Ser felices. ¿Acaso no es eso lo que todos queremos? Es la meta de cada día que pasa, aunque a veces no sea conscientemente.

Al lado de alguien, consiguiendo algo, yendo a algún lugar. La felicidad se manifiesta de formas muy diversas, a veces visibles, otras desapercibidas.

Dar y recibir felicidad, dar para sentirla y recibir para disfrutarla. Los días pasan y quizá dejemos que nos arrope la rutina, pero ¿lo has pensado? Definitivamente es un estado, una búsqueda que nos une a todos.

Queremos ser felices, que nuestras vidas tengan un sentido. Siempre habrá por qué o por quién sonreír, no hay duda.

He visto, en este tiempo que llevo caminando por la vida, muchas demostraciones de este estado.

Conozco un profesor con cáncer en la garganta. Fue laringectomizado. Se dirige a sus alumnos a través de un altavoz amarrado alrededor de su cintura, un micrófono que se sostiene desde su oreja izquierda y se alarga hasta cerca su boca (similar al que usan los tele operadores) y un pequeño vibrador que sostiene con su mano y se coloca en la garganta, cerca de su manzana de adán, esto es lo que le permite emitir sonidos.

Lo que todos escuchan es una voz robótica, que se proyecta por todo el salón de clase, en los pisos y pasillos cercanos también es posible escucharlo, su esfuerzo queda en evidencia por las manchas de sudor que aparecen en su camisa, pero no son distracción, porque además de lo profundamente interesante que resulta su cátedra, sus clases simplemente te alimentan el alma.

Es un hombre sumamente preparado, con un amplio léxico, una autoridad justa, de sentimientos aflorados, de cabello gris y bigote, yo diría que de unos 70 años. Va a trabajar aupado solo por la convicción y las ganas de conocer al mejor ser humano y al profesional integral que en muchos casos espera sumergido en el interior de sus alumnos.

A punta de exigencias, regaños y oportunidades, abre la puerta de la confianza y muestra a sus alumnos esa idea genial de que el mundo y sobre todo nuestro país, puede ser mejor, solo si nos lo proponemos.

Me atrevo a pensar que luego de perder su voz, el profesor pensó en todo lo que tenía pendiente por decir, en todo lo que le faltaba por compartir, también creo que es por eso que nunca se ha rendido.

Hablar de Venezuela desde la colonización, pasar por la independencia, el descubrimiento del petróleo y lo que desencadenó la democracia en el país, es algo que solo él puede hacerlo interesante, porque a raíz de todo esto, dispone que sus alumnos creen un trabajo donde señalen, cómo imaginan su país en el año 2050, su país ideal, lo que desean, lo que esperan.

Y yo, sin pensarlo mucho, me pregunto, además de su intención pedagógica, despertando en los muchachos una visión futurística, ¿estará tratando de conocer a través de estos trabajos un tiempo que tardará 27 años en llegar?

Yo me esforzaría demasiado, me encantaría mostrarle algo mejor, mi país soñado, algo tan especial que al imaginarlo, cualquiera pudiera llorar de felicidad.

El profesor no es una persona que trasmita lástima o algún tipo de compasión, es alguien que trasmite unas ganas locas de ser mejores cada día, emana respeto, sabiduría.

No sé si antes de estar enfermo fue un hombre devoto, sé que ahora mismo lo es. Entrar a su página de Facebook me lo deja claro, al ver la imagen de la Virgen María que tiene como foto principal. 

Pasear por su página definitivamente es una aventura, encuentras fotos de su juventud, con familiares, con alumnos, videos con denuncias, recomendaciones de remedios baratos para el cáncer, noticias importantes, propuestas para cuando llegue a ser presidente de Venezuela y hasta una foto  en la Casa Blanca en el despacho del Presidente de los Estados Unidos de América, Ronald Reagan, pero lo que más llama mi atención son las actualizaciones de su estado, no pierde tiempo para escribir lo que piensa.

En una actualización en su muro, escribió lo siguiente: “ser feliz es el resultado de disfrutar la sensación de sentirte feliz muchas veces, una vez que restas las veces que la vida te ha devuelto a la realidad, generalmente sin previo aviso”.  Y lo firmó de esta manera: “Reinaldo Casanova C. – Filósofo barato”.

Realmente todos encontramos la manera de ser felices.

Él no me conoce, no sabe mi nombre, nunca hemos tenido una conversación, no sé si sería una buena alumna para él, no estoy en su clase, y asumo con tristeza que nunca será mi profesor, la mención que pronto elegiré en mi carrera me aleja de esa suerte.

Pero no podía perder el privilegio de saber lo que eran las clases de este gran señor, de este ser humano que tiene tanto por decir, por eso, me cuelo en su salón y me siento entre sus alumnos cada vez que puedo.

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