VER VÍDEO – Construyendo Calle 

Hace como treinta años que no había vuelto por aquí. Desde que se mudaron mis padres siendo yo adolescente. Conocía cada rincón de esta parte del barrio. Me bañaba en el río, pero entonces no iba canalizado como ahora. Cogíamos ranas, nos subíamos al pretil del puente y nos quedábamos con los pies colgando, apedreábamos el tren, robábamos manzanas en los chalecitos… ¡Qué vida! Era salir del colegio y la libertad total. De hecho, no la concibo en mayor grado que en una pandilla de muchachos realizando sus deseos improvisados.

Ese que viene por ahí es Silvestre, que suelo verlo pasear con una chica y un perro aunque hoy venga sólo.

Y este otro que me presenta se llama Francisco. Se ganaba la vida con un motocarro haciendo portes.

Silvestre tenía un taller de coches al otro lado del río.

-Vamos a tomar algo- les propongo. Y Silvestre nos advierte que nos tiene que proponer algo.

Le pregunto por su perro. Me responde que está con Anna, una inmigrante que tiene acogida y le ayuda con la casa y con el jardín.

Francisco tuvo dos hijos que murieron cuando la plaga de la droga. Silvestre le ayudó en aquellos momentos tan duros. Y Francisco a Silvestre cuando su socio lo engañaba. Lo denunció, pero demasiadas veces ganan los pleitos los canallas.

Francisco todavía se pone en el Estadio Vicente Calderón con el motocarro para ver si le sale algo. Más que nada por entretenerse, su mujer está completamente absorbida con sus ONGs.

Yo les cuento que me he divorciado hace poco y he alquilado un piso por aquí. Que tengo dos hijos que viven con mi ex mujer y no me hacen demasiado caso. Que mis amigos, o mis  compañeros, o los vecinos de la urbanización donde he vivido los últimos veinte años, no son tan amigos como pensaba y me ponen mil excusas para no quedar conmigo.

Esta que llega es Anna, la inmigrante que vive con Silvestre.

Él, que tanto se disgustó al jubilarse al no poder dedicar su taller a escuela de mecánica para los jóvenes del barrio por tantos permisos, burocracia y papeleo, mandó todo a hacer puñetas y se compró el perro. No quiere que ahora le pase lo mismo, y nos propone ayudarle en un proyecto. Ha pensado que en unas tierras heredadas de sus padres, sembrar trigo y vendérselo a la FAO ayudando un poco a los desfavorecidos.

-Les ayudaremos a construir su calle, dice Francisco.

Después de todo -añado yo- la nostalgia no es saludable, como dice mi enfermero del centro de salud. E imagino campos de cerezos en flor…

FIN

CALLE: RIBERA DEL MANZANARES (MADRID)

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