En esa calle vivimos mucho tiempo, mas del que vivimos en cualquier otro sitio; ademas yo era una mujer grande, casada, estable, con cuatro hijos, una perra color chocolate, cuatro pollitos, muchas plantas que sembramos y una variedad de gatos callejeros que hacían suya mi casa.

Claro que la casa no era nuestra, era de alquiler, igual la ame muchísimo hasta que decidimos irnos, tanto, que nos fuimos del país.

Mis intentos de hacer amistad con las vecinas los detuvo la diferencia de edad que se alzaba como un cerro entre mi cuerpo con menos uso y sus arrugas y cojeras. Mi madre y nuestro hijos, en cambio encontraron compañeros de rezo en ellas y de juego en sus nietos.

Mi casa siempre rebozaba de niños que jugaban, veían televisión, cenaban con nosotros y se sentían familia. Entraban metiendo sus manitos en el hueco de un listón de vidrio faltante de la ventana de la sala, roto por la gata Alfa, Montse, que no quería molestarse en trepar por el techo para entrar.Muchas veces reparamos ese vidrio y al final decidimos que niños y gatos entraran a su antojo.

Mis hijos mas pequeños se asomaban todas las tardes por la ventana de su habitación espiando la llegada del colegio de los vecinitos para llamarles y continuar los juegos dejados en suspenso desde ayer.

Una de esas tardes, mis niñas me llamaron para que viera que fila tan larga y silenciosa de personas se estaba formando en la acera de la casa de enfrente donde vivían los abuelitos de Rodolfo.

“Que van a hacer, Mami? , hoy no es miércoles día del rezo del Rosario y no han llamado a Mamama para que les acompañe!

«Ven, Mama, ver a ver, que siguen llegando desde la calle de arriba! No me gustan Mama, están muy callados, visten de negro y son muchos!.”

Yo, que estaba tendiendo la ropa al sol de la tarde, la deje hecha un lio arriba del cesto para subir y espiar yo también a los invitados de mi vecina, pero cuando llegue arriba, al dormitorio, llevada de ambas manos por mis niñas, y me asome a la ventana, vi la soledad de las 3 de la tarde de un día de semana cualquiera, el sol brillando fuerte sobre los arboles y el insistente grito de las chicharras clamando por lluvia.

“Mami te juro que había muchísima gente, hombre y mujeres, caminando despacio hasta entrar a la casa, todos de luto y en silencio!. No pueden haber entrado todos ya pues seguían llegando, mas y mas!”

“Bueno, hija, se desaparecieron, no? No veo a nadie! Seguro entraron, o se fueron, no? Quieren tomar algo, un juguito, chocolatada? Hace tanto calor!”

Luego nos enteramos se cumplían 15 anos del desgraciado día en que la tía de Rodolfo dejo de respirar sobre el concreto de una autopista al que salió despedida del auto. Ella también vivió en esa calle.

P1010010.JPGFIN

Calle 4 Los Pomelos, Caracas, Venezuela

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