Un minuto de paz

 

 

Un día como cualquier otro el despertador sonó en la mañana. Se dio vuelta para un lado y luego para otro, abrió y cerró los ojos varias veces, miró el techo y descifró varios paisajes entre la mugre de la pintura; se levantó como si fuera un acto reflejo; abrió la venta con cierta dificultad, ya que las capas de pintura eran varias, el cielo era un sinfín gris, no había una sola nube, no  pasaban aviones, ni hojas, ni siquiera un bendito rayo de sol que diera un aire renacentista al encuadre.

Volvió a tirarse, pensó en lo que le quedaba por delante, desestimó  un par de vueltas que tenia que dar en la mañana, tomó un cigarro con la mano derecha,  lo encendió, le dio una primera calada, profunda y con fuerza, llenó la boca de humo hasta que se infló; una mosca lo circundaba, una y otra vez, se posó sobre su pierna, luego sobre la sábana amarillenta y gastada, agarró una revista vieja de la mesa de luz y aplastó al molesto artrópodo.

En sus oídos rebotaba una y otra vez el sonido del callejón, una mezcla de tango  melancólico con barullo humano; fue al baño, se sentó y orinó, por un instante sintió todo en cámara lenta, empapó su cara con agua fresca una y otra vez, tiró la toalla al canasto de la ropa sucia luego de usarla, fue al cuarto y se vistió.

Cerró la puerta apurado y excitado, con ganas de ver el mundo, bajó casi de un solo envión las escaleras, de golpe estaba ahí, en la calle.

 

“El color de la pared tiene que ser casi blanco pero…” “Quizás logre alcanzar el tren y me”… “Salvaje, vale la pena…” “Intentarlo o no depende de ella, casi un instante…” “…no te dan nervios ser vista  con eso…” “Se notaba adiestrado, fue sigiloso, abrió su boca de una manera…” “¿Muy rápido?” “Me encanta ese color, tiene carácter…”

 

Avanzó 20 o 30 pasos y se detuvo, como si hubiera venido una orden del más allá, se quedó inmóvil; tanto los transeúntes como sus voces se venían como una gran tropilla,  cargaban con el estrés y la química urbana de un día laboral algo frío; lo invadieron las conversaciones fraccionadas, palabras que decían pero no comunicaban, miradas que veían pero no lo observaban, parecía que se oían entre si pero nunca escuchaban, se rozaban los cuerpos pero no se tocaban. Nadie lo molestó, nadie notó su presencia, era parte del mobiliario urbano;  sintió que el espacio se cerraba como una burbuja, eludió, saltó, se fue de sí; su cabeza era un gran péndulo, estaba por encima de todo, su mente viró al blanco, su corazón latió a ritmo parejo. Tomó aire y se entregó a la placentera sensación. Y exhaló.

 

Fin.

 

Calle Sarandi- Peatonal, Ciudad Vieja, Montevideo, Uruguay / 2015-2016.

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https://youtu.be/nno_EzRVuFk

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