Escucho al gallo cantar. Ya es de día. Abro los ojos torpemente… Me estiro soñolienta en la antigua cama de forja. La habitación es austera, con las paredes pintadas en blanco y muebles de madera maciza de principios del siglo pasado. Retiro de una patada la pesada manta de la Lagartera y me incorporo, ¡qué frío hace! Me pongo la bata y bajo a desayunar. Está encendida la cocina de leña, menos mal… Tía Elvira prepara la masa para una empanada. Miro por la ventana: el cielo está de un celeste nítido y, tras la helada de esta noche, el verde vivo de las tierras se ha tornado pálido.

Me preparo un Colacao bien calentito con bizcocho casero, mientras hablamos de las tareas del día y del tiempo.

En cuanto acabo, subo a ducharme y vestirme. Me pongo unos vaqueros, una camiseta interior de franela y un jersey de lana de cuello vuelto. Me calzo las Ugg y me dispongo a ir al establo a ayudar.

Salgo por la puerta y Ruper, la gata cazadora, se arremolina entre mis piernas. Los perros de la casa me saludan efusivamente. Juntos caminamos hasta el establo, situado a unos 10 minutos de casa, donde me encuentro a mis primos, en la oficina revisando las cuentas, y mi madre, dando de comer con un biberón a un ternero. Cuando acaba, rellenamos de heno y agua fresca los comederos y bebederos. Ahora mis primos están en la sala de ordeño. Aun tenemos por delante por lo menos una hora y pico de trabajo…

Cuando acabamos los quehaceres en el establo regresamos a casa. Mientras mamá va a recoger la ropa tendida en uno de los prados al lado de la casa, yo recojo unos cuantos tomates y un par de lechugas en la huerta para preparar una ensalada.

Mi hermana sale a llamar a los demás comensales desperdigados por la finca. En total nos reunimos alrededor de la mesa 11 personas. Mi tía tiene una mano bárbara para la cocina, está todo riquísimo, sabe a pueblo, a origen, a refugio. La comida trascurre tranquila aunque amenizada con los últimos dramas y comedias rurales.

Después de comer, los hombres echan una partida a la brisca antes del volver al trabajo. Mientras, nosotras tomamos café y los abuelos se retiran a dormir la siesta.

Cuando acabamos de fregar y recoger la cocina, subo a la habitación y recojo todas mis cosas.

Meto la bolsa de viaje en el maletero y me despido de la familia. Tengo una hora y media de viaje por delante. Antes de arrancar conecto el cable de mi iPod al reproductor del coche y la música comienza a sonar. De repente escucho el teléfono móvil: mierda, está sin batería… lo olvidé en el coche… tampoco lo eché de menos la verdad… Resumen de mi retiro purificador: 16 llamadas perdidas, 24 e-mails, 457 Whatsapp de 6 contactos, 11 notificaciones de Facebook, 2 de Instagram y 4 menciones en Twitter.

Miro por el retrovisor: el clan me despide con la mano y yo saco mi brazo amargamente por la ventanilla para hacer lo mismo.

En fin… hora de ponerme al día. Habrá que quedar con los amigos para tomar unas cañas.

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