Se levantó molesto. Le dolía el cuerpo y tenía frío. Había dormido poco. Se lavó la cara y se vistió automáticamente.  Se puso el delantal blanco y encendió el horno. Preparó las bandejas de pan listas para hornear. Volvió a pensar en Julio, sin creer todavía, lo sucedido la tarde anterior. Los pensamientos giraban en su mente mezclándose a gran velocidad.  Julio: ¡ Qué cosa este hombre! No lo entendía… si le había pagado bien y era bueno en lo que hacía. ¿Porqué renunció al trabajo?…  no tenía dudas, apenas tuviese un rato libre iría a la librería de enfrente. Pedro seguro le haría el cartelito en la “compu”.  Sin darse cuenta, pensó en las palabras del guía de Humahuaca:  -Por favor, no le den monedas. Los chicos le van a pedir, pero les ruego no le den y menos pesos. Los maestros les enseñan qué solo se recibe pago por trabajo. Ellos pueden recitarles un poema, contar una historia de algún monumento o lugar, pero no deben pedir sin ofrecer algo a cambio.   

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¡ El cartelito!…Recordaba… Debía ponerlo en su negocio. Lo había visto en Santiago del Estero, más bien en Rio Hondo, en un negocio de venta de alfajores. ¡ Cuantos artesanos callejeros apenas despuntaba el sol!!. Y los niños… No estaba de acuerdo con el trabajo infantil, pero prefería admirar a los que tenían necesidad de realizarlo y no delinquían. Recordaba a Cachito, el lustrabotas, que se sentaba en la vereda del Hotel, después del mediodía, pues a la mañana iba a la escuela. Según le contó que había elegido ese lugar porque allí los pasajeros usaban zapatos, no zapatillas, como en otros. Cuando le preguntó porqué usaba los dedos para pasar la pomada, le había dicho: –“Para ahorrar betún”. Mi papá trabaja, pero tengo ocho hermanitos menores. Y Julio que prefería ir a pedir en restaurantes y bares, a trabajar como ayudante pastelero.  ¡Qué descaro tuvo al decirle que así ganaba lo suficiente, que estaba acostumbrado desde chico y no se cansaba tanto!!…  Ahora  tenía 23 años… era un hombre, como no tenía vergüenza… si gozaba de buena sadud y tenía la energía propia de su edad.   En cuanto llegara la empleada iría a hacer el cartelito. El timbre lo sobresaltó. Había amanecido. Abrió la puerta a María y volvió a la cuadra para sacar el pan caliente y crujiente. Luego cocinaría otros “mas blanquitos” para doña Inés,  pero antes iría a la librería…  Al día siguiente los clientes asombrados notaron en la pared detrás del mostrador una cartulina blanca con letras en negro que decían:   

“ Por Dios no dé limosna, al hacerlo está educando mendigos”  

AVENIDA DE MAYO 569 SANTA FE, ARGENTINA RA    

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