EL PORTAL DE LA BRUJA

EL PORTAL DE LA BRUJA

Aún se me eriza el vello de la nuca al pasar por delante de ese portal. Ahora es la elegante entrada a un elegante edificio, pero entonces, hace casi cuarenta años, era un oscuro agujero abriéndose en mitad de una casa baja y vieja. Los niños de mi calle y yo lo descubrimos un verano, después de una terrible pelea con la pandilla de Javi el Rubio y de una frustrada incursión en el mundo de la caza de tesoros. Perdimos la pelea con los mayores y nuestros tiernos dedos sufrieron unas de sus peores heridas al caernos encima la tapa de la cloaca que pretendíamos explorar para conseguir una bolsa de dinero allí escondida.

Después de tan desoladoras derrotas quisimos relajarnos un poco y, sentados en el bordillo de la acera nos dió por mirar aquel portal que llevaba allí mismo más que nosotros. No sé por qué ni quién fue el primero que lo vio, ¡hace ya tantos años!, pero una vocecita temblorosa dijo: «¡alguien se ha movido dentro del portal!» Y otra voz se oyó : » ¡Es una vieja!» Y no sé por qué, pero cuando esa noche las voces de nuestras madres desde los balcones nos obligaron a batirnos en retirada, la vieja se había convertido en bruja y el portal en el blanco de una nueva aventura.

Nos pasamos el resto del verano delante del portal, acechando los visillos de la ventana, un encaje blanco roto por los bordes. Cualquier ligero balanceo nos alertaba de que la bruja nos espiaba también desde dentro de su guarida,con el consiguiente griterío de la chiquillería. Y con el paso de las largas tardes de verano nosotros nos hacíamos más valientes y cruzábamos la calle para mirar desde fuera el frío portal, en tinieblas siempre aunque fuera el sol de agosto deslumbrara nuestras pequeñas pupilas de niños. Y un día, Carlos, el valiente del grupo, entró al portal. Sólo fueron unos segundos, pero todos creímos que se lo comería la bruja. No lo hizo, probablemente no tendría hambre, y seguimos envalentonándonos. Poco a poco todos entramos en la cueva de la bruja. Incluso llegamos a subir los nueve escalones altos y resbaladizos que tenía el portal y que eran la antesala de una enorme puerta de madera marrón que siempre estaba entornada, como invitándonos maliciosa a que osáramos entrar en el reino de la bruja.

Y por fin, una tarde de principios de septiembre, todos juntos, subimos la escalera hacia nuestro destino de héroes. Una manita morena de piscina mañanera se acercaba lentemente, con precaución, hacia la horrenda puerta y, de repente, un portazo que nos hirió los oídos de muerte, nos despertó del hechizo que la casa encantada tenía e hizo que todos huyéramos  gritando de aquel mundo de tinieblas.

Ahí acabó nuestro trabajo de cazafantasmas, pero lo cambiamos por el de feriantes, que era 4 de septiembre y ya empezaban a montar los cacharritos en el descampado de al lado.

FIN

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C/PÉREZ HERRASTI. SALAMANCA

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