Soñaré contigo en la eternidad

Soñaré contigo en la eternidad

Dejé mi corazón en el edificio cuando una fría noche de invierno a mis 17 años, mi mochila a cuestas y un futuro incierto partí con rumbo a otro país. Atrás, se quedaba mi infancia, mis amigos, mi calle… mi vida.

Hoy que la tierra me reclama y que pronto iré a cumplir con ella me doy cuenta que nunca sentí mayor pérdida que aquella noche que mi viuda madre, Carmelita, me dio su bendición. El camino ya no tuvo fin.

Pasaron los días, los meses y el tiempo se trocó en años y los años en décadas. La nueva y lejana tierra me dio una mujer, tres bellos hijos y hasta nietos. Pero mi identidad y mi recuerdo estaban anclados en aquel edificio de las calles de Zaragoza y Nonoalco en la populosa colonia Guerrero de la ciudad de México.

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Barrio bravo con el que nunca dejé de soñar; con sus calles en cuyo mosaico social y comercial aparecían tiendas de abarroteros españoles, baños públicos, el mercado, la fábrica de aceite del turco, cantinas y pulquerías de las que salían gritos estentóreos, vecindades, marginados con sus cuartuchos de cartón sobre viejas vías del tren, el cine, panaderías, lecherías, y del barrio vecino: el histórico Tlaltelolco que nunca dejó de llorar a sus muertos del 2 de octubre de 1968. En mi edificio sus espacios y recovecos, patios y escaleras que convergían en departamentos donde cada puerta encerraban sus propias historias.

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Hoy lamento haber perdido el camino del retorno. Mi alma viaja ya hacia la luz, esa que alguna vez miré muy de cerca y de la que salió una voz diciendo: “Aún no es tu tiempo”.  Esta vez su intensidad es mayor, el hijo del hombre está al final del túnel, me ha tomado de mi débil y temblorosa mano, me sonríe con benevolencia; al estar a su lado despeja con la mano esa blanquísima niebla solo para que asome ante nuestros ojos en todo su esplendor mi viejo edificio en el que un ejercito de niños corretean, brincan, ríen y gritan llenos de felicidad…

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¿Somos los que fuimos? Pregunté tímidamente. Ahí están la mayoría –contestó- Son pocos los que faltan.  ¿Sergio, está Sergio? Llegó hace un año y seguro te está esperando para volver a jugar. ¿Y mi padre? Viendo la función de boxeo por televisión, Carmelita guisa la comida; creo que debes acercarte ya. Di unos pasos separándome de él y al volver la vista le pregunté ¿Y María?  Seguro podrás volver a besarla como la primera vez.

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Yo caminaba rumbo al edificio y me sentía tan ligero que comencé a correr, mis zapatos se transformaron en botitas y mi pantalón era corto, mis piernas delgaditas y mi figura era la de aquellos entrañables 7 años de edad.  Con todas las fuerzas de mi espíritu subí corriendo las escaleras hasta la puerta del departamento 11, cuando entré escuché la voz de mi padre:

“Volviste”.

CALLE ZARAGOZA 282 COLONIA GUERRERO, DELEGACIÓN CUAUHTÉMOC. MÉXICO, DISTRITO FEDERAL.

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