CALLE RAFAEL ALBIÑANA.-VALENCIA
Fue una tarde de Abril, cuando vino a mi casa, quería hablar con mi padre, subió las escaleras entró y le propuso a mi padre formar una comisión fallera, ya que mi calle no tenía falla y cuando llegaban las fiestas valencianas ella estaba triste, no se escuchaba una traca, ni una banda de música, nada, mi calle era una calle sombría, pero gracias a él, a ese vecino que vivía allí desde no se cuanto tiempo y gracias a mi padre que era experto en esos menesteres, se formó esa comisión y a partir de entonces hasta ahora mi calle nunca ha vuelto a estar triste, sin embargo, yo, yo que daba mi vida por pertenecer a esa comisión, solo pude hacerlo un año, un año que llevo en mi corazón como el tesoro más preciado, un año que cuando llega el mes de Marzo vuelve a mi pensamiento y revivo los días de aquel año en el que pertenecí a una comisión fallera. Ustedes que me leen pensaran: ¿Que pasó? ¿Si tanto te gustaban las fallas porque tuviste que abandonarlas? Muy sencillo: Me enamoré. Me enamoré perdidamente de la persona equivocada, de la persona en la que nunca tuve que fijarme, de la persona a la que quise como a nadie he querido y que él también me quería con ese amor puro que solo se siente una vez, pero que desde el primer momento se ve que es una amor imposible, lleno de trabas y de disgustos familiares, porque él, aquel hombre al que quise y me quiso profundamente, ya estaba casado, ya tenía su propia familia y yo no podía interferir en su vida, estábamos en la dictadura franquista y aquel amor estaba prohibido. Me alejé de allí, dejé mi calle, dejé el barrio que me vio crecer, perdí el contacto con todas mis amistades, viví como una ermitaña en una casita alejada de la ciudad, sola, con la única compañía de mi perrito Quique, pero rodeada de su recuerdo, de sus besos, de sus promesas que tanto él como yo sabíamos que eran imposibles de cumplir, pero que rodeaban mi vida haciéndome sentir feliz simplemente con su recuerdo.
Pasaron los años, mis padres ya habían muerto, debo decir que a pesar de la distancia nunca perdí el contacto con ellos, mis padres me comprendieron perfectamente y me consolaron hasta el último aliento de sus vidas, volví a mi calle, a mi casa,
todo seguía igual, pero diferente, la huerta había desaparecido dando paso a unos edificios majestuosos, pero nuestras casas seguían siendo las casas de tres pisos, humildes pero acogedoras. Subí, recorrí mi pequeña casa, por mi mente pasó mi vida en un momento, me asomé al balcón, era Marzo, empezaban a plantar la falla, la calle volvía a ser alegre y bulliciosa y allí estabas tu, allí estabas hecho un viejecito, baje, nos saludamos como viejos amigos, y los dos pensamos lo mismo: Ahí estas y no te tengo.
FIN
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