Había nacido a fines de la década del 60, en Montevideo, Uruguay. Era quizás, el último bastión de esas grandes estructuras urbanas de una década de construcciones públicas y al final del período de bienestar. Su razón de ser era que ante el creciente circular de vehículos, los mismos pudiera sortear el paso del ferrocarril y de esa manera no se dificultara el tráfico de la calle Agraciada que define al norte la barriada del Paso Molino.
Testigo privilegiado de los avatares de las últimas tres décadas del siglo XX. Marchas de estudiantes, mítines políticos, la violencia de la represión de militantes, hasta las caravanas de la restaurada democracia. El señor Viaducto se vio más de una vez adornado con banderas y carteleria partidaria, afiches publicitarios, adornos carnavalescos. Bajo su estructura, no sólo circularon ordenadamente vehículos y peatones, sino que también sirvió de asiento para zafrales puestos y ferias de las fiestas navideñas y del día de los Reyes Magos.
Pero a pesar de su historia vivenciada, nadie prestó atención durante ese lapso, que el tiempo con sus nocividades, también iban haciendo estragos en su figura. Comenzó por teñirse de gris y negro, empezaron a aparecer grietas y heridas abiertas en su macizo cuerpo, ha exponerse parte de su férreo esqueleto. Por ello fue que decidió hacerse notar en sus debilidades, para que sea atendida urgentemente.
Transitaba por su lomo un gran camión porta contenedor, que al tomar la pendiente de descenso hacia el norte, y aprovechando una de esas imperfecciones que el tiempo le había ocasionado, el señor Viaducto decidió sacudir al pesado rodado haciendo que su carga se precipitara al vacío cayendo sobre el pavimento a escaso metros del Bar Gran de Vida que afortunadamente no tenía clientes en las mesas exteriores. Era un aviso que daba el señor Viaducto, pero no el último.
Un transeúnte esperaba el bus en la parada que está debajo del señor Viaducto a metros de la feria permanente de los techitos verdes. El hombre siente como los vehículos que pasan por encima del señor Viaducto resuenan al paso de una de las nervaduras que unen el pavimento de la gran estructura. Siente un nuevo golpeteo al paso vehicular, y casi al mismo tiempo los gritos de la gente ¡”cuidado”!, y sin tiempo a nada, un neumático auxiliar de una motoneta cae a escasos 3 metros de sus pies.
Ya iniciado el siglo XX, y pasada la crisis del 2002, ante la mayor frecuencia de los avisos y la mayor caída de pedazos de su cuerpo, se decidió restaurarlo. Arquitectos, ingenieros, cuadrillas de pintores y albañiles desfilaron con sus oficios durante un año hasta lograr recuperar su figura original y embellecida que luce hoy día. Viaducto del Paso Molino, Montevideo. Uruguay.
FIN.
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