Odio Madrid. Lo he intentado tres veces, las dos primeras estaba convencido de que me acabaría gustando, pero la tercera ya me sentí un gilipollas.

Odio que cada una de las veces que llegué a Madrid las abuelas me adelantasen en el metro, y que a los tres meses yo las adelantase a ellas.

No soporto creer que me ahogo cada vez que voy por esas calles atestadas de coches, y de gente, y de motos y de bicicletas, atestadas de todo.

Gran Via

Me produce claustrofobia esa esquina de Gran Vía con Callao, la que tiene alguna multinacional que ya nadie recuerda porque todas son iguales y que siempre esta llenísima de gente.

Me agobia una barbaridad que cada vez que esta maldita ciudad toca algo, un evento de cualquier tipo, una moda, una celebración, es como un ejército de elefantes, lo arrasa, lo masifica todo, es como un gas que todo lo ocupa.

Por eso me fui a vivir al pueblo, para poder respirar, vivir tranquilo, tener otro ritmo de vida, mirar por la ventana y poder ver el cielo sin arriesgarme a sufrir un esguince en el cuello.

Y sin embargo.

Plaza del 2 de Mayo

Amo sentarme en la plaza del Dos de Mayo con una lata de la pesada de la china y ver una cuadrilla de niños de ocho o nueve nacionalidades diferentes jugando a la pelota, junto a dos yonquis, unas cuantas familias jóvenes, algunos abuelos de toda la vida del barrio aquí y allá, los inevitables hipsters, los hippies de los puestos, algún turista despistado. Vida, vida que rebosa por Ruiz, Velarde o San Andrés, todo sucediendo a la vez, en ese segundo que tu estas ahí sentado y por un momento, se te olvida que estas en el perfecto centro de ese maldito Madrid.

Templo de Debod

Hay un sitio en Madrid que cada atardecer se detiene el tiempo, puedes llegar a ignorar a toda la gente que tienes alrededor e incluso, en el templo de Debod, puedes llegar a aguantar la respiración hasta que el sol se pierde detrás del horizonte.

Lavapiés

Es un privilegio subir las escaleras del metro para llegar a la terminal del aeropuerto más grande que conozco, Lavapiés: Nairobi, Quito, Pamplona, Damasco, Sevilla, Accra o Lima, huele diferente, se siente diferente. Me voy con los nuevos hipsters a cualquier terraza de Argumosa o me escondo en La Huelga o cualquier otro de la calle Salitre o Zurita. Lugares que me reciben un lunes y de los que he salido un martes escondido en un tablao clandestino.

El Retiro

Añoro ir al Retiro un domingo de primavera por la mañana, da la sensación de que la ciudad se cita con el sol para enseñarme todo lo bueno, sentarse en un banco allí es la promesa de un mundo mejor.

Hace tiempo que sé que a Madrid no puedo dejar ni de odiarla, ni de quererla. es esa novia a la que dejé y nunca olvidé amar.

FIN

VARIOS LUGARES DE MADRID

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