La historia de la riada de Valencia acaecida el catorce de octubre de 1957 me la ha contado mi madre montones de veces. Por aquel entonces mis padres llevaban dos años casados, había nacido mi hermano mayor y mi madre estaba embarazada del segundo.
Vivían alquilados en un edificio construido antes de la guerra civil en la calle Pintor Peiró número 7, en un tercero. Ahora ya no existe. Fue derruido por los dueños y construyeron un moderno bloque de viviendas en su lugar.
Justo detrás del edificio se encontraban ubicados los talleres y la redacción del diario Las Provincias. Aquel día mi madre se despertó en medio de la noche oyendo gritos provenientes de la terraza de los talleres del periódico. Subió la persiana y escuchó cómo los trabajadores gritaban desde la azotea: «¡La riada, que viene la riada!».
Lo que ocurría era que los empleados del diario, que trabajaban de noche y tenían la radio encendida, oyeron el aviso que emitieron de que las intensas lluvias caídas sobre el barranco del Carraixet habían provocado una inmensa crecida del río Turia.
El personal del diario advertía a voces a los vecinos del callejón Jai Alai y adyacentes, para que salieran de sus viviendas y se subieran a las azoteas.
Mi madre entonces despertó a mi padre, que dormía ajeno a todo el jaleo. Cogieron a mi hermano en brazos y salieron a la puerta del rellano.
Entonces escucharon cómo se iban abriendo todas las puertas de las viviendas, y sus habitantes salían a la escalera en pijama o camisón y batín, al igual que ellos.
Bajaron un piso y la familia Boscá les invitó a pasar a su casa junto al resto de vecinos, ya que ellos tenían alquilada la vivienda con tres balcones con vistas a la calle.
Los numerosos vecinos se adentraron en el piso de los Boscá corriendo hasta la salita, donde se encontraba uno de los balcones. Se agolparon y pudieron comprobar que el agua había penetrado por el patio y alcanzaba la primera planta del edificio.
Todos estaban asustados. La mayoría era matrimonios jóvenes con niños pequeños. Iban, como ya he dicho, en batín y además despeinados y con ojeras, excepto el señor Cuesta, que apareció con un pijama recién planchado y perfectamente repeinado con raya a un lado.
Pasaron juntos el resto de la noche, escuchando la radio y comprobando la crecida de las aguas, ya que la calle está situada en perpendicular al Paseo de la Alameda, por donde transcurría el río.
Se quedaron sin agua, luz ni gas en las viviendas, y comenzaron a encender velas en palmatorias. Aquella noche pasó y en total hubo 81 muertos y daños superiores a 10000 millones de las antiguas pesetas en la ciudad y la provincia.
Aquella fue una noche memorable, espantosa pero que sacó también sus frutos: la estrecha amistad que desde entonces entablaron todos los vecinos de Pintor Peiró siete.
FIN
CALLE PINTOR PEIRÓ (VALENCIA)
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus