Es difícil contarlo en tiempo pasado, aunque fue hace cuarenta años. Lo único nuevo es el cartel de la inmobiliaria, que atestigua la persistencia de un dueño y la dificultad para venderla, a pesar de que drásticamente la ofrecen para demolición.
Libertad, Constitución, Alegría, los nombres de las calles suenan optimistas allí en Haedo, en el Oeste del Gran Buenos Aires. La casita está en el 625 de El Ceibo, todo un homenaje a la flor nacional.
Sus ventanas, ahora enrejadas, todavía tienen lo que quedó de unos postigos, testigos de una historia que duró apenas un par de horas. Desde un casi inexistente interior seguramente se pueda ver lo que fue un brevísimo jardín cerrado decorativamente por dos pilares que emergen de una pequeña pared que se resiste a caer.
Las paredes despintadas con algo de vegetación rebelde que se tomó su tiempo para crecer entre el cemento. Hacia la izquierda, un espacio que tal vez haya servido para cobijar un auto o para jugar a la payana. Barrio de clase media, con sus asados, los juegos de calle y algún sueño bajo los árboles.
Más allá de la entrada, otra ventana, esta vez con los postigos arrancados y una puerta de madera que se dejaba adivinar como acceso al living. Aquella fresca noche estaban la caja con una grande de muzzarella y porciones de fainá, una cerveza para los grandes, gaseosa para los chicos, los ritos familiares.
El primer misil atravesó la ventana sin permiso. Los helicópteros y su metralla, vehículos verdes, asalto, muerte. Los invasores entraron con su paso de botas y se llevaron casi todo. Algunos vecinos completaron el saqueo. Sólo quedaron cuatro platos y la soledad de una caja de pizza.
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