Hace frio aquí fuera, es un frio de los que se meten en la piel como una aguja. Solo salgo al patio de la prisión una hora al día y aun así no disfruto de este simulacro de libertad. Prefiero pasar el resto del día en mi cuarto, yo solo, donde pienso, hace calorcito y no tengo que soportar a los borregos de mis compañeros de encierro.

Me siento en un rincón del patio esperando que pase el tiempo, imaginando que vuelvo a mi soledad, y concentrándome en mi mismo, y de repente, ¡plaff ¡me desentumezco, ha sonado un ruido parecido al de un telefono,me entra la curiosidad y me levanto, dejándome llevar por el sonido, ahí está, debajo de una piedra, lo cojo y contesto, sin que nadie me vea, este tipo de artilugios están totalmente prohibidos.

«Hola», digo. “Hola», me contestan al otro lado.” Quién eres?», pregunto. “Soy Paula, ¿y tú?», me replican. “Me llamo Luis, estoy en la cárcel”. “Lo suponía, mi marido también está allí”, me dice Paula.” Quieres que le busque?” le pregunto. Ella calla durante unos segundos y finalmente sentencia, “no, no lo hagas».

Suena el timbre que indica el final de la hora libre, le digo a Paula que debo dejarle, que no quiero meterme en problemas, ella me dice que al menos guarde el telefono,que me llamara despues,lo pienso y le digo que sí.

Ya es casi de noche, han pasado horas desde la llamada, y no he vuelto a saber de Paula, por un lado me da igual, por otro, tengo curiosidad.

Después de un rato más, y con mi intriga ya por las nubes, suena el telefonillo cojo corriendo, y vuelvo a oír su voz, muy dulce y aniñada, por cierto.

Nos saludamos protocolariamente, y enseguida Paula, comienza a hacer preguntas, le explico que estoy encerrado por un asesinato, que me quedan tres años y que no me importa estar aquí, eso le sorprende, no entiende porque alguien puede querer estar solo.

«Si nadie me quiere, es lo mejor”, le contesto yo. “Yo te quiero”, me replica ella.

Le comento lo absurdo que es eso y ella ríe divertida.

Sin que yo pregunte me cuenta que su marido está allí por estafar a unos clientes de su empresa y que le quedan muchos, muchos años.

Me sigue sorprendiendo su actitud, por si no lo he comentado es relajada y optimista en todo momento, ella me lo aclara pronto, según me dice es un alivio que a ese teléfono haya contestado alguien que no sea su marido, y que le gusta mi voz, dice que es la voz de un buen hombre, me pongo rojo, menos mal que no puede verme e intento rebatirle esa afirmación con argumentos,creo,bastante solidos, pero no me deja, me dice que tiene que colgar y que volverá a llamarme, se ríe y cuelga.

Me quedo chafado, y también contento, si, contento, que mujer, que energía, que alegría dentro de la amargura, que estoy seguro intenta tapar bajo tanta seguridad. Quiero que me vuelva a llamar.

Durante los siguientes días continuamos hablando, todos los diosa la misma hora, empezamos a tener confianza, ella me abruma con su fuerza y yo le dejo, me gusta escucharle, comienzo a sentirme feliz.

Un día de aquellos en la hora del patio, sigo mi ritual habitual y observo como uno de los presos está en la zona donde encontré el teléfono, rebuscando y nervioso, debe ser el marido de Paula, es un hombre obeso, con cara de despota,no me cae bien, no le conozco y nunca he hablado con él, pero no me gusta, tengo la sensación de que ha hecho sufrir mucho a su mujer, me planteo preguntárselo la próxima vez que hablemos, si ella me deja, claro.

Esa misma noche, sobre la misma hora que el día anterior, vuelve a sonar el teléfono, ni siquiera dejo a Paula que me salude, le digo que he conocido a su marido, y se lo describo, ella ríe, empieza a encantarme su risa, y me dice que sí, que debe ser el, evitando el avasallamiento habitual, le pregunto cómo se comportaba con ella. Paula calla y traga saliva, no quiere hablar de ello. Le digo que si quiere que le mate, no tiene más que decirlo, al fin y al cabo no me importa pasar más tiempo aquí.

Me quedo extrañado, ¿yo? ¿Matar por alguien que ni conozco?, ¿qué me ocurre?

Paula me dice que no, que ni se me ocurra, que ella nunca podría pedirme eso.

«No quiero eso para ti”, me dice textualmente. Le pregunto extrañado el porqué, y ella simplemente me pide una cosa, que le dé una oportunidad a la vida, a la ilusión y sobre todo a ella.

A ella, si ni siquiera le conozco, o si, mi cabeza empieza a estar revolucionada, se de ella que es alta, que tiene el pecho demasiado grande y siempre ha sentido complejo por ello, que le gusta la comida mexicana, las noches lluviosas y que es alérgica al césped.

No sé si la conozco mucho, pero mi mente me dice que quiero conocerla más. “Gracias», le contesto.

Me hace una pregunta,” querrías estar conmigo cuando salgas de ahí?”, creo que me he vuelto loco, pero se me han ido de la mente todos mis deseos de soledad y amargura, y le respondo que sí.

Ríe tímida, me pide paciencia, y cuelga de golpe, como siempre.

Dos semanas después recibo un aviso, me piden que vaya al despacho del alcaide.

Llego allí, temeroso de que noticia pueden darme, me siento y el alcaide comienza a hablar, me dice que gracias a mi buen comportamiento mi pena ha sido reducida y que me van a dar la libertad condicional, me quedo asombrado, y me siento feliz, muy feliz, voy a salir de aquivo a poder estar con Paula, voy a poder respirar aire libre, no solo una hora al día.

«Ay», suspiro ensimismado en mi habitación, estoy deseando que llame mi amor para contárselo, y llega ese momento, nos saludamos, y cuando voy a contárselo paro en seco, y no digo nada. No entiendo que me pasa, pero empiezo a tener miedo, a pensar.

Y si le decepciono, y si esto finalmente no fue tan buena idea y no quiero que me ayude, que hago, me pregunto, miro a la pared, al techo, buscando una respuesta, no hay nada, solo el vacío.

Y llega el día de puesta en libertad, salgo por la puerta de la prisión y camino unos metros, me paro, y miro hacia el horizonte, cae una lágrima por mi mejilla, me siento solo y no quiero sentirme así.

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