La calle Cotilla mide varios kilómetros, pero cuando llegué me dieron la bienvenida. La primera casa estaba habitada por un matrimonio de jubilados, ella barría la terraza. Hacía rato que me había visto, sabía que era nueva y con aire perdido. Me acerco al cruzar y me pregunta directamente. ¿Cuándo llegaste? ¿tienes trabajo? ¿con quién vas a dejar al niño? ¿con su padre? Apenas me daba tiempo a contestar. No sé, porqué di tanta información a una desconocida. Turbada cogí a mi niño de la mano y fuimos a colgar carteles para dar clases de inglés. Necesitaba dinero desesperadamente. El divorcio había sido una batalla cruenta y yo salí perdiendo. No tenía fuerzas para luchar. Elegí la paz pírrica, pero era paz. No me importaba, no me importaba vivir en un sitio nuevo, no me importaba que una desconocida me hiciera el padrón a bocajarro. Era la ficha del prisionero que sale de la cárcel. Ella se quedó tranquila, tal vez vio inocencia en mí.
Del primer interrogatorio han pasado ya cinco años. Y aunque sigo viviendo precariamente, este lugar es el paraíso de los arrendamientos en B. Mal vistos legalmente, pero una bocanada de aire para gente desesperada. Los vecinos de la primera casa se sientan con buen tiempo en sus hamacas y todos los días que me ven llegar me preguntan por el trabajo, qué hago, cómo va, si es estable. Una vez les pregunté por qué la calle se llamaba Cotilla y me contestaron que eso fue un error tipográfico, pues siempre se ha llamado Costilla.
Sinceramente, no sé si fue un error o justicia poética, porque un poco más arriba en un balcón toma el sol María que también me interrogó cuando llegué. Incluso llegó a decirme que no tenía que haberme divorciado sino aguantar por el dinero. Yo aluciné, pues, me pareció la contestación de una mentalidad del siglo XIX. Pero, mirándola bien, ella es producto de esa época. No la juzgué. Y desde ese día siempre está pendiente de mí. Sentada en una silla al sol y girando la cabeza. Me hable o no, sé que me está mirando.
A veces pienso que en vez de vivir en una calle vivo en un pueblo. Si te dedicas a trabajar y a dormir eres el vecino invisible. Solo reparan en ti cuando te quedas en paro y empiezan a preguntarte. Ya me han dicho que no me lo tome a mal que aproveche y les pregunte si me pueden echar una mano a buscar. Pero como todo, no ayudan, te contestan que primero están sus hijos. Tienen hipotecas que pagar. En la calle Cotilla todos saben quien soy pero yo no sé quienes son ellos. Tal vez no me interese, tal vez ellos son más cautos e inteligentes y saben como protegerse de los nuevos. Los nuevos siempre seremos aquellos que no hemos nacido en esta calle. Los que no llevamos el arraigo y transformación de Costilla a Cotilla. FIN
C/Cotilla. Maqueda. Málaga. Cp: 29591
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