La calle Solana

La calle Solana de Ainzón es la raya de en medio del pueblo, la columna vertebral o arteria principal, si se quiere seguir con los símiles del cuerpo. Del alma, si acaso el sol y sombra, las vecinas oteadoras que gritan desde la ventana con voz de pájaro. Gritan pichina a los niños y a las niñas chorrete y alargan la última vocal hasta estrellarla contra la ventana de enfrente. Está el estanco, el horno, el colmado de la mujer con barba, la cantina, el teleclub donde vemos Pippi Calzaslargas y queremos ser pelirrojas, suecas y libres; la antigua fábrica textil de Mañas, que confecciona polos y nikis de espuma y otras fibras setenteras llenas de electricidad. Allí acudimos las niñas del pueblo cada sábado a coser etiquetas en esas prendas, que iluminan la estancia cuando te las sacas del cuerpo y dan la luz de la peseta a nuestra miserable y loca vida infantil. Una peseta por etiqueta cosida.

  Es la calle de las peñas principales, donde el calimocho es gratis y obligatorio para las chicas y se tira al pilón a los forasteros. Las peñas están adornadas con esparraguera y asientos de coches viejos. Todas tienen radiocasette y bombillas rojas; en todas se cantan jotas o temas de heavy.

La calle Solana nace como un peine en la fuente de los Cuatro Caños, en la que ya no abrevan las bestias pero se desnucan los borrachos en fiestas y muere en la coronilla cuadrada de la plaza Mayor, sede del Ayuntamiento y de Correos. Antiguamente había una telefonista con bigote y costumbres feas que también gritaba pichina y chorrete a los niños. Ahora está la cabina y la Ibercaja.

 A la calle Solana llega un día Nick procedente de Texas, a visitar a mi amiga. Es quince de Agosto y hay charanga desde las cinco de la mañana, jotas de ronda, desayuno popular, encierro de vaquillas, ranchos en la plaza, sardinas asadas y uno de los cuatro caños de la fuente manando vino de garnacha todo el día, en un circuito cerrado donde se arguella el glorioso caldo. Es vino del Santo Cristo que no cesa de milagrear con la sangre y las hostias en vinagre. Por la tarde dan Variedades en el casino con Rossi la Tremenda y entretanto los autos de choque en las Escuelas y el Balansé junto al cine. Allí es donde más se liga; donde te arrancan los primeros besos con lengua. Por descontado, ese día como ningún otro, todas las peñas andan bien abastecidas de ternasco y vino del Santo Cristo, milagroso y obligatorio, capaz de ahogar a Nick y América entera, más allá de Texas.

Nick acaba en el pilón aquella noche mientras llora como un bobo porque no entiende nada de España ni de Aragón. Lleva el sombrero tejano y los Levis chipiados de vino. El Santo Cristo no ha obrado en él ningún milagro. Tampoco sabe lo que quiere decir Pichina.

FIN

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CALLE SOLANA (AINZÓN, ZARAGOZA)

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