Las Arcas del Agua fueron ayer trigales y hoy arteria principal del barrio. Por ellas fluye la sabiduría de Cesáreo. No hay quién le sujete en casa («la hija, las nietas, ¿quién soporta a tantas mujeres?»). Sale a la calle, bastón en ristre («no lo necesito, pero me obligan»), con el primer sombrero que encuentra:
– Es malo tanto sol para la cabeza; bastante me dio segando con un pañuelo anudado que terminaba renegrido.
– ¡Cuánto sabe, usted!
– Pues está por llegar el día en que pise una escuela…- contesta.
En el corto trecho desde casa hasta la panadería se detiene con todos («para esto ha quedado uno, para ‘traidor’: tráeme esto, tráeme lo otro…»). A la farmacéutica le desea que venda poco porque será señal de que la gente está sana; a la chica del bar le dice que el verde de su camiseta queda muy bien con sus ojazos negros; al del otro bar, que, o pierde peso o no va a poder competir con la morena de ojos negros; a mí me saluda y me dice que va a que le dé el chino el pan.
– Si se lo da, dígamelo, que voy yo también.
– Esos, hola dicen en vez de buenos días…
De vuelta, se para de nuevo con la chica de ojos negros: «Si tuviera menos años, mecachis…»; se encuentra con su vecino minusválido, en silla de ruedas, las piernas amputadas por culpa del azúcar, que pasea su mal humor por la avenida y desayuna en la terraza del bar. Como la silla sobresale y ocupa parte de la acera, le dice, irónicamente, que los coches no se aparcan en la acera. No le hace caso y entonces le reprocha que esté siempre malhumorado, y concluye:
– Venga, date prisa, que tienes que dar vuelta a la parva…
El vecino le mira, hace un gesto como si estuviese peleado con todo el mundo, y, con desdén, le dice:
– Déjame en paz de una puta vez.
– Vale, hombre… Si no eres capaz de aguantar una broma te vas a morir antes.
A la hora del aperitivo saldrá a tomarse un vino y volverá a derramar su fina ironía, o su lamento, entre los vecinos:
– Como nunca abusé de nada, me puedo seguir tomando un vinito… ¿Sabe usted?: es conveniente que la vida sea larga en vez de ancha, así verás salir el sol más días, aunque yo estoy de más desde hace once años, los mismos que lleva mi compañera enterrada.. Ahora llegas a casa, te sientas en el sofá y solo se acuerdan de ti para decirte: abuelo, que estás echando migas al suelo, o déjame el mando que cambio de canal. A mí ya todo me da igual. Me tenía que haber ido con ella, hace ya once años…
Cesáreo, 96 años, sigue su camino: sonrisa en los labios a pesar del lamento, sembrando la avenida con su cristalino manantial de sabiduría.
AVENIDA ARCAS DEL AGUA
GETAFE
FIN
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