Los muros y la carne

Los muros y la carne

Mar Mel

30/03/2016

Un poco de vaselina en los labios para que se muestren alegres…solo cinco minutos para la hora del café.

Advierto que alguien se acerca al mostrador y apresuro mis nalgas en dirección a la puerta.

-Perdón señorita ¿es aquí el ministerio de educación?

No tengo idea de en qué momento volverá mi compañera de su descanso, pero miento igualmente:

-Efectivamente señora, siéntese ahí mismo y espere un momentito por favor, mi compañera le atiende ahora mismo.

Salgo rauda hacia la máquina de café, pulso un cortado y dos minutos después estoy en el jardín sentada en nuestro banco, el afortunado banco que cada día escucha los versos que mi amado Armando me recita al oído. A mí, si, a la que algunas compañeras llaman cosas como zafia y pelo moco; seguro que ahora rabian cuando ven como mi enamorado lo acaricia, retirando suavemente de mi oreja algún mechón disperso para que nada interceda entre su voz y yo.

El conoce muy bien la historia de este edificio: El edificio de la beneficencia de Logroño,  nacido hace más de un siglo con vocación de orfanato y manicomio entre otros menesteres, a día de hoy ocupado en diversas labores ministeriales.

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A Armando a veces le gusta jugar a improvisar rocambolescas  historias sobre este lugar: Cuenta que lo ataban durante días a una camilla, y cuando  lo dejaban salir, arrastraba los pies hasta este banco con los tobillos y las muñecas magullados. Entonces se sentaba a recitar sus versos, imaginando a su lado a una mujer casi tan bonita como yo. Pero a mí no me gusta escuchar esas historias, le pido que pare, y que mejor me recite sus versos, que me hable de amor, de libertad…

Mis compañeros me espían y chismorrean al pasar. Yo, la pelo moco, escogida por un maravilloso poeta que me espera cada día para recitarme sus versos una y otra vez. Dice que mis bonitas manos han de terminar su trabajo, que yo soy la única persona en la que puede confiar y que tengo lo necesario para crear:

La carne, la carne…es todo lo que necesitamos para crear. Este edificio no podría ayudarme sin ti. Lleva años esperando que alguien le escuche, solo los que ellos llaman locos pueden escuchar los gritos de los muros, las palabras incrustadas en cada ladrillo.

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De regreso a la oficina, la dama que me había preguntado por el ministerio de educación continúa de pie en el mismo lugar acompañada por mi jefe, quien me dirige afectuoso esta sentencia:

-Elvira, hemos detectado un comportamiento un tanto preocupante en ti últimamente y esta señora ha venido  a hacerte un breve test y algunas preguntas.

Salgo del trabajo con un diagnóstico de estrés en el puño que me otorga unos días de obligado descanso. Los usaré para acometer la solicitud de mi amado, solo espero que cuando vuelva todavía le queden versos para mí. 

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CALLE MARQUÉS DE MURRIETA 76, LOGROÑO.

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