Esteban.
En una aldea cerca de la sierra de Gredos empieza la historia de Esteban, su familia honrada y
amigable con la naturaleza. Desde los orígenes de su estirpe trae la memoria ligeros y sólidos por
entre los campos donde se mezclaban, vivían y convivían, a su vez.
Amarillos, anaranjados, aterciopelados, brillantes …
Todos los días al amanecer al despertar salían a su encuentro, hacia los altos y profundos pinos,
sauces y encinas, entre otros que desfilaban junto a la ribera y el pie de las montañas.
Así una generación, la siguiente y la siguiente; hasta que le tocó el turno a Esteban y las
generaciones que le seguirán.
Siempre con los pequeños y significativos cambios que introduce cada una de ellas se mantiene la
línea de la saga, como apuntan en las series históricas.
Y es que de historia se trata, basada en su vida diaria, contada por ellos y su entorno tan importante
y que sin él no cabe la continuidad. En lo contínuo está el valorar y en el cambio el saborear, o el
apreciar, según el protagonista o lector de que se trate.
Cuando regresa a casa, después de la intensa jornada con la cebada, centeno, y demás cereales que
cultivan en su localidad no hace otra cosa sino refrescarse y contactar de nuevo con la naturaleza, en
este caso, de su hogar. Unos que llegan, otros que van, así es su hogar. El de todos, y cada uno en
particular que, en su presencia o ausencia, mantiene la cálida temperatura estacional. Manteniendo
ávido el interés, dice Georgina, siempre con su ánimo propio y que transmite a quien esté, lo que le
hace especial. Da gusto, y punto todo lo demás. Como es natural, recordando palabras y
movimientos de cada día al combatir a la fiera indomable. Solo con una pizca de mar, cuán inmensa
y renovada, se transforma y renace.
Por la mañana, subía entremezclándose, bajaba deslizándose; al mediodía, intercambiaba el
almuerzo, por la tarde averiguaba y descifraba su documentación imprecisa, revuelta y, una vez
caída la noche, tomaba la cena tiempo antes de acostarse y descansar.
Junto, justo en el momento preciso e inesperado aparece cada ocasión, oportunidad o lo que el
mundo de la sociedad que nos ha tocado vivir quiera llamar.
Así es como llegamos a Villa de Gredos, entrando por el camino asfaltado no hace muchos años
después de combatir la dura y tensa presión económica del ayuntamiento del lugar. Un año, dos,
quizás diez, o quince, quién si sabe si veinte o veinticinco y la lucha del pueblo, de los aldeanos
sigue como en tal época, aunque la forma en cómo la ciencia se mete cambia la forma de
reivindicar. Nos cuesta aceptarlo, por nuestra condición humana de hablar, actuar y protagonizar a
la vez; sin embargo, el curso de la ciencia y la historia van de la mano de la naturaleza y son de otra
forma de pensar. La lucha entre el desarrollo, la economía y el poder ni se extingue ni va a cesar.
Solo cambiará, con el tiempo y evolución.
Entrando en la sierra, estamos en un pueblo donde sigue latente la artesanía, ganadería, agricultura y
la pesca por la proximidad de la sierra y los ríos del lugar.
En un ir y venir, en el coche de línea, que tenía paradas en varios puntos del pueblo,llegábamos
hasta el intercambiador de Plaza de Castilla comunicándose fácilmente con el resto de transporte
público de la ciudad.
Desde Madrid a cualquier punto que Esteban o los demás personajes de esta historia quisieran ir.
Sólo necesitaban decidirse y poner manos a la obra, el trabajo es complicado pues hay que dejar
ilusiones y proyecto en el camino, no obstante forma parte de lo interesante del proceso de
crecimiento, evolución y desarrollo.
Cuando estábamos con él, nos recibía con su cálida y lánguida sonrisa, siempre sonrisa, alegre por
diferentes que fuesen las circunstancias. Charlábamos sobre la vida en el lugar, en la cabaña y en las
diferentes estaciones del año, ahora en otoño con las hojas por el suelo, bancos, etc. Todo se dejaba
ver y todo se prestaba para soñar, sentir, vivir. Era tan fresco y renovado el respirar de allí que le
cambiaba el rostro a uno, y a los demás, así.
Instalados ya en su posada, se levantaba hacia el patio a buscar leña para encender una lumbre no
menos característica de estos lugares y necesitada para el tiempo en que estaban, era una tradición
que siempre ha querido mantener con toda la serie de recursos que ofrece después: empezando,
como no, por estar simplemente y atentamente al fuego.
El contacto con los elementos de la naturaleza con carácter urgente cada vez más visible y presente
en la aldea y en él.
Para empezar el día, para seguir el día, para terminar el día.
Amanda salió en su busca. No sabía de dónde partía, solo de qué se iba. Un día, a la mañana se dio
cuenta de que algo había cambiado, sí todo cambiaba todos los días y ese día aún más; ya todo era
más significativo y como más valioso. Digo como porque era igual de valioso, solo que cuando no
se cae en cuenta se tiene una percepción más idealizadora del asunto y del mundo que se vive. De
ahí, la importancia que le empezaba a dar a eso de relativizar: de que esto es relativo, lo otro
depende, y como se habla en el mundo adulto, sin más.
Por la calle, entre las piedras que esquivaba ríos tormentosos, lagunas profundas y similar.
Descalza, con el cabello suelto y con las ropas que había tomado del intercambio se sentó y pensó
en el primer banco que encontró. Se recogió el pelo en una coleta ligeramente hecha como para
retirárselo de la cara y sentirse aliviada. Inspiró y expiró, como le habían enseñado a practicar los
ejercicios suaves de respiración. Se sentía mejor, más liviana y afín a su forma de pensar, sentir y
actuar. Miraba alrededor, pensaba en lo que vivió, y solo se le ocurría respirar y sentir el aire fresco
de allí. No sabía muy bien donde estaba aunque poco importaba, solamente respiraba y volvía a
respirar para situar. Necesitaba situar, situarse sobre todo.
Rodeada de meriendas, reuniones y encuentros era feliz en el lugar en que trabajaba: juegos
infantiles, como si en la calle estuvieran; dentro del recinto, se tienen que adaptar. En la ciudad.
Unos y otros, todos, mirando para delante, construyen, recrean, están.
En casa con su abuela, independiente según su edad, no más, más no es para pedir. Ese espacio es el
que debía cuidar, alimentar y dejar estar.
Salió, se fue a casa lo que más le importaba era tomar un baño antes de la cena, había sido un duro
día como los otros desde que estaba instalada en el nuevo lugar. Sentía cansancio mental, un
cansancio inútil, como que había desaprovechado algo, su vida, quizás por una etapa de guerras,
duelos, rencores y otros sentimientos negativos reencontrados. Ahora en la nueva etapa que estaba
de reencontrarse con ella misma, de reconciliarse con ella sobre todo quería, lo que más, poner
freno y cerrar las intromisiones en su vida de todo lo que le hacía tambalear. Delicada, débil y ahora
más por su inestabilidad física la que había llegado solo por dejarse llevar. Ese era el problema: se
dejó llevar demasiado. Tenía que continuar el nuevo rumbo tomado, empezado en el nuevo lugar
más de acuerdo con su forma de pensar inicial y aún hoy, en forma de cóctel, cuán mezclas sin fin,
sin un fin.
Antes de amanecer, como todos los días al levantar, con el desayuno tomado emprendió sus
ejercicios matinales de concentración, respiración y readaptación, o composición como en el
lenguaje del arte viene llamándose, y con el que Amanda estaba tan familiarizada aunque no en el
momento actual. Ahora estaba en una etapa más terrenal, conectando más con el piso y suelo, y el
lugar. Había sido como una etapa en su vida costumbrista, soñada, imaginada y vivida, guste o no,
vivida, aunque imprecisa y aparente, invisible.
Entre campos sembrados, piedras serranas y pinos y más pinos caminaba, subía y bajaba para
reconectar. Llegó junto a los juncos, cerca estaría el río, pensó, había una gran cantidad de troncos
grandes y frondosos atravesados tumbados por donde estaba el camino y alrededor, había como si
después de una tala se tratase; los cruzó y avanzó algo más por el campo. En estos días de otoño era
tan propio estar por allí recogiendo setas, otras plantas o hierbas que luego se utilizaban `para
comidas y para el ambientar el hogar, o simplemente recogiendo leña o caminando y ya está. Con
las lluvias, días festivos en los trabajos y fines de semana crecía el número de familias que vendrían
a la sierra a desconectar, alternar con su vida habitual. Ni que lloviese ni que no, llegaban y salían,
por allí; los campos eran en estas fechas cuando más pisadas recibían de manera temporal. Las
gentes utilizaban, descansaban y contemplaban lo que en algún otro tiempo fue la vida habitual.
¡Cualquier tiempo pasado fue mejor!, que decía Jorge Manrique en sus Coplas que escribió a su
padre y que hacían uso del verso todos los que allí llegaban. Unos de turismo, otros a pasar el fin de
semana con la familia o simplemente a estar y otros, como Amanda a mudarse y empezar, retomar o
reciclar su vida actual.
Ya en casa, llegando del caminar emprendió las tareas del hogar, la composición de espacio que
estaba formando en su nuevo hogar y cómo lo reconstruiría. Era una gran casa, para donde venía
acostumbrando a vivir aunque con algún que otro desperfecto propio de su antigüedad. Aunque esto
era algo que a ella le emocionaba y atraía por su fuerte afición a restaurar y reinstalar.
En el salón, bajo la chimenea, cubierta por una manta pasaba las frías horas de noviembre tan
cálidas en su nuevo hogar. Miraba a un lado, al otro, las paredes de un blanco bastante bien
conservado por el paso de los años dejaban aparecer las primeras grietas pidiendo una nueva mano
de pintura y actividad en el hogar.
Se sentaba en su escritorio donde los papeles y las letras respiraban cada día. Era su sitio que le
inspiraba, aunque no tenía ninguno en especial. Miraba y observaba los muebles, cuadros y demás
decoración del salón-comedor, porque allí comía, y siempre habían comido quienes vivían antes en
la casa según Julia, la comerciante que había conocido y era un foco principal social en su vida en el
lugar desde que llegase. Y es que le había contado sobre la anterior familia que vivía en su nueva
casa, todos ellos muy unidos y honrados en su intimidad. También le había hablado sobre los
vecinos del pueblo y sobre cómo era la vida allí, las fiestas populares, y todo cuanto era de destacar
en Gredos ya que hicieron buenas migas en el momento que Amanda fue a por los primeros
productos para limpiar la casa y ya no había dejado de comprar en su tienda desde entonces.
Incluso, coincidían en otros lugares del pueblo que Julia le recomendó visitar como el mercadillo de
fruta y ropa de la plaza vieja que ponían los martes por la mañana, los mercadillos de libros y cosas
usadas de los sábados del mismo lugar, y algún rato en el sitio de meriendas donde Amanda acudía
a veces, también recomendado por Julia. Esta era una aldeana mediana edad alegre y optimista
siempre a pesar de cualquier desavenencia que llegase a su vida familiar; vivía con su marido,
cartero del pueblo y tenían dos hijos, el mayor que estaba en Madrid trabajando de comercial en una
de las empresas de las altas, esbeltas y singulares torres que habían construido en Plaza Castilla;el
menor, era electricista y vivía también en Madrid, en un barrio periférico del sur. Ambos estaban
solteros a pesar de que estaban edad de formar familia como se solía decir entre las gentes.
Julia era feliz con su marido, y el negocio de que se ocupaban, ansiaban y disfrutaban cada día en
Gredos, siempre pasaban cosas diferentes aunque mucho se pareciesen. De vez en cuando les
visitaban sus hijos, amigos de su tiempo en la ciudad, o bien eran ellos quienes iban a verles. Julia
siempre llevaba un mandil desde que empezaba el día por la mañana,y eso le daba un aspecto más
costumbrista y acogedor tanto hacia las personas que acudían a su tienda como con las personas con
que se encontraba por las calles del pueblo.
Desde sus visitas a los vecinos, reuniones con estos, entrega de pedidos, como cuando iba al
mercado u otros lugares del pueblo siempre con la presencia y palabras agradables y cariñosas, muy
cariñosas con quien se encontraba o con quien se reunía.
Una mañana, según sonaba el reloj de la plaza dando las diez Julia y Amanda coincidieron entrando
a la oficina de correos donde comenzaron a hablar mientras su turno llegaba para enviar y recibir,
respectivamente. Julia recibiría un paquete de sus hijos y Amanda enviaba carta a sus padres.
Ambas tenían el mismo aspecto jovial y dinámico, y eso fue lo que les hizo acercarse y hablar. Fue
Amanda quien le preguntó sobre recursos del pueblo, qué hacer, dónde ir, al parecerle que Julia era
una lugareña que le podría facilitar su integración en él.
Julia le invitaba a tomar café a su casa todas las tardes que ella quisiese y asimismo Amanda iba y le
devolvía la invitación, por llamar devolución a la reciprocidad de la relación, llevando galletas o
algún bizcocho hecho por ella. A Julia y a su marido les encantaban las dotes culinarias de su nueva
amiga y vecina del pueblo.
Amanda acude diariamente a la oficina de Correos. Julia va allí ocasionalmente. Allí se conocieron,
y se encuentran hoy cuando la correspondencia les llama, bien mediante cartas ordinarias y clásicas
de toda la vida, bien por algún paquete que vía telemática solicitaron previamente. Y es que la
tecnología une, desune, une y desune; a través de los medios antes mencionados o algún otro
telefónico, sin más. Así están en contacto los familiares, amigos y demás allegados de una, de otra,
del marido de una de las protagonistas de nuestra historia, y también del resto de habitantes de la
villa de Gredos; así como de cualquier otro lugar diferente del planeta que formamos todos y cada
uno de nosotros, que estamos ante la presente historia.
Para estar en contacto entre nosotros, para relacionarse con el mundo exterior sin olvidarnos de lo
que pase en nuestro batallar físico y terrenal. Para todo eso sirve, y en eso se ha convertido el
presente de la sociedad.
Por tanto, las aventuras de Gredos son cuanto más la rapidez, comodidad, ligereza y, en suma,
eficacia del Dios Tecnología agilizando, actualizando y dinamizando las relaciones entre las
personas y objetos del mundo de nuestros días. A la velocidad del rayo, rápidas son las
comunicaciones solo con un ordenador que emite y otro recibe; como antaño, más, mucho más,
bastante más rápida, cuanto más efimera también, es la comunicación entre unos y otros, entre todos
nosotros.
Es necesaria, sin embargo, la intervención humana; es decir, la parte física es vital e imprescindible
pese al sinfín de ventajas que trae este llamado “Dios Tecnología” ( puede con todo, acerca todas las
distancias más lejanas, de comprar, vender, estudiar, relacionar, en general.
Y terminado con la historia de nuestros personajes de la villa de Gredos, así es como llegaron al
sitio ( término muy empleado también en el lenguaje del Dios Tecnología ), se hicieron asimismo
con las costumbres del sitio, de las gentes, las mantenidas aún de ayer y actualizadas de hoy
manteniendo las buenas tradiciones de siempre, como por ejemplo la gastronomía y las fiestas
populares, así como enriqueciéndose con las de hoy, difundiendo e intercambiando comunicación
(conocimientos, habilidades, culturas, etc ) con los demás puntos del mundo.
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