-¿Y si me paso?

-Si me ve mi mamá, me regaña.

-Pero yo quiero jugar. Abuelita está adentro, y abuelito dejó la escalera ahí.

Yo tenía como 10 años. Era un poco más grande que otras niñas de mi edad, así que no me costó mucho mover la escalera. Además era corta, y de madera vieja.

Primero me hice amiga de él, del papá. Era negro. Cuidaba a todos los niños del barrio cuando jugábamos en la calle, pero no todos teníamos la confianza de acercarnos a él. Varias veces lo invité a entrar a la casa, entonces entraba y se quedaba conmigo en la sala hasta que alguien llegaba. Ella, la mamá, salía muy poco. Los vecinos le llamaban Nana y pues yo le decía así también. A pesar de que lo que todos decían de ella, yo siempre la saludaba, y ella se portaba dulce y cariñosa conmigo.

Ahora que lo pienso, ¿cómo es que nadie se dio cuenta? Porque si Viejis me hubiera visto, ¡madre mía! Se me hubiera armado “una de aquellas”. Mejor que nadie se enteró.

Y bueno, ya tenía la experiencia de usar la escalera para subirme al techo de mi casa a estar sola y comer guayabas, o subir al techo de tía Macu y comer mangos. Pasaba tiempo sola también.

La tapia del zaguán que era la que daba a casa de los vecinos no era muy alta, pero tenía incrustados pedazos de vidrio de botella, pegados con el mismo cemento con que se rellenaron las hendijas entre los “blocks”.

La apoyé en la tapia. Me subí. Al verlos, mi fascinación fue tremenda: ahí estaban, ¡tan lindos, tan pequeñitos! Desesperada por jugar con ellos, calculo el pedacito de la tapia donde puedo sentarme que no hay vidrio. Saco fuerza de mi emoción probablemente, y subo la escalera y la paso al patio de los vecinos. Me bajo, y me topo de frente a Nana. Ella era blanca, enorme, preciosa, con su cabecita café. Y ellos! los cachorros, gorditos y esponjosos. También estaba él, Chumi, el negro azabache hermoso que me cuidaba cuando salía a la calle, y que tantas veces llegó moviendo su colota peluda cuando yo lo invitaba a entrar a la casa. Nana, la que decían que era muy agresiva y que era capaz de matar a cualquiera, sólo tuvo amor para mí, y nunca me gruñó, ni me ladró y me quedé sin saber por qué, pero extrañamente me llena de un orgullo infantil recordar eso. Un par de meses después, vi cómo metían a Nana en un jeep, con bozal y todo, y yo sin pensarlo me lancé sobre ella para abrazarla y por lo menos despedirme, pero alguien me atajó. Los cachorros, todos fueron regalados, y nos quedamos solos Chumi y yo. Chumico, era su nombre completo. Tampoco supe nunca quién le puso ese nombre tan raro.

Fin.

Calle 18 bis, Barrio Cuba, San José, Costa Rica.

Calle18bis

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