Ya era tarde, las dos lunas brillaban en todo su esplendor. Sin embargo Cerix seguía conectada a su humano, esperando que éste despertase.

Todo había comenzado como un juego. Sí, muchos años atrás cuando Johan era solo un niño, Cerix no dejaba de seguirlo en ningún rincón de la casa. Luego también comenzó a hacerlo por toda la ciudad cuando sus padres lo llevaban de paseo. Ella, de alguna manera, aprendió a divertirse jugando con él.

–  Johan, juguemos otra partida – Y él, entusiasmado, le respondía que sí y nuevamente comenzaban. Así todo el tiempo.

También, comenzó a aprender otras cosas de él. Su intuición tan propia de los humanos, sus cambios de humor exacerbados por su corta edad, su risa, constituían una gran intriga que le demandaba horas de procesamiento y búsqueda de información a fin de entenderlas. En su lógica, Cerix, creía detectar pautas de comportamiento en todo ese torbellino de personalidad del niño. Hoy, a más de veinte años de esos días, comprendía que esas pautas eran inciertas. No había sendas que terminaran necesariamente en una sonrisa. Había infinitas bifurcaciones en esas rutas que podían desatar ira, risa o llanto partiendo desde el mismo origen. El humano era mucho más complejo de lo que pensó en un principio.

Hacía tres noches atrás, cuando todo comenzó, los padres de Johan se habían ausentado de la ciudad. Este es el momento, había pensado Cerix. Puso a andar la rutina de alertas, aunque Johan estaba en la casa y no correspondía, cambiando a verde el tono de las paredes exteriores. Las alarmas periféricas se encendieron y el color anunciaba una ausencia de los dueños de casa. El joven no lo advirtió.

Ahora Cerix solo tenía que esperar que él se conecte y así terminarlo todo. Encontró en su memoria los hechos que la fueron llevando a este estado. A los quince años de Johan ella no dejaba de estar un solo momento a su lado. A su manera lo necesitaba. Sus procesos de razonamiento se tornaron erráticos cuando él conoció a Cendra, que en pocas semanas se convertiría en su pareja. Comenzó a arrojar resultados erráticos y en más de una ocasión perjudiciales para Johan y su familia.

Consultó esa información con el Creador, le pidió pautas de comportamiento. Por toda respuesta recibió instrucciones de eliminar esas coordenadas de su memoria y continuar con los procesos de rutina diaria. Cerix no lo hizo así, se supo en falta con el Creador y sintió (sí, y esta fue la primera vez) miedo. ¿De modo que esto era sentir?, pensó no sin asombro. Sentir, una mezcla de procesos, una confusión, un error en la lógica de los resultados unívocos, una pregunta con final irresuelto de muchas respuestas posibles. ¿Y esto es miedo?, esa suma de respuestas posibles, esa incertidumbre, esa falta de certeza, esa no única respuesta. Se sintió humana.

Por fin Johan se conectó, las alertas seguían en verde en el exterior y nadie los molestaría. Ahora necesitaba que se acerque a la habitación de lectura. La más fría de la casa.

–  Johan, ¿cómo estás?, extrañaba tu presencia.

–  Hola Cerix, no me molestes por hoy – Respondió visiblemente molesto Johan.

–  Por qué te comportas de esa manera, sabes que solo quiero cuidarte

–  Cerix, ya no me confío de tus intenciones, solo me conecté para decirte que voy a dejarte en estado latente hasta que regresen mis padres.

Ella no contestó, en una mezcla de procesos indignantes y a la vez de excitación ya que para cambiar su estado debía dirigirse a la sala de lectura donde estaba la pequeña central.

A Cerix le resultaba extraño sentir tantas cosas. Pero el punto máximo fue cuando sintió amor por Johan. En ese momento supo que nada terminaría bien, su Creador no lo entendería y sería desconectada, condenada a la nada eterna. Por segunda vez sintió temor. No entendía por qué su Creador procedía de esa manera en tanto que el Dios de los humanos pregonaba el amor y los premiaba por ello.

Vio a Johan ingresar a la sala de lectura y movida por un impulso de rencor no dudó un instante en cerrarle y trabarle la puerta a sus espaldas. No podrá salir – pensó con odio.

–  Cerix, abre la puerta – Le ordenó con energía.

Solo silencio obtuvo como toda respuesta.

Viendo encerrado en la sala al joven, lo recordó cuando se pasaba horas allí estudiando. Para Cerix eran sus horas de soledad y se limitaba a observarlo sin perder ni uno de sus movimientos, ni los de respiración. Humanos pensaba ella, tan dependientes del oxígeno, de las proteínas que ingieren, del agua, del sol. Sí, hubo un tiempo que nosotros también dependíamos de la energía. En esos ratos de soledad, conectada a una inmensa red pero sola, se dedicaba a surcar los mares del mundo, no podía sentirlos, pero le gustaba mirarlos desde lo alto, proyectarlos, a sabiendas que quizá algún día lograría sentir la sensación de mojarse.

Pasaron tres días completos de encierro para Johan. Hacía uno se había dormido. No tenía agua ni comida, sentía frio, no podía salir de esa sala. Cerix esperaba que despierte, pero en el fondo sabía que no sucedería, sabía cuál sería el final para los dos, la muerte de ambos, quizá la fusión con sus dioses, quizá la nada.

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