Algunos nostálgicos –porque les sale gratis- son de la opinión de que nunca debieron perderse, aludiendo a una supuesta hermandad entre vecinos, que hoy no existe. En sus mismos estudios hablan de viviendas familiares de entre 16 a 20 metros cuadrados, con servicios higiénicos y lavaderos de uso comunitario y agua de pozo o de un grifo, también para uso común. Todo ello alrededor de un patio. Hablo de los corrales de vecinos. Edificios antiguos o solares inmensos que eran ocupados por un número indeterminado de familias, gran parte de ellas numerosas. ¡Qué fácil resulta hablar desde las comodidades que se nos ofrecen en la actualidad! Las imágenes hablan por sí solas. En mi caso no ha sido necesario recurrir a la historia porque la llevo grabada dentro de mí. Una familia de seis miembros conviviendo día y noche en 16 metros cuadrados de vivienda. La calle a veces, resultaba más acogedora.
¿Que nunca debieron perderse? Cierto. Nunca debieron perderse porque nunca debieron existir. Mientras Sevilla ofrecía al turista las mil maravillas de su historia y sus grandiosos monumentos, una gran mayoría de sevillanos anónimos se veían en la necesidad de vivir en condiciones infrahumanas para, al menos, gozar de un techo bajo el que cobijarse.
De los míseros salarios de la época que apenas llegaban para comer, ineludiblemente había que descontar el pago del alquiler de uno de estos habitáculos. La humedad y el estado ruinoso era una tónica común en todos ellos. La única nota de color la ponía alguna maceta, si su flor no llegaba a morir en el intento. Las cubiertas descuidadas hacían que la lluvia calase los tejados con total impunidad. El patio se inundaba y el agua entraba en las habitaciones. Salir de allí se convertía era una auténtica odisea.
Parte de mi niñez transcurrió en uno de esos corrales. Cuando mi familia pudo abandonarlo para habitar una vivienda más digna, fue una bendición divina. Atrás dejamos la humedad, la miseria y la podredumbre. Nunca más volvimos allí, ni siquiera para visitar a los que hasta entonces habían sido nuestros vecinos de desgracia.
Tal vez ahora pueda resultar pintoresco. Pero estoy absolutamente convencido de que ninguno de los que ahora los añoran y en su momento criticaron su derribo, hubiera preferido vivir allí antes que hacerlo en cualquier otro lugar.
Y es que la lluvia puede resultar hermosa cuando se observa a través de un cristal pero no lo es tanto, cuando te está calando hasta los huesos.
** FIN **
Corral de vecinos «El Hotel Triana»
Calle Clara de Jesús Montero
(Sevilla, 1960)
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