Amparín, este año tampoco. No te disgustes. En verano será. O en Navidad, para que no vengáis vosotros, o si no, la próxima Semana Santa. Estoy a un paso, créetelo. No llores, tonta, voy avanzando. He llegado a la estación. A la del AVE. Después de andar hasta Lliria, montarme en el metro, bajar…, casi lo consigo. Acuérdate de los años que estuve sin pisar la calle, mirando el castillo. Así pasaba los días. Mirando. Llegar al castillo era inimaginable, y ahora, ya ves, algunas tardes bajo a la terraza de El Portal a escribir, sin contar los pasos como hacía al principio, para engañar a las ideas y fijar la atención en algo distinto al miedo a una crisis. Me he hecho amiga del camarero. Es un decir, a ti no te voy a engañar, aunque sí me gustaría hablar con él sin que las axilas me chorreasen esa asquerosidad de sudor helado, y volver a casa con los calcetines secos y la cara… pero qué te cuento, como si no lo supieras. Ya viste en Nochevieja, cómo la ansiedad se comió las tres capas de maquillaje, solo porque íbamos a pasar a casa de Cruces después de cenar. No me extraña que el chico del bar me tomase por extranjera el primer día. En el pueblo la gente tiene buen color.
Papá ha venido a recogerme. Lo peor había pasado. Ya respiraba normal y no me quedaba dentro ni una miqueta de los buñuelos del desayuno. ¡Redeu! Casi le vomito encima a un hombre que estaba pidiendo en la puerta de la estación.
Mamá ha tirado el mocho cuando me ha visto. O se le ha caído del susto. Estaba fregando la cocina con las noticias a todo volumen, cada día está más sorda, pobrecilla. Me cague en la mare quem va parir, ¿cuándo me va a querer oír el cielo? Virgen del Fundamento, será que no te rezo yo por mi Clara… Ya sabes cómo se pone, sigue sin entender nada. Insiste en que vayamos a ver a la Crescencia, la curandera que le quitó las verrugas al de Alboraya, el que está con la Naranjeta. A papá se le ha debido oír desde Benaguasil. Vuelta a repetirle que lo mío es una enfermedad, que se le quite de la cabeza que la madre de Daniel me echó mal de ojo por dejar a su chico. Que nadie tiene culpa y menos la bruja esa, con la manta de años que lleva Daniel con la de Alcoy y su nen.
No hay forma de hacerle razonar, otra vez ha empezado con los lamentos por quedarse preñada a la vez que tú, porque eso es lo que tengo, dice, nadie sale normal de una madre añeja.
Parece que solo tú recuerdas que fui normal hasta hace doce años. Estabas conmigo cuando supe que Jaime iba en uno de los trenes. Su mujer se había salvado milagrosamente y…, perdona, hermanita. Mañana hablamos. Te quiero.
Fin
Castillo, calle Mayor, Benissanó
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