De semillas y hombres

De semillas y hombres

Emilio Tejera

21/03/2016

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Ésta es la calle Zaldívar, situada en pleno corazón del barrio de Simancas: una zona proletaria, en cuyas ventanas puede admirarse a señoras que a la vez que riegan sus geranios cotillean la calle sin ningún pudor, ya que consideran se lo han ganado después de más de veinte años de estancia en el barrio. En el inicio de la primavera, la calle se exhibe adornada con sus almendros florecidos. Pero podremos ver algo muy curioso si prestamos algo de atención:

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Un poquito más…

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Un poquito más…

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Sí, un calceltín. Y en un segundo árbol apareció otro; y en otro unos zapatos; y en otro unos pantalones. Los vecinos juntaron todas las prendas de ropa en un trozo de tierra, colocaron entre ellas una semilla de almendro, regaron y esperaron. En poco tiempo, brotó un árbol, vestido entre otras prendas con sombrero, corbata y gafas de sol. El árbol comenzó a hacer una vida normal dentro del barrio: alquiló un piso, lo amuebló, consiguió un trabajo como jardinero. Por las tardes veía solitario la tele, mientras los vecinos le espiaban a través de su ventana para vigilar cada uno de sus movimientos, pero él nunca dio nada de lo que hablar. De hecho, los vecinos llegaron casi a olvidar su origen y considerarlo un miembro más del vecindario, con las ventajas adicionales de ser bastante educado y poco ruidoso. Poco a poco, el árbol se fue haciendo más viejo: sus hojas primero amarillearon y más tarde cayeron, sus movimientos se hicieron más lentos, y tras un deterioro progresivo de varias semanas llegó un momento en que, mientras avanzaba por la calle, fue paralizándose poco a poco hasta que finalmente se detuvo del todo. Entonces empezó a crecer: creció tanto y tan rápido que sus ramas se colaron por las ventanas de los pisos, y los vecinos creyeron que iba a explotar. Y efectivamente, explotó, pero de manera inocua, disolviéndose en miles de flores de almendro que alfombraron la superficie de la calle. En cada una de las macetas que había tocado el árbol en su expansión, las plantas crecieron durante los siguientes meses de manera exuberante. Tras aquellos sucesos inesperados, la vida del barrio no fue igual. Quién sabe si se debió a que después de un suceso de esa magnitud nadie puede permanecer incólume, tal vez fue a causa del común conocimiento de que compartían un secreto, la gente de aquella calle se volvió más unida, más solidaria con el resto de la barriada, con mayor sentimiento de grupo. Mientras tanto, en un cruce de aquella calle, delante de un banquito donde las señoras y los jóvenes solían reunirse alternativamente para repasar la vida del barrio y sus habitantes, alguien plantó en la tierra la única ramita de más de dos centímetros que sobrevivió tras la explosión de aquel extraordinario almendro. Allí aguarda paciente, y los vecinos bajan expresamente para regarla de vez en cuando. Todos esperan que, un día u otro, vuelva a brotar.

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CALLE ZALDÍVAR, MADRID

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