El Tabra de amor

El Tabra de amor

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22/02/2016

Podría decir que soy el corazón de la ciudad. Por mis arterias han caminado cientos de enamorados, soy la más cultural y cosmopolita calle de Moscú. Con los cuadros de los pintores callejeros podría engalanarme con un vestido de noche; con las canciones de los talentosos músicos de varias generaciones podría dar el mejor de los conciertos; con la melodía más bella del alma urbana y con el alma de Pushkin podría recitar eternamente hermosos y apasionados poemas para olvidar que fui quemada como una bruja durante la invasión napoleónica, mientras en Montmartre, se vanagloriaban de mi muerte, pero resucité para fomentar el amor en mis paseantes, en mis artistas callejeros, en mis músicos y mimos, todos ellos sienten el espíritu del más grande poeta ruso que visitó en su infancia la iglesia de Nikolai Chudatvorets, destruida en 1936 por decisión del comité central, y la dejó impregnada de su espíritu. 

Me limitaré a contar un suceso que ocurrió cerca de uno de mis muros, que, encajonado en una estrecha calle, fue testigo del encuentro de dos enamorados. No son famosos, pues no se trata de Bulgakov, ni Gogol, ni Tolstoi, ni Mayakovski, es sólo un estudiante latinoamericano que viajó a Uzbekistán y se enamoró de una rusa en la plaza Khast Imam en Tashkent. En aquel entonces existía la Unión Soviética y se podía encontrar eslavos rusófonos en lo más recóndito de la comunidad socialista. Él jamás pensó que volvería a encontrarla, dada la enorme distancia que los separaba, el único beso fugaz fue de despedida y el infortunio quiso que ella perdiera el papelito con su dirección escrita a lápiz. Así de crudas e indiferentes fueron las circunstancias, sin embargo, un día, las notas de la canción “El último héroe” del trágicamente fallecido, Victor Tsoya, llamaron su atención y cambiaron su destino.

 “La noche es corta y tu objetivo está lejos…” —oyó cantar—. Lo atrajo el gentío atento al tintineo metálico de seis cuerdas de guitarra y una voz falsificada, pero sincera, del vocalista del grupo Kino. Se mezcló con la masa de curiosos. A unos metros, el vocero del Arbat, Bulat Akudzhava, convertido en estatua de humo, guardó silencio para no estropear el inesperado reencuentro del joven con su amada.

Natalia recorría con su dedo un corazón pintado por el recuerdo y la nostalgia. Un timbre, una voz pronunciando su nombre con acento extranjero le hizo temblar las piernas. Se cruzaron las miradas y se consolidó la victoria sobre lo imposible. Se demostró que no hay nada más fuerte y poderoso que la esperanza. Ni la distancia, ni las trabas burocráticas, ni la falta de dinero pudieron impedir aquella unión bendecida por los aplausos de los espectadores del teatro de Vajtangov. No pregunten si hay más historias porque no podría narrarlas todas y si he recordado ésta, en particular, es porque alguien ha venido a mirar, con el deseo de hallar su amor, un corazón pintado en el escondido muro de Viktor Tsoya.

Calle ARBAT, MOSCÚ.

Fin.

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