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Cuando cerraron los cines situados tantos años en los bajos de nuestro edificio, temí que aquella transitada zona se volviera solitaria. Por suerte la costumbre seguía llevando los pasos de muchas personas hasta allí, con lo que diversos artistas aprovecharon el continuo trasiego de gente y se colocaron donde antes se hacía cola.

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Primero apareció un pintor de caricaturas; no tuvo éxito. Se trasladó al parque de enfrente a dibujar sus árboles milenarios. Un ameno violinista ocupó su lugar; los vecinos, celosos del novedoso silencio, le hicieron la vida imposible. Le siguió Mei, una joven estudiante de Bellas Artes, cargada siempre con un bloc de dibujo DIN A2, un paquete de carboncillos y un cartel con un pronunciado estilo chinesco anunciando que respondiendo solo tres preguntas te dibujaba en el futuro.

Mei se convirtió en la protagonista de las vocingleras conversaciones del barrio. Con sarcasmo, la bautizaron como “La pintonisa”. A pesar de la gran curiosidad que había despertado, la vecindad pactó literalmente “no alimentar su hambre de engaño”.

El cartero del barrio, ajeno a las habladurías, se acercó a Mei:

—¿Qué es eso de que puedes dibujar en el futuro?

—Dibujaría una imagen, sería un momento de tu futuro…

—¡Pues la quiero! ¿Qué tres preguntas necesitas que conteste?

Mientras las iba respondiendo, Mei escudriñaba cada uno de sus gestos y capturaba sus giros de voz. Le dibujó sentado en un deportivo, mirando al mar desde el acantilado. La gente que antes merodeaba con disimulo terminó por rodearles.

—¡Vaya! ¿Dibujas nuestro futuro o nuestros sueños?

—Quizá tu sueño se cumpla…

La dueña del quiosco más cercano fue la siguiente. Tras sus respuestas, Mei la dibujó paseando junto a la Catedral, asida a un apuesto hombre y de la mano de una niña con enhiestas coletas.

—¡Qué preciosidad! ¡Qué alegría me has dado!

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A pesar de lo pactado, me obsesioné con ver mi futuro. Me vestí con ropa de mi hermano mayor, escondí mi melena bajo una gorra, me puse las gafas de sol más grandes que había en casa y cogí parte de mis ahorros. Ilusionada, me situé frente a ella para que me dibujara. Le contesté las tres preguntas. Cogió el carboncillo, me miró con el ceño fruncido durante minutos y más minutos pero nunca comenzaba a trazar. Me preguntó la hora, cogió sus cosas y se fue, excusándose pero sin dar explicaciones.

Pasaban los días y Mei no volvía. La encontré plasmando el futuro en otra calle. Le rogué que hiciera mi dibujo. Me observó durante unos eternos silenciosos momentos. Titubeó. Negó con la cabeza.

—No puedo… ¡No veo nada que dibujar! ¡Lo siento!

Hacía tiempo que tenía molestias en un pecho pero a mis 17 años no le había dado importancia. Las palabras de Mei me alertaron y decidí ir al médico. Luché contra un cáncer de mama. Un año después volví a ponerme frente a ella; añadió color a la bella imagen que representaba la continuación de mi vida.

ALAMEDA DE COLÓN, MURCIA.

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