Una fotografía a los recuerdos

Una fotografía a los recuerdos

Sobre una mesa de diseño sueco, una fotografía en color digitalizado, de una calle, no importa el nombre, de una ciudad cualquiera.

¡Ven!, te propongo un juego. Reposa la mirada sobre la imagen, sin urgencias absurdas. Ahora, tomado tu tiempo, cierra los ojos y déjate guiar por el susurro de mis recuerdos. Ojeando sin más,  allá donde tú ves vulgaridad en las aceras, baches en el asfalto y decadencia en los edificios; donde los coches llenan el vacío que el progreso les concede; donde las ventanas se cierran a un mundo, que ahora contemplan a través de una caja, llamada tonta, y de una red, conocida como Internet.  Allá donde aprecias, sino, más que a dos o tres hombres, cruzándose los pasos y agachando la mirada como perfectos desconocidos; donde el silencio se ha hecho idioma universal. Allá donde los carteles rotulados con “se vende”, anuncian un teléfono al que llamar y donde los domingos ya no son los días del Señor.  Yo, entorno la puerta de mi niñez, destapo la comisura de la memoria y puedo ver…

Puedo ver a mi abuelo, con su gabardina aceitunada, su boina negra, que trataba de disimular, en vano, su alopecia de juventud. Contemplo su silueta magra y delicada pasearse hacia mí. Escucho el sonido de una madre que, desde la ventana y a viva voz, llama a su hijo, aunque no percibo para qué. Oigo el eco de las campanas de cualquier iglesia que, a su hora, tañen precisas. Distingo a las nubes que, grises y hartas, amenazan con dejar caer cada gota de lluvia sobre la tierra, e incluso creo poder diferenciar el aroma húmedo que desprenden. Reconozco a cada persona que conversa, del todo y de la nada, con un vecino, con otro y otro más, hasta formar un corrillo imperfecto. Te descubro aquellos juegos de ayer que, para tu mente distraída, resultan extraños. Aún se acercan a mis oídos las voces de tantos amigos que, por avatares del paso del tiempo, se han ido apagando poco a poco de mi lado. Reparo en esas tardes que, tras agotar los estudios, hollaba la calle y correteaba por toda ella. Todavía, descubro algún retrato, en el blanco y negro de mi desmemoria, que dibuja una sonrisa en mis labios.

Y borroso, tal vez soñando, quizás despierto, regresa a mí la imagen de un chiquillo que me recuerda vagamente al niño que fui.

Desadormécete poco a poco, desnuda tu imaginación de legañas inútiles y, con tus ojos despiertos, mira mi fotografía. Cuéntame ahora, si puedes ver en ella, también tú, todos mis recuerdos.

CALLE TEODORO CUESTA (OVIEDO)

FIN

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