Jorge visiblemente ebrio.
– ¡Vamos! Tengo el dinero.-
– No, ya sabes lo que hay.-
Él la ama, al menos eso cree, y también cree poder darle todo lo que ella necesita, sacarla de esa vida. Ella no quiere hacerle daño, desde niña siempre se vio envuelta en esa misma escena, en el mismo papel, dejando que a los niños se les rompiera el corazón por primera vez, haciendo que los adolescentes conocieran el desamor, logrando que los hombres pierdan la cabeza por ella. Ella jamás amó.
La noche transcurre y Ángela ha reunido 200 euros. Saca un espejo pequeño para arreglarse el maquillaje y se da cuenta que tiene un grano terrible en la nariz. Entra al baño de un restaurante y lo presiona hasta quedar manchada de sangre. Entra una compañera moviendo la boca como si estuviera conversando con alguien. Ángela le pregunta si está bien, nunca la vio así, la chica se detiene y le sonríe.
– Corre -. Le dice tranquilamente.
Ve a los rumanos buscándola, camina cubriéndose, pero la persiguen. Ve un portal a punto de cerrarse, entra y sube las escaleras. Ve al personaje de la máscara en el pasillo, ella lo sigue.
Todo sería como antes si no fuera por esa energía que le recorre el cuerpo, ese instinto que vuelve a funcionar y cuya existencia había olvidado; la emoción que nos produce algo que no entendemos pero que nos atrae como nada en esta vida.
Él abre la puerta de su piso y la deja pasar. Le invita una sopa color rojo, ella coge la cuchara y la empieza a tomar. Ángela le pregunta quien es pero él actúa como si su alma estuviera en otro lado, no responde. Ella se recuesta en un sofá, cierra los ojos y duerme.
Al levantarse no ve a nadie, va a una habitación y lo ve desplumando una gallina, sus movimientos son erráticos. Ella se acerca y lo acaricia, él se detiene por un instante.
En la calle se escuchan unos disparos. Ella se asoma a la ventana y ve que los rumanos corren, en el suelo yace su compañera en un charco de sangre. Él se acerca por atrás y la toma por los hombros, calmándola, ella lo mira. Se acuestan en la cama llena de plumas, se toman de la mano. Ella se siente en casa, como si no necesitara más, como si no quisiera salir de nuevo jamás.
CALLE MONTERA, MADRID
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus