LA CALLE DEL FANTASMA

LA CALLE DEL FANTASMA

Camila Contreras

05/04/2016

El cuerpo de Bartolomeo fue encontrado en medio de un basural. Lo poco que le quedó de su azarada vida fueron unos cuantos cigarrillos apelmazados en el bolsillo roído del pantalón, y una soga maltrecha por los intentos para dar término a su vida que empeñada lo seguía como sombra sin extinción.

―Ha muerto ―le dijo la señora al hijo―, a través de una llamada cruzada por la voz calenturienta de una joven que ofrecía toda clase de servicios a precio módico.

El silencio viajó cientos de kilómetros y se depositó en forma de lágrimas que rodaron por la mejilla del hijo. Él, que no había podido acompañar a su padre en semejante faena que le jugaba una enfermedad cardiaca, ahora lo veía partir desde lejos.

Sin dinero en los bolsillos, ni debajo del colchón, ni mucho menos en el banco, el hijo imploró ayuda al alcalde quien a través de colectas reunió lo suficiente para darle el último adiós de forma digna. Una sala de velación para sus últimos momentos en la tierra y un féretro de pino para depositar su cuerpo frío en medio de una despedida calurosa.

El hijo madrugó a la funeraria para el debido traslado del cuerpo, ella a cientos de kilómetros se acercaba a reclamar el acta de defunción.

La carroza fúnebre estaba lista para salir cuando el teléfono volvió a sonar.

―¡Resucito!, ―dijo la voz femenina con risa nerviosa. Su padre está vivo gracias a mi Dios.

La carroza fúnebre apagó motores, el ataúd fue bajado y en la sala de velación se apagaron las velas, se guardó el portarretratos y la puerta se cerró.

Su hijo estaba feliz; su padre ya no era el muerto, la mala información de una enfermera le había hecho derramar lágrimas, y ahora se las ventilaba para celebrar la vida por todo lo alto.

―¡Qué destapen las botellas don Fermín!, hoy hay aguardiente para todo el barrio; aunque en malas condiciones mi padre aún respira.

Risas, aplausos y copas de licor se dieron encuentro en las calles que al son de la música celebraron el paso de la muerte a la vida.

De la colecta no quedó sino el tufo de algunos borrachos tirados en los andenes, y las veladoras que alumbraron la entrada a la casa del hijo, que ebrio de felicidad tanteó el camino de pared en pared.

Una semana después el cuerpo sin vida de Bartolomeo pudo ser identificado. Era él, el mismo padre del hijo que borracho había pasado de llorar la muerte a brindar por la vida. El mismo padre que por unos minutos tuvo todo listo para un entierro digno y pasó a reposar su último aliento atado a una soga y rodeado de desperdicios.

FIN

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CALLE DEL FANTASMA. CANDELARIA (BOGOTÁ- COLOMBIA)

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