La abuela que hackeó el mundo

La abuela que hackeó el mundo

Nacho Mellado

20/02/2013

A 42.231.615 personas les gustaba la pizza. Esa fue la absolutamente vital información que obtuvo Annette, un ama de casa de ochenta y cuatro años, en el mismo instante en que la sacó del horno y cuyo conocimiento, en contra de todo pronóstico, no cambiaría su vida ni un ápice. Ante sus ojos estaban dos de los más importantes logros de la Humanidad: la pizza sin anchoas y las etiquetas flotantes de Lazebook. El primero fue el resultado de sacrificados años de investigación en ciencia alimentaria por parte del Dr. Peter Fish, cuya principal conclusión fue que el 90% de los seres vivos conocidos apartaba las anchoas de la pizza, y no precisamente para saborearlas más tarde. El segundo y mucho menos importante, las etiquetas flotantes, era lo último en realidad aumentada. Cuando necesitabas ir a algún lugar desconocido, no tenías más que seguir las indicaciones que aparecían ante ti; cuando querías saber cómo funcionaba algún aparato, un croquis con explicaciones detalladas se mostraba sobre él; cuando chateabas, podías ver a todos ante ti con un realismo absoluto, como si pudieras hacer la conga con ellos, como si pudieran notar que no te habías puesto desodorante ese día. Gracias a esta pirueta de la más avanzada tecnología, Annette pudo rendir debido tributo a su afamado héroe, Peter Fish, con un merecido “Compartir” sobre la imagen del ágape que estaba a punto de deglutir y metabolizar. Y es que así es como uno habla en el futuro si no quiere parecer simple, mundano, rudo, poco sutil o sin página web.

Annette era una de las pocas personas que todavía era capaz de discernir entre la realidad y las proyecciones virtuales que le mostraban sus gafas Eye3D. No como Belinda Brokeback, una desafortunada usuaria que cruzó la calle justamente por donde transitaba un camión de gran tonelaje mientras recibía una sugerencia para hacerse fan de Starbucks. Sus palabras en el juicio “yo sólo vi un monigote verde y crucé” bastaron para que el juez encontrase a dos responsables de las terribles lesiones de Belinda: 1) la Mecánica Newtoniana y 2) la empresa fabricante del Eye3D, a la cual se nombró única responsable subsidiaria, dado que la Física jamás ha respondido a una citación judicial y se desconoce su paradero.

Inmediatamente después de este costoso acontecimiento, la asociación de fabricantes de dispositivos personales de realidad aumentada, conocida anteriormente como “consorcio” y rebautizada a “asociación” tras la recalcitrante insistencia del cuñado del presidente en la broma “Cántame el Chacachá del Tren” o “Sergio, ¿dónde está Estíbaliz?”, decidió tomar drásticas medidas técnicas para evitar futuras demandas. El diseño de las gafas sufrió un intenso proceso de revisión y escrutinio por parte de los más brillantes ingenieros de Eye3D. Como resultado, se introdujeron profundas modificaciones en el software interno de las gafas, que fue actualizado automáticamente en todas las unidades del planeta durante la medianoche del seis de febrero. Y esta fecha carecería de mayor importancia de no ser por por el té con leche que Annette, nuestra entrañable anciana, se estaba preparando en ese mismo instante y que desencadenaría desastrosos acontecimientos.

Baxter Bugstein era brillante. Y como tal, había sido contratado a temprana edad por Eye3D como ingeniero de software, donde dedicaba sus jornadas a escribir… ¡¿qué digo?! A hacer arte informático, a escribir poesía en forma de código fuente. Parecía disfrutar de una vida colmada de dones, pero había algo de lo que Baxter Bugstein carecía: un cachete a tiempo. La permisiva infancia que le brindaron sus padres hizo de él un ser caprichoso y soberbio que creía que ganaba poco y no se sentía suficientemente valorado en Eye3D. Eso le llevó a dejar una “puerta trasera” en el programa, un diminuto resquicio digital que le permitiría tomar el control de todos los dispositivos Eye3D en caso de que sus demandas salariales no fueran escuchadas por la empresa. No obstante, Baxter había tomado la precaución de añadir un complejísimo mecanismo de activación que sólo él podría utilizar. Según sus cálculos, el más potente superordenador hubiera necesitado más tiempo que la edad del propio Universo para encontrar la secuencia de acciones que permitía tomar el control de todos los Eye3D. Dicha secuencia consistía en llevar una unidad Eye3D en casa, ir del salón a la cocina, preparar un té con leche, bañar al gato, ajustarse la cinta del batín, repanchingarse en el sofá, dar un sorbo al té, cambiar de canal diez veces y decir en voz alta “lo de la TDT fue un timo; doscientos canales pero casi todos son pura porquería”.

En casa de Annette, junto al té con leche que estaba sobre la mesa, el gato se sacudía las últimas gotas de agua después del baño mientras Annette cambiaba compulsivamente de canal. Después de pasar por siete teletiendas y dos canales de contactos eróticos, pronunció las palabras.

En ese mismo instante, diez mil millones de gafas Eye3D se oscurecieron momentáneamente. La imagen de Annette apareció simultáneamente en todas ellas. Diez mil millones de usuarios contemplaron la enternecedora estampa de la cariñosa abuela que todos quisimos tener y creyeron estar realmente junto a ella. Entonces, Annette bostezó. Al unísono, diez mil millones de grupos de neuronas espejo se pusieron en funcionamiento. Diez mil millones de bocas se contagiaron del bostezo. Diez mil millones de pulmones inspiraron y exhalaron plácidamente.

La potencia generada por los diez mil millones de bostezos juntos, unida al hecho de que la religión dominante era el Islam, de que la población estaba casi totalmente distribuida por el hemisferio norte y de que era la hora de rezar de cara a La Meca, propulsó suavemente a la Tierra fuera de su órbita estable, la cual, giro tras giro, kilómetro a kilómetro, se alejó del Sol, y se enfrió tan rápido como el té de Annette, hasta convertirse en una masa de roca inerte.

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